
Por: Argentina Jiménez
Arribó a la granjita Siboney en la
madrugada del 26 de julio de 1953. La casa estaba llena. Encontró a un
coterráneo de Artemisa y se sentaron juntos en el suelo, como todos. De lejos divisó
a Abel Santamaría, a quien había visto dos veces en La Habana. Llegado el momento, Fidel les
habló del porqué de la misión para la
cual se habían preparado y al fin supieron cuál sería. Ramón Paz Ferro fue de
los que dio el paso al frente, al igual que la mayoría allí. tan pronto el Líder
revolucionario solicitó hacerlo a quienes estuvieran de acuerdo en participar.
Al entonces joven de 19 años le correspondió
trasladarse al Hospital Saturnino Lora en la primera máquina con destino a ese
lugar. En entrevista con él, único hombre sobreviviente de esa instalación de salud, 63 años después de los
hechos del 26 de Julio de 1953, contó: “Abel iba manejando y les explicaba el
objetivo asignado: ocuparían el hospital e instalarían en la parte oeste del cuartel Moncada, separados ambos por la Carretera Central. De fallar el factor
sorpresa al atacar Fidel y su grupo el Moncada, como sucedió, ellos dispararían
sobre la fortaleza, desde los ventanales al fondo del centro asistencial, para
atraer el fuego hacia ellos y permitir que los atacantes del cuartel pudieran seguir
el plan previsto, que él conocía: continuar la lucha en las montañas.
Comenzó el tiroteo. Desde el Moncada
disparaban hacia el hospital y la Audiencia, donde había otro grupo de
combatientes al mando de Raúl Castro.
Pez Ferro combatió en la ventana
aledaña a la que lo hacía Abel. Agrega: “Lo
veía disparar, buscar las mejores
posiciones, la mejor visibilidad, dar órdenes, atender a quienes venían a
preguntar algo, ocuparse de otros compañeros, alegre, optimista.
“Un tiro rompió la ventana donde me hallaba
en el momento en que me agachaba para cargar mi fusil 22 y eso me salvó la
vida. El segundo jefe del Movimiento (Abel) se acercó a mí a ver si había sido
herido”.
La balacera se concentró sobre el
Saturnino Lora, donde solo hubo silencio de las armas cuando a los combatientes
se les agotó el parque. “Entonces nuestro
jefe orientó concentrarnos en el
vestíbulo. Todos lo rodeamos. ´Salir, dijo él, era un suicidio. No tenemos
armas con que defendernos, y no vamos a entregarnos´. Cada quien opinaba algo
sobre cómo salir. Ya el hospital estaba rodeado por el ejército. Los
trabajadores mostraron desde el principio solidaridad, encomiable su actitud
con nosotros”.
Pez Ferro guarda la siguiente imagen
de quien dirigió los combates en el Saturnino Lora: “Desde la primera vez que
lo vi me causó muy buena impresión. Su aspecto serio, de hablar pausado, claras
explicaciones de los objetivos del Movimiento que se gestaba, de los problemas
de Cuba, que lo fundamental no era tumbar al dictador Fulgencio Batista, sino
cambiar la situación del país… Abel contribuyó a abrirnos los ojos a los
jóvenes que no teníamos una educación política vasta, solo un espíritu
patriótico… Fue alevosamente asesinado como la mayoría de los asaltantes a los
cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo”.
En
La historia me absolverá,
autodefensa de Fidel Castro en le juicio por los ataques a esas dos
fortalezas del tirano en Oriente, afirmó: “Abel Santamaría, el más generoso, querido
e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante
la historia de Cuba”.
Junto a Fidel Castro, jefe del Movimiento.
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