Introducción
del profesor
Carlos Manuel Marchante Castellanos Marchante a su libro De cara al Sol y en lo alto del Turquino
El monumento a José Martí en lo más
alto del Pico Real del Turquino ha devenido lugar histórico de profunda
significación patriótica para todos los cubanos.
No obstante, con el transcurso del
tiempo, la historia verdadera de cómo fue realizada la proeza de su colocación,
se ha desvanecido de tal forma, que al formularle una simple pregunta a
cualquier individuo sobre este acontecimiento, solo unos pocos, aciertan en
parte, a dar una respuesta correcta. Pregúntese usted mismo, y extienda la
interrogante a sus más cercanos colaboradores y familiares. Resultará muy
probable que quienes más se acerquen a la verdad, respondan: No recuerdo la
fecha, pero me parece que fueron Celia y el padre.
Sin embargo, el olvido o el
conocimiento parcial de lo ocurrido no obedecen a una intención premeditada, al
afán de reconocer el mérito a unos hombres y a otros no; o a ocultar la
historia verdadera de cómo surgió aquella iniciativa, quiénes intervinieron en
ella y cómo lo hicieron posible.
Por otra parte, aceptar que solamente
dos personas hubiesen logrado realizar aquella hazaña, un médico, el doctor
Manuel Sánchez Silveira, próximo a cumplir los sesenta y siete años de edad, y
Celia Sánchez, una joven que recientemente había celebrado su treinta y tres
cumpleaños, resulta extremadamente difícil de creer, si nos detenemos a
considerar, que no se trataba simplemente de subir un busto del Maestro y
ponerlo en la cima de la montaña, sino de atravesar un inhóspito y peligroso
sistema montañoso, abrirse camino en muchas ocasiones con la ayuda de un
machete para poder escalar la empinada cordillera, transportar los materiales
imprescindibles (arena, cemento, agua y víveres) para construir un
pedestal que resistiera el embate del viento y la lluvia; realizar la travesía
por la Sierra Maestra
hasta lo alto del Turquino con un busto, cuyo peso era de 163 libras y con una
placa de bronce a cuestas, anclar el primero en lo alto de un zócalo cuya
altura era de dos metros, y finalmente incrustar la tarja al frente del
monumento.
Revelar el papel que desempeñaron los
compatriotas que lograron colocar en la cúspide de la montaña más elevada de
Cuba la efigie del Apóstol, entre los que distinguirían los doctores: los
doctores Manuel Sánchez Silveira y Gonzalo de Quesada y Miranda; el
arqueólogo y periodista Roberto Pérez de Acevedo, las cubanas Jilma Madera
Valiente, Emérita Segredo Carreño, su hermana Sila Segredo Carreño y Celia
Sánchez Manduley; así como un grupo de anónimos trabajadores de Ocujal,
encabezados por el manzanillero maestro de obras, Armando Torres Ortiz, a quien
se le encomendase por el doctor Silveira la subida de los materiales, la
construcción del pedestal, y la colocación del busto del Maestro, para que
desde la cresta más elevada del archipiélago cubano, velara por los destinos de
la patria, constituye no sólo un deber para quienes hemos estudiado el tema,
sino una necesidad insoslayable para la historia de la nación.
No fueron pocos los escollos que estos
hombres tuvieron que vencer para lograr su noble propósito. Baste señalar entre
ellos: la necesidad de solicitar permiso al marqués español, Álvaro Cano,
quien había adquirido la propiedad del Turquino, para que les permitiera
a patriotas cubanos colocar en su cima el busto del Maestro; la total
indiferencia del gobierno inconstitucional que había usurpado por la fuerza y
en contra de la voluntad popular, las riendas de la nación, el 10 de
marzo de 1952, régimen que a pesar de haber recaudado desde el mes de enero de
1953, mediante el Decreto Ley 421/51 “Homenaje del pueblo de Cuba a
José Martí”, una millonaria contribución de la ciudadanía para estos
festejos, jamás desembolsó un solo centavo para este proyecto, ya que sin lugar
a dudas, un monto considerable estaba destinado a engrosar las fortunas
particulares de los principales personeros de la dictadura, y finalmente, la de
poner al descubierto y enfrentar en plena serranía, la presencia solapada de
agentes del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército, infiltrados entre
los expedicionarios, que en representación del pueblo develarían el
busto.
Ante la disyuntiva de no contar con el
imprescindible financiamiento para acometer la misión que se habían propuesto,
se impuso la necesidad de recaudar fondos mediante la venta de diversos objetos
alegóricos a Martí, diseñados por la escultora Jilma Madera, tarea que
acometieron los integrantes de la
Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, así como la de
promover aportes voluntarios como los realizados por los propios promotores del
proyecto, como Quesada, Sánchez Silveira y Jilma, quienes no vacilaron un
instante en proporcionar de su peculio personal, el dinero que resultara
necesario para garantizar que pudiese develarse el busto en el Año del Centenario
del Natalicio del Apóstol, y que al concluir la faena, no quedara debiéndose un
centavo a ninguna de las personas implicadas.
A partir de entonces, el lector podrá
apreciar cómo dada la repercusión nacional que alcanzaba la figura del Maestro
colocada en lo alto del Turquino, comenzaron a promoverse, a poco más de un
año, empeños para situar a su alrededor otros promontorios con imágenes
religiosas, como la efigie de virgen de la Caridad del Cobre, colocada a un lateral
del monumento por un grupo de colegiales de los Padres Escolapios de la Víbora, la que ya en la
cima, se le ofrendaron flores y a la que rezaron como Patrona de Cuba el Santo
Rosario, por el bienestar y la felicidad de todos los cubanos, y por la unión
de todos los pueblos de la Tierra;
y como poco después profesores y alumnos salesianos del Colegio de San Juan
Bosco de Santiago de Cuba, construyeron dos pequeñas capillas en forma de
grutas, a la derecha e izquierda de la Virgen de la Caridad del Cobre, en el Pico Turquino, en cuyos
interiores se fijaron las estatuillas de María Auxiliadora y San Juan Bosco,
ante cuyas representaciones, en un altar improvisado, el capellán y jefe de la
expedición, celebró una misa.
Cuando aquel mediodía del 21 de mayo
de 1953, la escultora Jilma Madera izaba la enseña nacional en la cúspide
cubana y quedaba al descubierto el busto de José Martí en el Turquino,
los alentadores de la idea no alcanzaron a soñar que la cima y las laderas de
aquella escarpada prominencia se transformarían cuatro años más tarde, en un
símbolo de la resistencia armada, y en el primer frente de combate de nuestro
pueblo contra la dictadura batistiana, y que tras la victoria del 1 de enero de
1959, escalar el Turquino se convirtiera en una prueba de patriotismo, espíritu
de sacrificio, y de resistencia, de las nuevas oleadas de Jóvenes Rebeldes,
Maestros Voluntarios, oficiales, médicos y de otros profesionales que ante el
Apóstol juraban fidelidad a la
Patria y a la
Revolución.
De cara al Sol y en lo alto del
Turquino es el resultado
de una investigación realizada con el propósito de dotar a todo nuestro pueblo,
y especialmente a los maestros, a la familia, a los periodistas y a la juventud
cubana, de un texto que les permita conocer en su verdadera dimensión todo lo
relacionado con aquel acontecimiento.
Durante todo el proceso investigativo,
tuvimos la posibilidad de consultar la amplia documentación existente de la Asociación de Antiguos
Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, existente en los
archivos del Museo Fragua Martiana, así como poder contar con los testimonios
orales, documentos y fotos, facilitados por la doctora Juana Lidia Orille
Azcuy, Orlando E. Pita Aragón y Arnoldo Cobo Bonzon, participantes en aquella
epopeya, así como de una entrevista realizada por el prestigioso intelectual y
periodista Wilfredo Naranjo Gauthier (1988), al maestro de obras, también
manzanillero Armando Torres Ortiz, constructor del pedestal, prácticamente
desconocida y con las memorias sobre aquella hazaña, inéditas hasta hoy, que
nos legara el médico Gerardo Houguet Muñoz, uno de los primeros en llegar a la
cúspide del Turquino.
Al final, un testimonio gráfico posibilitará
disfrutar de una iconografía poco conocida, así como de algunas ilustraciones y
documentos inéditos que proporcionarán insertarse en esta apasionante historia,
y que constituyen un soporte educativo para quienes tienen la honrosa misión de
enseñar.