Por:
Argentina Jiménez
Reinaba
el silencio en el edificio. Nuevo. Aún no llegaba a la década de construido ni
Fulgencio Batista llevaba un año en la silla presidencial usurpada el 10 de
marzo de 1952.
Una
noche, al abrir la puerta de su apartamento, el D del tercer piso, Melba
Hernández quedó sorprendida. Había más de cien jóvenes en su interior, pero podía
escucharse el vuelo de una mosca. Habían acudido allí ante un llamado de Fidel
Castro no solo los de La Habana,
sino también de Pinar del Río y Matanzas.
Esa noche marcó un hito importante en la
historia el lugar del encuentro: Jovellar 107 en el municipio habanero de
Centro Habana. Buena parte de quienes se encontraban en el lugar recorrerían un
camino empezado a desbrozar por Martí, en silencio, como disciplinadamente los
encontró Melba, y serían conocidos no mucho después como la Generación del
Centenario. Corrían los finales de 1952 y ya conspiraban en esa vivienda, la
cual desempeñó un papel de primer orden antes y después del 26 de julio de
1953.
Todo empezó un día de mayo del 52 cuando
Melba se vincula al movimiento liderado por Fidel tras escucharlo hablar de sus
planes revolucionarios en el apartamento de Abel y Haydée Santamaría, en 25 y
O. Sus padres, Manuel Hernández
y Elena Rodríguez del Rey, la secundaron en sus ideas y pusieron su hogar a
disposición de Fidel y los muchachos procedentes de lo más radical de la
juventud ortodoxa que lo seguían en sus concepciones y vía para alcanzar la
libertad de Cuba: la lucha armada.
El lugar fue sede de reuniones, entrevistas,
trabajos organizativos… En él prepararon
parte de las antorchas que alumbrarían la marcha por el centenario del
natalicio del Apóstol el 28 de enero de enero de 1953.
Más adelante le confiaron a Elena la
responsabilidad de recibir las armas, balas, etc. que le llevarían a su casa y
la de confeccionar las corbatas y uniformes militares de caqui amarillo que
vestirían los jóvenes involucrados en una acción que ninguno de ellos sabía qué
era y dónde sería En la hechura de la vestimenta la ayudaron otras compañeras
con los mismos motivos de acabar con la
tiranía.
Allí acudían asiduamente jóvenes de varios
municipios de la entonces Habana Campo, además de los de Habana Ciudad –la
capital-, que en inmensa mayoría cayeron en el Moncada o en el cuartel Carlos
Manuel de Céspedes, asesinados; después de Alegría de Pío- el bautismo de fuego
de los expedicionarios del yate Granma-, en combate en la Sierra Maestra o asesinados por
la dictadura en la lucha en el llano.
Días
antes del 26 de julio del 53 en una de
las habitaciones de Jovellar 107, Pedro Miret
limpió y engrasó las armas que utilizarían en el asalto; de allí
salieron con las maletas llenas de armas para la granjita Siboney Haydée el día
22 y Melba el 23 de ese mes; así como los
uniformes y gorras, la enseña nacional y un paquete de banderas del 4 de
septiembre*, que utilizarían para facilitar la sorpresa en la acción.
También lo hicieron Fidel y Ernesto Tizol en
la madrugada del 24 después de dar instrucciones y dinero a los jefes de grupo
que desde ese sitio o de otros de la capital se dirigieron a la cita con la Patria.
Tras
conocerse la noticia de los hechos del Moncada comenzaron en el apartamento D
de Jovellar 107 los registros de la policía, el Buró de Investigaciones y el
Servicio de Inteligencia Militar. Nada encontraron que pudiera delatar lo
sucedido allí.
SEGUNDA TEMPORADA
El
20 de febrero de 1954 Haydée y Melba salen de la prisión. Desde el presidio en
Isla de Pinos Fidel les da la encomienda de reagrupar las fuerzas que se
prepararon para las acciones del 26 de Julio del 53 y no pudieron participar
por falta de armas, además de incrementarlas, y de dedicar los esfuerzos a la
divulgación de los hechos del Moncada, a los motivos que condujeron a ellos y
al pensamiento de los jóvenes de la Generación del Centenario.
Y como aspecto esencial en la propaganda, la
edición de su alegato en el juicio de la Causa 37 conocido como La historia me absolverá. Entonces
Haydée estableció en Jovellar 107 la dirección provisional del
Movimiento 26 de Julio. No resultó fácil y sí titánica la tarea de recoger el
dinero para costear la impresión del documento, en cuya transcripción y
mecanografía desempeñaron un rol particular Melba y su padre.
Lo orientado dio lugar a visitas y reuniones
cada vez más frecuentes de miembros
del Movimiento; al mismo tiempo, de los registros policíacos. Al salir
liberados los moncadistas, Fidel tomó el apartamento como centro de sus
actividades y al irse para México en
julio de 1955 siguió siendo la sede del M-26-7 -nombre ya adoptado oficialmente-
y lo siguió siendo cuando Melba partió hacia ese país en octubre del mismo año.
Era
el lugar para recibir la recaudación de dinero destinado a los preparativos del
Granma y de otras misiones relacionadas con el desembarco. A finales de julio
de 1956 se hizo insostenible la situación allí por los constantes registros de
los cuerpos represivos y porque peligraba la vida de muchos combatientes, entre
ellos la de Haydée.
Desde otra casa en La Habana continuaron los
padres de Melba en función de cuanto pudiera ayudar a los planes de Fidel de
cumplir su promesa de Ser libres o mártires ese año, pero Jovellar 107
permanece como un símbolo de la rebeldía nacional.
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