miércoles, 17 de octubre de 2012

Abel Santamaría martiano y fidelista



Ochenta y cinco años cumple el 20 de octubre quien devino símbolo de la vanguardia revolucionaria de los jóvenes de la Generación del Centenario, que en 1953 llevó a cabo el asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, en el oriente cubano: Abel Santamaría Cuadrado.
El joven que por sus cualidades excepcionales llegó a ser el segundo al mando del  ataque a esa fortaleza militar,  nació ese día de 1927 en Encrucijada, antigua provincia de Las Villas –actualmente denominada Villa Clara-,  de donde se trasladó  a La Habana en 1947 en busca de mejores condiciones de vida y con la idea de proseguir estudios.
De espíritu patriótico, desde pequeño -en primaria ganó un premio por una composición en la que exponía sus ideas sobre las prédicas de José Martí y las figuras del mayor general  Antonio Maceo y el general en jefe del Ejército Libertador de Cuba, en la segunda mitad del siglo XVIII, Máximo Gómez-, Abel cultivó el hábito de la lectura y  tenía como libros  de cabecera obras de Martí y de los clásicos del marxismo leninismo; después de conocer a Fidel Castro, en 1952, el líder revolucionario le sugeriría cómo estudiar esos textos.
Desde su primer encuentro afloró la empatía entre  ambos jóvenes  que los unió para siempre y Abel lo secundó en sus ideas de llevar adelante un movimiento revolucionario dirigido a liberar a la patria. Con ese objetivo desarrollaron juntos  disímiles tareas.
Él y un grupo de compañeros identificados con el pensamiento de Fidel, determinaron actuar en acciones clandestinas, y su vivienda de la calle 25 y O, en el Vedado, en la capital,  pasa a ser el sitio donde se reúne la Dirección del Movimiento. Con la colaboración de un primo suyo publican un periódico para hacer llegar las ideas revolucionarias al pueblo, lo denominaron Son los mismos;  posteriormente, a sugerencia de Fidel, lo llamaron El acusador;   pocos meses después por una delación  los agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) irrumpieron en la imprenta donde lo hacían  y se llevaron detenidos a sus editores.
Cuentan que era serio,  estudioso, jovial, preocupado por sus compañeros, en particular de su hermana Haydée, a quien llevó a vivir con él, y de Melba Hernández -ambas, posteriormente, participantes y  Heroínas del Moncada-,  todos los que visitaban la casa de 25 y 0 conformaban una tropa muy unida en la vida cotidiana y en la lucha.
Fueron  meses de intenso ajetreo en los preparativos de la acción del Moncada –que el resto de los compañeros desconoció hasta el mismo día del histórico hecho-: entrenamiento, precisión de planes, acopio de armas, uniformes, y todo lo necesario para llevar a cabo el propósito perseguido, durante los cuales sobresalió siempre Abel por su extraordinaria visión política y su permanente optimismo. Con estricto sentido de la disciplina acataba las orientaciones de Fidel, a quien fue leal hasta el último hálito de vida.
Llega el momento de la verdad y parte para Santiago de Cuba,  se hace cargo de la  granjita Siboney –lugar donde se concentrarían los combatientes que asaltarían el cuartel Moncada-, alquilada a su nombre por Renato Guitart –revolucionario santiaguero-, quien aparecería  como socio suyo -el fungiría como administrador-, en el negocio de pollos. Enseguida traba relaciones amistosas  con los pocos vecinos del área, lo que le serviría de fachada para los verdaderos propósitos del Movimiento.
Paralelamente, él y Renato cumplían otras tareas en la capital oriental: chequeo de las postas del Moncada, los recorridos de las guardias, del hospital Saturnino Lora, alquilar locales para albergues, prepararlos, hacerse de armas y cartuchos, ser anfitriones de algunos compañeros que iban desde La Habana a cumplir determinada misión y también recibir y guardar en lugares apropiados lo que llegaba a Santiago destinado para la operación.
De incesante movimiento fueron los dos días previos al ataque a la segunda fortaleza más importante de la tiranía de Fulgencio Batista, pero en medio del fragor revolucionario encontró tiempo para llevar a pasear a los vecinos de frente a la granjita -la familia de Ángel Núñez, ya mayores-, lo que denota su carácter afable y humanitario. Ese fue el último paseo de Abel en su corta existencia.
La  madrugada del 26 de julio de 1953, al distribuir Fidel las tareas, el joven es designado para comandar el  grupo que tomaría el hospital civil Saturnino Lora, para desde allí disparar hacia el enclave militar, al igual que haría el grupo que iría al Palacio de Justicia, en apoyo al asalto.  Él quería ir en el de la vanguardia a fin de preservar a Fidel, pero el jefe revolucionario lo convenció: “Mi puesto está al frente de los combatientes. No puedo estar en otra parte. Pero tú, Abel, es preciso que vivas. Si yo muero, tú me sustituirás”. Tal era la confianza depositada en él por el líder del Movimiento..
Al ser detenido, los jenízaros se ensañaron con él y cómo lo defendió  Fidel en el juicio por el asalto al Moncada, cuando le dijeron que había extraído dinero de la casa donde trabajaba para engrosar los fondos de la Revolución:
“Esa es una calumnia infame; la memoria de Abel no la pueden manchar. Había que conocerlo, Abel era el más valiente, el más recto; era honesto. No puede pensarse nada deshonesto de su persona...” ,
De él también dijo que era “el más generoso, querido  e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba”.




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