Por:
Argentina Jiménez
La
influencia religiosa recibida en el hogar y en particular de su
tío
y maestro José Agustín Caballero, de quien fue un alumno
brillante,
perduró toda la existencia de José de la
Luz y Caballero (11-7-1800/22-6-1862.
No
obstante, a los veinte años abandonó la idea de hacerse
religioso
y se decidió por la enseñanza, en la que sentó cátedra,
porque
fue un maestro consciente del papel de los educadores
en
la sociedad.
En dos ocasiones visitó varios países y al
decir del patriota Manuel Sanguily, más
que un viajero curioso, “fue un estudiante
observador
infatigable (…) y se informó con su
acostumbrado celo y con patrióticas miras del estado y circunstancias de las
escuelas
americanas e inglesas…”. Cuando supo en París que se le
acusaba
en la Conspiración de la Escalera, regresó a Cuba
y se
presentó a los tribunales, porque estaba limpio de culpa.
Absuelto
tras dos años de interrogatorios, volvió de nuevo a
la
enseñanza.
Hombre de pensamiento profundo y vasta cultura, inteligente,
de
un amor profundo por su patria, amaba la justicia, la verdad,
la honradez y la cultura. Por ello
necesariamente tuvo que chocar
con la realidad colonial que le tocó vivir. El
respeto y cariño que
le
profesaban y su actitud respetuosa impidieron que el gobierno
español lo deportara.
Aunque de carácter apacible y sereno, su
entereza de espíritu,
sus
prédicas morales, estaban tan en contradicción con el medio
colonial,
que influyeron notablemente en los alumnos del Colegio
El
Salvador, fundado por él, quienes
devinieron verdaderos
revolucionarios.
Por eso dicen que las aulas de ese centro fueron
la antesala de la revolución de 1868.
Abundantes
aforismos dejó para la posteridad, que han sido
utilizados
en consignas por el pueblo, como el siguiente: “Educar
no es dar carrera para vivir, sino templar el
alma para la vida”.
Tal
como lo escribió lo puso en práctica y es un
legado
imperecedero.
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