lunes, 22 de junio de 2015

José de la Luz y Caballero. Legado imperecedero




  Por: Argentina Jiménez
                 
La influencia religiosa recibida en el hogar y en particular de su  
tío y maestro  José  Agustín Caballero, de quien fue un alumno
brillante, perduró toda la existencia de José de la Luz y Caballero (11-7-1800/22-6-1862.
No obstante, a los veinte años abandonó la idea de hacerse
religioso y se decidió por la enseñanza, en la que sentó cátedra,
porque fue un maestro consciente del papel de los educadores
en la sociedad.
 En dos ocasiones visitó varios países y al decir del patriota  Manuel Sanguily, más que un viajero curioso, “fue un estudiante
observador infatigable  (…) y se informó con su acostumbrado celo y con patrióticas miras del estado y circunstancias de las escuelas
 americanas e inglesas…”.  Cuando supo en París que se le
acusaba en la Conspiración  de la Escalera, regresó a Cuba
y se presentó a los tribunales, porque estaba limpio de culpa.
  Absuelto tras dos años de interrogatorios, volvió de nuevo a
la enseñanza.
    Hombre  de pensamiento profundo y vasta cultura,  inteligente,
de un amor profundo por su patria, amaba la justicia, la verdad,
 la honradez y la cultura. Por ello necesariamente tuvo que chocar
 con la realidad colonial que le tocó vivir. El respeto y cariño que
le profesaban y su actitud respetuosa impidieron que el gobierno
español  lo deportara.
  Aunque de carácter apacible y sereno, su entereza de espíritu,
sus prédicas morales, estaban tan en contradicción con el medio
colonial, que influyeron notablemente en los alumnos del Colegio
El Salvador, fundado por él,  quienes devinieron verdaderos
revolucionarios. Por eso dicen que las aulas de ese centro fueron
 la antesala de la revolución de 1868.
Abundantes aforismos dejó para la posteridad, que han sido
utilizados en consignas por el pueblo, como el siguiente: “Educar
 no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida”.  
Tal como lo escribió lo puso en práctica y es un   legado
imperecedero.


sábado, 20 de junio de 2015

DIA DE LOS PADRES



!FELICIDADES!

"AMIGOS FRATERNALES SON LOS PADRES (...) FUSTA RECOGERÁ QUIEN SIEMBRA FUSTA, BESOS RECOGERÁ QUIEN SIEMBRA BESOS".
                                                                                                José Martí

martes, 16 de junio de 2015

Máximo Gómez Báez siempre amó y sirvió a Cuba



       
 
   El Generalísimo  lo prometió al abandonar la  Isla al concluir la Guerra de los Diez Años -de1868 a1878- y lo cumplió. Con motivo del aniversario 110 de su muerte el 17 de junio de 1905, nada mejor que sus propias palabras para conocerlo en  facetas específicas de su vida que las escritas por él en su Diario de Campaña durante la llamada Guerra Grande.





Por: Argentina Jiménez
 
Al dominicano solidario con la vecina Cuba,  jefe insobornable que luchó  por su independencia, unido a sus hazañas militares le caracterizaba una alta espiritualidad.  .  
Su Diario de Campaña*  constituye un inigualable testimonio de cuanto hizo por su patria adoptiva durante la llamada  Guerra Grande, en la de1895, junto a José Martí,  a quien secundó en sus ideas libertarias, y en su posición frente a los intereses intervencionistas de los Estados Unidos, a partir de 1898.
 Sufrió en silencio la pérdida de dos de sus hijos durante la campaña del 68 y los rigores de la contienda en la manigua, adonde lo acompañaba su esposa en circunstancias desventajosas para una mujer por la vida en los campamentos, rústicos, a veces a la intemperie, con frío, hambre, además de las largas caminatas y el  hostigamiento de las fuerzas  españolas.

Genial estratega
  Suman innumerables las victorias del Generalísimo en la Guerra de los Diez Años. Con la inteligencia de un militar curtido  incrementaba el parque recogiendo las balas dejadas por las tropas enemigas, práctica seguida por las  guerrillas para obtener suministros siempre que les escaseaban. De tal procedimiento abundan las anécdotas. Por ejemplo, en los inicios de la contienda, en su acuartelamiento de Palmarito lo atacaban casi a diario:  rechazó a quienes lo asediaban y se mantuvo y pudo sostenerse  con las cápsulas abandonadas por los españoles .
   Hombre recto y honesto no aceptaba determinadas costumbres ni siquiera del Gobierno de la República en Armas, como cuando le solicitaba soldados para buscar comida. Se negaba y alegaba que no era tarea propia de ellos, sino había que llevarlos “por un camino donde todos los servicios y trabajos de campaña vayan sellados con la gloria y el prestigio”.
Dos años después de iniciada la Guerra escribió: “(…) en todo el tiempo transcurrido he sufrido mucho, física y moralmente”. El término sufrir es una constante en sus anotaciones en   las 409 páginas  del Diario…, donde volcaba el General sus emociones, alegres o tristes. El 11 de junio 1873 escribió: “El mayor general Ignacio Agramonte: murió en el combate de Jimaguayú. Perdió Cuba uno de sus más esforzados hijos y el Ejército uno de sus más entendidos y valientes soldados”.
  Sus divisas: ser respetuoso, franco,  sincero y justo para la crítica o el elogio.   Sus convicciones las defendió a lo largo de toda su vida.
   Del mando español  recibió Gómez en la guerra proposiciones “por cierto, bien indecorosas” y “que viera si mediante una cantidad de dinero ofrecida me comprometía a respetar los ingenios y además si estamos dispuestos a firmar la paz bajo las bases de la autonomía. Las proposiciones fueron rechazadas”.

Reacio a la intromisión
   Máximo Gómez, conocedor de la idiosincrasia de los cubanos y las condiciones que enfrentaban los insurrectos en los años finales de la conflagración del 68 –divergencias entre jefes revolucionarios-  y ante planes de algunos de ellos sobre cómo llevarla a cabo, ya en  los finales de mayo de 1875 dejó escrito su criterio al respecto y precisaba que en tales asuntos “yo me propongo no tomar  absolutamente parte alguna”. Así fue siempre:
daba su opinión si se lo pedían, pero no se inmiscuía en sus decisiones internas.
En los últimos meses de 1977 estaba consciente de la imposibilidad de ganar la guerra. Decide que la familia se presente a los españoles para ver si logra embarcarse para Jamaica. Escribió: “Día terrible para mí, mi corazón se destroza de dolor pues tengo que separarme de mi esposa y mis hijos. Yo quedo aquí cumpliendo lo decretado por fatal destino”. Se refería a la firma de la paz por el Departamento de Camaguey.  “Hay dolores que se sienten pero no se pueden explicar”, termina  las observaciones ese día.
   Acude  a ver al mayor general  Antonio Maceo el 18 de enero de 1878. Le informan   de lo ocurrido y pactado por el CamagÜey, y ante una pregunta del jefe oriental  le responde que consideraba perdida la revolución en el Camaguey, Las Tunas y hasta Las Villas, y que precisamente por esa razón saldría del país, “pero  no quería hacerlo sin verlo primero a él  para que supiera la verdad de las cosas y no  contara sino con sus propios elementos”.
   Aunque Máximo Gómez no ofreció opinión alguna al intento de los cubanos de firmar la paz con sus contrarios, el general Arsenio Martínez Campos, jefe del ejército español, deseó encontrarse con él, le ofreció dinero y trabajos importantes para que no se marchara. Los rechaza y le exijió  ”como derecho mío un vapor- pues así está estipulado en el Convenio- para que me transporte a Jamaica”. 
   Un mediodía soleado del mes de marzo de 1878 zarpa la nave que conduce a Máximo Gómez lejos de la Isla. Van con él cinco cubanos.
 “Son las 6 de la tarde y vamos a perder a Cuba de vista, quizás para siempre -¿cuál será mi destino después que he sufrido tanto y tanto en esta tierra en pos de la realización de un ideal que ha costado tanta sangre y tantas lágrimas? ¡Adiós Cuba, cuenta siempre conmigo mientras respire – tú guardas las cenizas de mi Madre y de mis hijos- y siempre te amaré y te serviré!”

Cumplió lo prometido
El viejo general delgado y enérgico, que no había nacido en Cuba, pero tampoco había dejado de batallar y de soñar un solo día con su libertad, fue consecuente con su compromiso hasta el final.
  Defendió en todo momento  la  idea de la plena soberanía y  vio con desconfianza la intervención imperialista de los Estados Unidos. Percibió enseguida las ambiciones imperiales y la ausencia de patriotismo en algunos cubanos. Discrepancias con  la Asamblea de Representantes ocasiona  que esta lo destituya como jefe del Ejército Libertador. 
   Decepcionado, desolado, se encerró en su vivienda en la Quinta de los Molinos, en La Habana, donde dejó de existir el 17 de junio de 1905, hace ciento diez años quien sacrificó todo por Cuba a cambio de nada. Siempre la amó y sirvió, como le prometió al abandonarla  al concluir la Guerra de los Diez Años.  
  
  * Se respeta el estilo y la ortografía original.