Por
Carlos Manuel Marchante Castellanos.
Profesor
Universidad de La Habana
Para todos los que de una manera u
otra, nos hemos acercado o dedicado al estudio de la vida y la obra de José
Martí, una invariable interrogante nos vemos obligados a responder a quienes
participan en un recorrido por una de las instalaciones martianas, cuando
impartimos una clase, o cuando dictamos una conferencia: ¿Es verdad que a Martí
lo enterraron cinco veces?
El solo hecho de la formulación de la pregunta, en la mayor
parte de los casos, se desplaza desde un hecho que resulta insólito para
muchos, hasta algo que parece un insulto a la memoria del Apóstol, para otros.
Acerca del tema, se han escrito diversos artículos de
prensa, y elaborado pequeños folletos como el confeccionado por el profesor
Francisco Javier Ibarra Martínez, quien fuera tesorero de la Comisión Por una
Tumba digna de José Martí, en Santiago de Cuba, que a pesar de tener algunas
apreciaciones incorrectas en su contenido, resulta hasta hoy el que con mayor
cientificidad lo aborda, y el que a pesar de su modesta tirada, es popularmente
conocido.
No se encuentra el asunto que nos ocupa, entre los temas de
interés investigativo al que nos hemos dedicado; preferimos estudiar y promover
el ideario martiano y todo aquello que contribuya a la formación de valores, y
a perfeccionar el trabajo docente educativo con las nuevas generaciones de
cubanos. Sin embargo, nos parece un deber ineludible esclarecer algunos
aspectos que contribuyan a desmistificar estos cinco entierros y posibilitar
que los mismos puedan ser correctamente valorados por nuestro pueblo.
EL
PRIMER ENTIERRO:
El primero de estos entierros se produce en el cementerio de
Remanganagua el día 20 de mayo en horas de la tarde, siendo arrojado el cadáver
de Martí, sin ataúd, a una fosa de tierra, lo que para muchos resulta una
muestra del desprecio del coronel Ximénez de Sandoval, jefe de la columna
española que dio muerte al Delegado del PRC.
En nuestra opinión, si bien Sandoval hace evidente ese
desprecio en carta que envía a sus superiores días después, resulta
imprescindible valorar que el eufórico coronel conocía del interés que
mostraban las tropas del generalísimo Máximo Gómez por rescatar al Maestro,
vivo, o muerto; que habían transcurrido poco más de 24 horas del combate de Dos
Ríos, y que por presentar su cuerpo tres heridas de bala y los traumatismos
producidos por su caída del caballo y su traslado hasta ese lugar, su inanimado
cuerpo podía haber comenzado a descomponerse lo que imponía proceder a su
inmediato enterramiento, sin esperar que un residente del poblado, algo alejado
del cementerio, pudiera construir un rústico ataúd.
EL
SEGUNDO ENTIERRO:
Al percatarse de la trascendencia política que tendría la
caída en combate del Apóstol, el mando español decidió comprobar con certeza,
si el occiso realmente era José Martí, y decidió exhumarlo para realizar la
autopsia. El 23 de mayo el doctor Pablo Aurelio Valencia Forns, realizó el
examen médico forense, acondicionó su cuerpo para trasladarlos a Santiago de
Cuba, y sus restos mortales fueron depositados en un rústico ataúd de madera
construido por un campesino de Remanganagua. De inmediato la columna española
se puso en camino hacia la ciudad, donde su cuerpo sería exhibido públicamente,
para que la población apreciara como terminarían los cabecillas insurrectos, práctica usual del ejército español desde la
guerra iniciada en 1868.
Cumplidas ambas ordenanzas militares, el 27 de mayo de 1895,
en el nicho 134 de la galería sur, del cementerio de Santa Ifigenia de Santiago
de Cuba, se ordenó realizar su enterramiento. En esta ocasión el propio coronel
Ximénez de Sandoval, con todo respeto, pronunció la oración fúnebre, luego de
percatarse que no se encontraba allí presente, ningún amigo o familiar de José
Martí
Este proceder, si bien cumplía sus fines propagandísticos
para intentar atemorizar a los patriotas y resaltar la superioridad de las
tropas españolas, posibilitó identificar el cadáver del mayor general José
Martí, obtener una primera versión médica de las heridas que le causaron la
muerte, y que sus restos pudiesen preservarse para la posteridad, ya que al ser
depositados en uno de los nichos de la necrópolis de la ciudad de Santiago de
Cuba, se hacía mucho más difícil que los
mismos pudieran desaparecer, como ocurrió con los del Mayor, Ignacio Agramonte.
EL
TERCER ENTIERRO:
Este tendría lugar el 27 de febrero de 1907, mientras la
patria se encontraba ocupada militarmente por segunda vez, por el gobierno
imperialista de los Estados Unidos. El Ayuntamiento de la ciudad
de Santiago de Cuba, había decidido por una disposición sanitaria, demoler los
nueve nichos de la galería sur del Cementerio General, dado el avanzado estado
de deterioro que presentaban y entre ellos el
identificado con el número 134, contenía los restos de José Martí.
En atención
a ello el coronel del Ejército Libertador Federico Pérez Carbó, Gobernador
Civil de esa localidad, concibió y promovió la idea de respetar aquel nicho y
construir en el lugar un modesto monumento hasta que pasasen los aciagos días
que vivía la República
y su pueblo agradecido pudiese erigirle un mausoleo digno a su memoria.
Para
acometer dicha obra, debía procederse a la exhumación de su cuerpo para
depositar su osamenta en una urna metálica que la conservaría a perpetuidad. Quienes
asistieran al cortejo podrían observar los remanentes de su organismo,
contenido en el ataúd y serían
testigos del más solemne y emotivo
homenaje en su memoria.
Ante
la más valiosa reliquia del patrimonio martiano y de la nación, los hijos de su
tierra amada le rendían el homenaje que se le debía desde aquel 19 de mayo de
1895, y procedían a depositar sus restos en la caja de plomo, junto a una copia del acta escrita en
pergamino, que aislada dentro de un tubo de cristal con la leyenda “MARTÏ”,
quedaron sellados herméticamente, depositándose luego dentro de un arca de
caoba con igual inscripción.
A
partir de aquella fecha y hasta el día 21 de octubre de ese propio año, se levantaría alrededor del nicho 134, el primer monumento
ante su tumba. El modesto mausoleo de estilo jónico, combinaría el aspecto
sencillo y elegante, que en su interior, llevaría como póstumo recuerdo un ramo
de flores y una bandera.
EL CUARTO ENTIERRO:
La
inconformidad de un pueblo expresado en la voluntad de un selectivo grupo de
martianos, por tan modesto monumento erigido al Maestro al pie de sus restos
mortales, y los daños ocasionados por las intensas lluvias al panteón donde
descansaban los restos del Apóstol, dio lugar a que en 1947, se constituyera el
Comité: Por una Tumba Digna del Apóstol Martí,
promovido por el Club Rotario de Santiago de Cuba.
Ante la necesidad de erigir dicho obelisco
preservando el lugar exacto donde se encontraban depositados sus restos
mortales, se impuso la necesidad de trasladar provisionalmente el osario hacia
el Retablo de los Héroes, lugar donde
descansan los mayores generales, Moncada, José Maceo y Flor Crombet, entre
otros heroicos mambises.
Con
la solemnidad correspondiente a su alto rango y de manera sencilla, el 8 de
septiembre de 1947, eran depositados en aquel lugar, hasta tanto culminaran las
obras del nuevo monumento.
EL QUINTO ENTIERRO:
Culminadas las obras en Santa
Ifigenia, a las dos de la tarde del 29 de junio de 1951, era extraído el osario
con los restos de José Martí, del Retablo de los Héroes. Luego de la comprobación de rigor, sus restos
fueron transferidos de la vieja caja donde habían sido colocados en 1907, y
depositados en el interior de una urna de bronce, elaborada al efecto, y ante
el público asistente, fue sellada con una soldadura autógena para que se conservarán a perpetuidad.
Terminado dicho acto, en reverente
peregrinación, sus restos fueron trasladados al Salón del Gobierno Provincial
de Oriente, donde colmado de coronas de flores, se le rendirían Guardias de
Honor por las más altas figuras de la nación, sin distinción de credo o
filiación política, desde las dos de la tarde del día 29 hasta el día 30, a las tres de la tarde,
que se trasladaría la urna cubierta con la enseña nacional en un armón de
artillería, hasta su definitiva tumba erigida en Santa Ifigenia.
Una solemne y emotiva ceremonia encabezada
por el Presidente de la
República, doctor Carlos Prío Socarrás, marchaba detrás del
armón, acompañado por Hortensia, Alia y Aquiles, hijos de Amelia Martí Pérez,
hermana del Apóstol y otros integrantes
del gobierno, seguidos de unas cincuenta mil personas, mientras las mujeres
santiagueras colocadas en ambas aceras, desde el Gobierno Provincial hasta Santa Ifigenia, arrojaban pétalos de
rosas al paso de los restos del más grande de los cubanos.
En medio de un silencio sepulcral,
una batería colocada a la entrada de la necrópolis santiaguera, disparaba una
salva de 21 cañonazos, en honor al Mayor General y Delegado del Partido
Revolucionario Cubano, muerto en campaña, mientras en brazos del presidente de
la nación, el tesoro más valioso del patrimonio martiano, era depositado en una
hermosa cripta en la descansaría para siempre.