
Quienes lo conocieron, recuerdan a Abel como un niño común,
pero dotado de una gran sensibilidad. Respetuoso, atento, estudioso; sus ojos
escrutaban el mundo que lo rodeaba, y se formaba un concepto. Un rasgo que lo
distinguiría era su honradez a toda prueba. Abel no miente, no engaña, y
sobresale entre sus amigos por su tenacidad.
Había nacido el 20 de
octubre de 1927, en Encrucijada, antigua provincia de Las Villas, hoy Villa
Clara. Es el hijo menor de una familia formada por Benigno y Joaquina, quienes
inculcan a sus hijos principios morales elevados. Él -que cuentan usaba espejuelos- y la hermana
mayor estarán unidos en las ideas y sentimientos. Por eso, cuando viaja a La Habana en busca de mayores
posibilidades y trabajos, se hace acompañar al poco tiempo por Haydée, Yeyé,
como cariñosamente le decía. Juntos viven en un pequeño apartamento del Vedado,
sito en 25 y O; allí le sorprende el artero golpe militar del 10 de marzo de
1952.
Por entonces, Abel ya milita en la Juventud del Partido Ortodoxo.
Al conocer de la infausta noticia, se traslada a las oficinas del Partido, en
Prado 109. De allí va a Palacio, y después a la Universidad. Es
de los jóvenes cubanos que al anochecer bajaron desalentados la escalinata, al
comprobar que las armas ofrecidas por el presidente derrocado –Carlos Prío
Socarrás- era una farsa.
En carta en que conmina al Partido a que actúe en
consecuencia con el ejemplo que nos legaron quienes iniciaron nuestra gesta
independentista, le expresa: Una
revolución no se hace en un día pero se comienza en un segundo.
Con Jesús Montané, Raúl Gómez García; Martínez Tinguao,
Haydée, EIda Pérez y Melba Hernández, constituye un núcleo que decide actuar. Surge
así, Son los mismos, una publicación
mimeografiada en la que inician el combate contra el régimen.
El primero de mayo de
1952, ante la tumba del obrero ortodoxo Carlos Rodríguez, en el cementerio de
Colón, en La Habana,
conoce al joven abogado Fidel Castro Ruz. Se inicia entre ellos una
indestructible amistad, sellada por una identificación total sobre la única
manera de derrocar a la dictadura y construir una nueva sociedad: la lucha
armada.
Para el joven Abel,
soltero, de tez blanca, de origen social obrero, estudiante de tercer año de
bachillerato y trabajador de la agencia de automóviles Pontiac, se inicia una
intensa actividad patriótica que lo convertirá en el segundo jefe de la
revolución y en el alma del nuevo movimiento revolucionario. Recluta
compañeros, hace prácticas de tiro, atiende la compra de armas y de otros
pertrechos necesarios para el asalto. Viaja a Santiago de Cuba, y alquila y
dirige el enmascaramiento de la granjita Siboney, finquita que servirá de
cuartel general para concentrar a los futuros asaltantes y partir hacia el
Moncada. Allí se ocupa de todo, espera, y el 25 de julio de 1953, dirige
personalmente junto a Renato Guitart, el único santiaguero del grupo, el
traslado y la atención de los combatientes seleccionados para participar en las
acciones del 26 de julio en Santiago de Cuba.
Cuando por fin llega
la hora de salir, viste su uniforme. Acata disciplinadamente la decisión de
Fidel de que él dirigirá la toma del Hospital Civil Saturnino Lora. Allí
combatirá hasta la última bala, con generosidad e hidalguía. Su gran
preocupación es que Fidel pueda retirarse con vida, porque eso garantizaría la
continuidad de la
Revolución.
Cuando se ha agotado
el parque y se imposibilita la retirada, consuela a su hermana y a Melba, les
infunde confianza, y las conmina a mantener una postura digna. Por ello, cuando
Haydée le reclama una orden, le dice: “Sí, hay que dar una orden: hay que saber
morir, y aquí, el que sepa morir, va a vivir".
Luego de su captura
por las hordas sedientas de sangre del ejército batistiano, resultó torturado
salvajemente y finalmente asesinado en el propio cuartel Moncada donde había
sido trasladado vivo y sin heridas en calidad de prisionero. Aquel día, Abel se
encontraba a solo 86 días de cumplir los 26 años de edad, aniversario que sus
verdugos le impidieron celebrar.
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