domingo, 31 de julio de 2016

Trabajo digno de imitar



 Argentina Jiménez
La Habana 1958 Crimen y Terror,  libro en formato digital presentado como parte de las actividades por el cumpleaños 90 de nuestro invicto Comandante en Jefe Fidel Castro, y en homenaje al Día de los Mártires, vísperas del aniversario 59 de la caída de Frank País y Raúl Pujol, es el resultado de años de sistemático trabajo investigativo de Alfredo García Beltrán y Julio Dámaso Vázquez, de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en la capital.
Los compañeros contaron  para su realización con materiales  del Fondo Documental de la ACRC en La Habana, acopiados por ellos a lo largo de varios años, tales como trabajos de concursos convocados por la organización; otros publicados en la prensa; libros; diversos  escritos; documentos recibidos del archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Partido en la provincia, etc.
En esta etapa  priorizaron lo relacionado con las biografías y/o sucesos de la lucha clandestina en  la capital para lo cual recibieron el apoyo de un pequeño grupo de compañeros y familiares de mártires.  Según explicó Dámaso Vázquez, tras un proceso de profundización quedaron registrados 513 mártires asesinados en el territorio entre 1952 y 1958, cifra no definitiva, pues aún continúan trabajando. De  esa cantidad una gran parte tienen biografías, síntesis biográficas o datos generales e imágenes digitalizadas.
En virtud del esfuerzo de  numerosos combatientes, el título La Habana 1958 Crimen y Terror consta de 379 páginas, un prólogo realizado por el Doctor Armando Hart, una nota introductoria de Mirta Rodríguez Calderón y  epílogos de Rosita Mier y Manuel Graña. Tanto la obra digitalizada, como un folleto con reseñas de 23 sucesos insurreccionales en La Habana, fueron entregados a los asistentes a la actividad, efectuada en la Sociedad Cultural José Martí.
Entre los asistentes estuvieron el comandante  Julio Camacho Aguilera; el coronel ® Víctor Dreke, presidente de la ACRC en La Habana; y Eugenio Suarez, director de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado; combatientes de la lucha clandestina, el Ejército Rebelde y familiares de mártires.
La conmemoración por el Día de los mártires -30 de julio-  concluyó con una caminata de familiares de los caídos por la libertad de Cuba, combatientes y  jóvenes por varias calles del Vedado, La Habana, hasta el parque de la calle 23 y 30, antiguamente una temible instalación represiva  de la dictadura de Fulgencio Batista, donde hubo una actividad político cultural en la cual participaron varios artistas, entre ellos el canta-autor Raúl Torres.







lunes, 25 de julio de 2016

Hombres de principios



Argentina Jiménez
              
 Pinceladas sobre mártires y combatientes del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 que traslucen el espíritu noble y desinteresado, patriótico, de lucha y sacrificio, de quienes perseguían cambios profundos en la vida de su país, Cuba, y no  vacilaron en seguir al líder necesario -que al fin habían encontrado: Fidel Castro-, para liberar a la Patria, y juraron salvarla a cualquier precio.

Armando Mestre Martínez
No pudo terminar el tercer año de bachillerato, a pesar de tantos sacrificios, por pobre y negro, para llegar a ese nivel educacional. Su sueño: ser arquitecto. Cuando Fulgencio Batista dio el golpe de Estado el 10 de marzo de 1952, buscó a Juan Almeida y le planteó ir para la Universidad donde, le dijo, se están movilizando las fuerzas vivas y al pueblo allí para repudiar el golpe militar. En el juicio por los hechos del Moncada afirmó al tribunal: “El doctor Fidel Castro no tuvo que convencerme para que viniera, desde el primer momento estuve decidido a tomar este camino”. Armando Mestre Martínez: albañil, asaltante al cuartel Moncada, sufrió prisión en el reclusorio para hombres de Isla de Pinos, fue expedicionario del yate Granma. Asesinado días después del desembarco.

Antonio –Ñico- López Fernández
Trabajador en la Plaza del Vapor, donde se reunía con los miembros de la célula  del Movimiento de la cual era responsable. Carretillero, casillero y cargador de sacos en el Mercado Único. Asiduo participante en actos patrióticos convocados por la Federación Estudiantil Universitaria sin ser estudiante. Fue jefe de las prácticas de tiro en Cotorro, San Pedro, Artemisa y Nueva Paz. Antonio –Ñico- López Fernández: combatiente del asalto al Carlos Manuel de Céspedes y expedicionario del Granma. Asesinado poco después del combate de Alegría de Pío.

Pedro Marrero Aizpurúa
Carrero de la cervecería La Tropical. Con el propósito de incrementar los fondos para la causa pidió un préstamo equivalente a varios meses de su sueldo y dio en garantía su plaza en ese centro. Sobre él declaró Fidel en el juicio  seguido a los moncadistas, que tuvo que prohibirle vender los muebles de su casa, incluido el juego de cuarto, cuando le dijo lo que pretendía hacer para iguales fines. Pedro Marrero Aizpurúa: uno de los caídos al intentar tomar la posta 3 de la segunda fortaleza militar de la dictadura (el Moncada).

Fernando Chenard Piña
El cuarto oscuro donde revelaba sus fotos el colaborador de la revista Bohemia consistía de la mitad de un pequeño cuarto de cuatro por cuatro metros alquilado al fondo de un establecimiento. En ese “estudio” colocó un lavamanos usado para trabajar. En los restantes dos metros tenía la cama para dormir. Todo su laboratorio, que constituía su medio de vida, lo vendió y aportó lo percibido para los fines que se preparaban para la acción.  Fernando Chenard Piña: asesinado después del ataque al Moncada.

En su alegato de defensa en el juicio a los moncadistas, Fidel mencionó, entre los compañeros que en gesto de total desprendimiento aportaron dinero para sufragar gastos de la actividad revolucionaria, además de Marrero y Chenard Piña, a Elpidio Sosa, quien vendió su empleo y entregó 300  pesos; a Oscar Alcalde: se deshizo de su laboratorio de productos farmacéutico y donó lo recibido, y lo mismo hizo Jesús Montané con todo lo ahorrado durante más de cinco años en su puesto de jefe de personal de la General Motor.

De esa estirpe eran los hombres que dieron hasta sus vidas por la libertad de su patria.

jueves, 21 de julio de 2016

Gildo Miguel Fleitas López, un hombre Alegre



Por: Argentina Jiménez
Gildo, o “El Gordo”, como cariñosamente le llamaban todos, era un hombre grueso, de piel blanca, fuerte, de mediana estatura, ágil, siempre inquieto, cariñoso y amante de la música; solía tocar la guitarra, a pesar de que no pudo alcanzar una formación musical sistemática. Entre los rasgos que más apreciaban sus amigos, estaba su carácter jovial y servicial, bromista, simpático y de rápida comunicación con los demás.
Gildo, el primero de los hijos del matrimonio conformado por Hermenegildo Fleitas López y Purificación López López (Pura), había nacido el 19 de mayo de 1920 en una finca enclavada en un lugar cercano a los Cuatro Caminos de Falcón, en El Cano, La Lisa, provincia de La Habana.
Cursa la educación primaria en la escuela gratuita de La Salle, en el Vedado. Con solo catorce años inicia estudios comerciales en la academia Havana Business, donde además trabajó para costearse los estudios. Establecida su familia en el barrio La Ceiba, comienza a trabajar como oficinista en la Secretaría del colegio de  Belén, labor que comparte en sus noches enseñando taquigrafía, mecanografía e inglés, con el fin de disponer de una entrada adicional.
En Belén conoce al estudiante de bachillerato, Fidel Castro Ruz. Inicialmente sus relaciones fueron puramente deportivas, ambos jugaban baloncesto y balompié, y luego culminan en una profunda y estrecha amistad.
Junto a él realiza investigaciones sobre irregularidades y atropellos cometidos por el presidente Carlos Prío, en su finca El Rocío.
Es uno de los primeros en nuclearse en torno al Movimiento revolucionario que organiza Fidel. Toda su energía, voluntad y espíritu emprendedor los puso en función de darle solución a los problemas que se presentaban al incipiente Movimiento que culminaría en la gesta heroica del 26 de julio de 1953.
Desempeñó el cargo de administrador de unos molinos arroceros que tenían una oficina en La Habana. A través de sus gestiones se adquieren los escudos e insignias para las gorras y uniformes de los asaltantes, así como algunos uniformes del ejército y armas. Siempre activo y optimista, participa en las prácticas de tiro y en todo el proceso de entrenamiento a que se sometieron los futuros moncadistas.
El 28 de mayo de 1953 contrae matrimonio con Francisca (Paquita) González Gómez. La pareja tendrá poco menos de dos meses para disfrutar esta unión, de donde nacerá Gildita, hija que no conoció. Su vivienda, en calle 42 entre 33 y 35, en Marianao, se convierte en un verdadero centro conspirativo, en el que realizan encuentros los grupos revolucionarios; lugar seguro para esconder las armas y donde se arreglaron algunos uniformes que vistieron el 26 de julio.
Al aproximarse la hora de partir hacia Santiago de Cuba, Gildo se despide de su Paquita, y luego de su madre y familiares más cercanos. Por instrucciones de Fidel, antes de emprender viaje, pasa por la oficina de Consulado, y allí recoge los discos que se pasarían por las emisoras radiales después de la toma del cuartel Moncada, y cuyas grabaciones contenían el Himno Invasor y el último aldabonazo, postrer discurso de Eduardo Chibás, líser del Partido Ortodoxo transmitido por la radio nacional.
En la granjita Siboney, en Santiago de Cuba, Fidel imparte las últimas órdenes. Para la más peligrosa de las misiones, la toma del cuartel Moncada, selecciona a Gildo, quien conducirá uno de los autos. El plan de tomar la fortaleza por sorpresa, fracasa, y se entabla un encarnizado combate. Sin embargo, la crítica situación no impide que aparezca el buen humor de Gildo, quien de forma jocosa le dice a su compañero Pedro Miret: “Oye, Pedrito, mira a ver si puedes hacer que estos tipos guarden silencio, para echar un pestañazo”. Minutos después, la metralla enemiga impacta en el combatiente Gildo Miguel Fleitas López. Sus compañeros ya nada pueden hacer. Será este joven de 33 años de edad, que antes de ir a la acción había bailado un poquito en los carnavales de Santiago, uno de los pocos que muere heroicamente en el desigual combate.

Parqueó su nombre al sol



Por: Argentina Jiménez
En los bancos alrededor de las ceibas y laureles del parque de la Fraternidad, aledaño a las calles Amistad y Dragones, en el municipio de Centro Habana, próximo al Capitolio Nacional, compartían sueños y esperanzas un grupo de jóvenes revolucionarios
Posterior al triunfo de enero de 1959 el general Efigenio Ameijeiras Delgado escribió: “Siempre que vengo hasta aquí me invade el recuerdo de  Osvaldo Socarrás Martínez”, uno de los asiduos visitantes del lugar, oriundo de Santa Clara, provincia de Las Villas, hoy Villa Clara.
Nació el 27 de noviembre de 1918, no terminó los estudios en la enseñanza primaria y llegó a la capital en busca de mejora económica. Trabajó en cuanto se presentaba, machetero en tiempos de zafra y parqueador, su último “empleo”.
 A Efigenio le dijo un compañero, a quien apodaban El Colorao: “Cada vez que llega una zafra él viene a mi mente. Soca era un gran compañero dispuesto a socorrer a cualquier amigo y en el corte no era segundo de nadie”. De una seria adversidad afrontada durante una zafra en Camagûey reafirma que “en esos momentos Socarrás estaba allí, alentándome”.
Ese subempleado en una piquera próxima a la antigua tienda Sears confesó en una entrevista en el periódico Hoy siete meses después del golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952, que lo  que percibía le daba para pagar una cama donde dormir en una posada, porque carecía de vivienda, comer una completa –un plato de comida toda junta-, dos veces si el día era bueno, una si malo y ninguna si muy malo. Denunciaba públicamente que los pobres solo habían recibido de los gobiernos de turno hambre y miseria cada vez más creciente.
Integrante de la célula del Parque de la Fraternidad, del Movimiento gestado por Fidel Castro, encontró en la lucha contra el dictador Batista la vía para liberar al país de tanta ignominia,… y fue escogido para formar parte de quienes acudieron a las acciones del 26 de julio de 1953.
   Cordial en el trato, de carácter jovial y jocoso, estuvo entre quienes acompañaron a Abel Santamaría, el segundo al mando de la acción, en la toma del hospital Saturnino Lora y combatió mientras le quedó una bala en su escopeta, como todo el grupo que acudió allí. Trasladado a golpes y empujones hasta el cuartel Moncada corrió la misma suerte que sus compañeros: las torturas y asesinato.
Sus restos no solo yacen en el Retablo de los Héroes en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde reposan los de los moncadistas asesinados o muertos después, sino, como le escribió Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, en los dos últimos versos de un poema: Parqueas el sol de tu nombre/ En un espacio de la gloria.











 acudió a la cita desconocida con una motivación superior al ímpetu con que empuñaba el machete en los campos de caña para ganarse unos quilos más.
camposanto.

la vanguardia que asaltó el Moncada. acudió a la cita desconocida con una motivación superior al ímpetu con que empuñaba el machete en los campos de caña para ganarse unos quilos más.
Los 33 muertos en esta fortaleza fueron enterrados en nueve tumbas, de tres o cuatro cadáveres cada una, en el cementerio Santa Ifigenia, y rescatados por René Guitart Rodríguez cuando supo que serían tirados juntos en un osario.
“tenía tres cosas capaces de mover una montaña: la amistad, el amor y el hambre. La amistad era de
Entre los tantos pobres antes de 1959, ese parqueador en una piquera próxima a la antigua tienda Sears figuraba como uno de los más humildes. Pudo conseguir ese trabajo, confesó en una entrevista del periódico Hoy siete meses después del golpe de Estado en 1952, que le daba para pagar una cama donde dormir en una posada, porque carecía de vivienda, comer una completa, dos veces si el día era bueno, una si malo y ninguna si muy malo.

No tenía pelos en la lengua para denunciar públicamente que los pobres solo habían recibido de los gobiernos de turno hambre y miseria cada vez más creciente. Por ello un día secuaces de la tiranía le dijeron que la iba a perder.
No tenía pelos en la lengua para denunciar Por ello un día secuaces de la tiranía le dijeron que la iba a perder.

Ignoraba dirigida por Antonio –Ñico-  López Fernández,n en sus charlas cotidianas que estaban haciendo historia
figuraba como uno de los pobres más humildes.