miércoles, 22 de junio de 2016

Máximo Gómez Báez, incorruptible




Por: Argentina Jiménez
Dijo alguien, con mucha razón, que los muertos solo son muertos cuando los vivos los olvidan. En Cuba recordamos a los héroes y mártires con acciones concretas, transmitiendo sus experiencias e inculcando sus valores a jóvenes y adultos, en particular a las nuevas generaciones.
Por esa inveterada convicción está presente siempre el General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez Báez, fallecido en La Habana el 17 de junio de 1905. No solo  monumentos, bustos, fotos, impresión de sellos de correos, medallas conmemorativas, libros sobre su figura, centros que ostentan su nombre…, sino en enseñanzas suyas en las escuelas militares, porque fue   “el hombre que nos enseñó a  pelear y a vencer”,  por el papel desempeñado en la Guerra de los Diez Años -1868-1878- y en la de 1895.
Asimismo, su vida y obra por la libertad de la isla antillana son estudiadas en los centros docentes de distintos niveles; y cada vez que se hable de patriotismo, lealtad, sacrificio, valor y vergüenza acude a la mente con mayor fervor el protagonista de tantas batallas por la independencia de la isla que adoptó como su segunda patria este dominicano excepcional.
Aun cuando gran cantidad de sus escritos permanecen aún inéditos –en proceso de develar más datos acerca de su pensamiento político, militar e intelectual-,  son muchos los historiadores y otros escritores que han plasmado en letras reseñas ilustrativas de sus campañas libertarias: la de Guantánamo, Palo Seco, Las Guásimas, la invasión a Occidente, ¡tantas otras!; de su vida desde la llegada a El Dátil, poblado a dos leguas de Bayamo, lugar donde se instaló a su llegada al oriente cubano; de cómo se vinculó con quienes buscaban liberarse del dominio español.
A Gómez lo reclutó el poeta José Joaquín Palma en su propia finca y lo nombró Sargento 1º Máximo Gómez;  en su primera acción en Venta del Pino puso en práctica  su experiencia militar acumulaba por años de guerrear, al llamado de su gobierno en el Ejército de la isla vecina, en el cual alcanzó el grado de capitán; en esta batalla los peninsulares conocieron los efectos del machete mambí. Muy pronto Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, le otorgó el grado de Mayor General del Ejército Libertador.
El destacado estratega confesó, según el Diario  de un soldado, del doctor Fermín Valdés Domínguez, que por sus negocios de madera y otros visitaba  distintos ingenios “y en uno vi cuando con un látigo se castigaba sin compasión a un pobre negro atado a un poste en el batey de la finca y delante de toda la dotación del ingenio. No pude dormir en toda aquella noche, me parecía que era aquel negro uno de los muchos a quienes aprendí a amar y a respetar al lado de mis padres en Santo Domingo”.
Y en otro pasaje, señala: “Yo fui a la guerra llevando aquellos recuerdos en el alma,  pelear por el negro esclavo y luego fue que comprendiendo que también había para justificar el deseo de independencia los cubanos (…) uní en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mis esfuerzos; pero , a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que acepté al principio la Revolución para buscar en ella la libertad redentora del negro esclavo, humillado por la trata que España sostuvo para degradar a Cuba”.
Con estoicismo a toda prueba, llevó a cabo esas ideas, aunque encontró escollos por extranjero y por desuniones e incomprensiones entre los cubanos combatientes, y   finalmente la ingratitud de los hombres, como le prometió José Martí al invitarlo a secundarlo en la Guerra Necesaria (la de 1895).
Máximo Gómez vivió en la Quinta de los Mollnos y murió en su casa de la calle 5ta. y D. en el Vedado capitalino, mas su estatura  ética prevalece,  porque como gran general pudo haberlo tenido todo y renunció a cuanto le ofrecieron, tanto al concluir la guerra del 68 como la del  95; no aceptó la candidatura para presidente al constituirse la República –mediatizada-. No  luchó por ambiciones personales, para él los principios morales estaban por encima; sufrió exilio, lejanía de su familia, hambre, pero supo transmitir a su hijos los mismos valores que lo caracterizaron y  marcaron su trayectoria  durante toda su existencia.
Cuba le debe y agradece mucho al Generalísimo. Su impronta se agiganta ante cada circunstancia adversa, porque sigue enseñándonos a ser un pueblo invencible.