Ochenta y cinco años cumple el 20
de octubre quien devino símbolo de la vanguardia revolucionaria de los jóvenes
de la Generación
del Centenario, que en 1953 llevó a cabo el asalto al cuartel Moncada, en
Santiago de Cuba, en el oriente cubano: Abel Santamaría Cuadrado.
El joven que por sus cualidades
excepcionales llegó a ser el segundo al mando del ataque a esa fortaleza militar, nació ese día de 1927 en Encrucijada, antigua
provincia de Las Villas –actualmente denominada Villa Clara-, de donde se trasladó a La Habana en 1947 en busca de mejores condiciones de
vida y con la idea de proseguir estudios.
De espíritu patriótico, desde
pequeño -en primaria ganó un premio por una composición en la que exponía sus
ideas sobre las prédicas de José Martí y las figuras del mayor general Antonio Maceo y el general en jefe del
Ejército Libertador de Cuba, en la segunda mitad del siglo XVIII, Máximo
Gómez-, Abel cultivó el hábito de la lectura y
tenía como libros de cabecera obras
de Martí y de los clásicos del marxismo leninismo; después de conocer a Fidel
Castro, en 1952, el líder revolucionario le sugeriría cómo estudiar esos
textos.
Desde su primer encuentro afloró la
empatía entre ambos jóvenes que los unió para siempre y Abel lo secundó
en sus ideas de llevar adelante un movimiento revolucionario dirigido a liberar
a la patria. Con ese objetivo desarrollaron juntos disímiles tareas.
Él y un grupo de compañeros
identificados con el pensamiento de Fidel, determinaron actuar en acciones
clandestinas, y su vivienda de la calle 25 y O, en el Vedado, en la capital, pasa a ser el sitio donde se reúne la Dirección del
Movimiento. Con la colaboración de un primo suyo publican un periódico para
hacer llegar las ideas revolucionarias al pueblo, lo denominaron Son los
mismos; posteriormente,
a sugerencia de Fidel, lo llamaron El acusador; pocos meses después por una
delación los agentes del Servicio de
Inteligencia Militar (SIM) irrumpieron en la imprenta donde lo hacían y se llevaron detenidos a sus editores.
Cuentan que era serio, estudioso, jovial, preocupado por sus
compañeros, en particular de su hermana Haydée, a quien llevó a vivir con él, y
de Melba Hernández -ambas, posteriormente, participantes y Heroínas del Moncada-, todos los que visitaban la casa de 25 y 0
conformaban una tropa muy unida en la vida cotidiana y en la lucha.
Fueron meses de intenso ajetreo en los preparativos
de la acción del Moncada –que el resto de los compañeros desconoció hasta el
mismo día del histórico hecho-: entrenamiento, precisión de planes, acopio de
armas, uniformes, y todo lo necesario para llevar a cabo el propósito
perseguido, durante los cuales sobresalió siempre Abel por su extraordinaria
visión política y su permanente optimismo. Con estricto sentido de la
disciplina acataba las orientaciones de Fidel, a quien fue leal hasta el último
hálito de vida.
Llega el momento de la verdad y
parte para Santiago de Cuba, se hace
cargo de la granjita Siboney –lugar
donde se concentrarían los combatientes que asaltarían el cuartel Moncada-,
alquilada a su nombre por Renato Guitart –revolucionario santiaguero-, quien
aparecería como socio suyo -el fungiría
como administrador-, en el negocio de pollos. Enseguida traba relaciones
amistosas con los pocos vecinos del
área, lo que le serviría de fachada para los verdaderos propósitos del
Movimiento.
Paralelamente, él y Renato cumplían
otras tareas en la capital oriental: chequeo de las postas del Moncada, los
recorridos de las guardias, del hospital Saturnino Lora, alquilar locales para
albergues, prepararlos, hacerse de armas y cartuchos, ser anfitriones de
algunos compañeros que iban desde La
Habana a cumplir determinada misión y también recibir y
guardar en lugares apropiados lo que llegaba a Santiago destinado para la
operación.
De incesante movimiento fueron los
dos días previos al ataque a la segunda fortaleza más importante de la tiranía de
Fulgencio Batista, pero en medio del fragor revolucionario encontró tiempo para
llevar a pasear a los vecinos de frente a la granjita -la familia de Ángel
Núñez, ya mayores-, lo que denota su carácter afable y humanitario. Ese fue el
último paseo de Abel en su corta existencia.
La
madrugada del 26 de julio de 1953, al distribuir Fidel las tareas, el
joven es designado para comandar el
grupo que tomaría el hospital civil Saturnino Lora, para desde allí
disparar hacia el enclave militar, al igual que haría el grupo que iría al
Palacio de Justicia, en apoyo al asalto.
Él quería ir en el de la vanguardia a fin de preservar a Fidel, pero el
jefe revolucionario lo convenció: “Mi puesto está al frente de los
combatientes. No puedo estar en otra parte. Pero tú, Abel, es preciso que
vivas. Si yo muero, tú me sustituirás”. Tal era la confianza depositada en él
por el líder del Movimiento..
Al ser detenido, los jenízaros se
ensañaron con él y cómo lo defendió
Fidel en el juicio por el asalto al Moncada, cuando le dijeron que había
extraído dinero de la casa donde trabajaba para engrosar los fondos de la Revolución:
“Esa es una calumnia infame; la
memoria de Abel no la pueden manchar. Había que conocerlo, Abel era el más
valiente, el más recto; era honesto. No puede pensarse nada deshonesto de su
persona...” ,
De él también dijo que era “el más
generoso, querido e intrépido de
nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de
Cuba”.
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