martes, 26 de enero de 2016

Monumento a José Martí en el Pico del Turquino




Introducción  del profesor Carlos Manuel Marchante Castellanos Marchante a su libro  De cara al Sol y en lo alto del Turquino
El monumento a José Martí en lo más alto del Pico Real del Turquino ha devenido lugar histórico de profunda significación patriótica para todos los cubanos.
No obstante, con el transcurso del tiempo, la historia verdadera de cómo fue realizada la proeza de su colocación, se ha desvanecido de tal forma, que al formularle una simple pregunta a cualquier individuo sobre este acontecimiento, solo unos pocos, aciertan en parte, a dar una respuesta correcta. Pregúntese usted mismo, y extienda la interrogante a sus más cercanos colaboradores y familiares.  Resultará muy probable que quienes más se acerquen a la verdad, respondan: No recuerdo la fecha, pero me parece que fueron Celia y el padre.
Sin embargo, el olvido o el conocimiento parcial de lo ocurrido no obedecen a una intención premeditada, al afán de reconocer el mérito a unos hombres y a otros no; o a ocultar la historia verdadera de cómo surgió aquella iniciativa, quiénes intervinieron en ella y cómo lo hicieron posible.
Por otra parte, aceptar que solamente dos personas hubiesen logrado realizar aquella hazaña, un médico, el doctor Manuel Sánchez Silveira, próximo a cumplir los sesenta y siete años de edad, y Celia Sánchez, una joven que recientemente había celebrado su treinta y tres cumpleaños, resulta extremadamente difícil de creer, si nos detenemos a considerar, que no se trataba simplemente de subir un busto del Maestro y ponerlo en la cima de la montaña, sino de atravesar un inhóspito y peligroso sistema montañoso,  abrirse camino en muchas ocasiones con la ayuda de un machete para poder escalar la empinada cordillera, transportar los materiales imprescindibles (arena, cemento, agua y víveres) para  construir un pedestal que resistiera el embate del viento y la lluvia; realizar la travesía por la Sierra Maestra hasta lo alto del Turquino con un busto, cuyo peso era de 163 libras y con una placa de bronce a cuestas, anclar el primero en lo alto de un zócalo cuya altura era de dos metros, y finalmente incrustar la tarja al frente del monumento.
Revelar el papel que desempeñaron los compatriotas que lograron colocar en la cúspide de la montaña más elevada de Cuba la efigie del Apóstol, entre los que distinguirían los doctores: los doctores Manuel Sánchez Silveira y Gonzalo de Quesada y  Miranda; el arqueólogo y periodista Roberto Pérez de Acevedo, las cubanas Jilma Madera Valiente, Emérita Segredo Carreño, su hermana Sila Segredo Carreño y Celia Sánchez Manduley; así como un grupo de anónimos trabajadores de Ocujal, encabezados por el manzanillero maestro de obras, Armando Torres Ortiz, a quien se le encomendase por el doctor Silveira la subida de los materiales, la construcción del pedestal, y la colocación del busto del Maestro, para que desde la cresta más elevada del archipiélago cubano, velara por los destinos de la patria, constituye no sólo un deber para quienes hemos estudiado el tema, sino una necesidad insoslayable para la historia de la nación.
No fueron pocos los escollos que estos hombres tuvieron que vencer para lograr su noble propósito. Baste señalar entre ellos: la necesidad de solicitar permiso al marqués español, Álvaro Cano, quien  había adquirido la propiedad del Turquino, para que les permitiera a patriotas cubanos colocar en su cima el busto del Maestro; la total indiferencia del gobierno inconstitucional que había usurpado por la fuerza y en contra de la voluntad popular, las riendas de la nación,  el 10 de marzo de 1952, régimen que a pesar de haber recaudado desde el mes de enero de 1953, mediante el Decreto Ley  421/51 “Homenaje del pueblo de Cuba a José Martí”, una millonaria contribución de la ciudadanía para estos festejos, jamás desembolsó un solo centavo para este proyecto, ya que sin lugar a dudas, un monto considerable estaba destinado a engrosar las fortunas particulares de los principales personeros de la dictadura, y finalmente, la de poner al descubierto y enfrentar en plena serranía, la presencia solapada de agentes del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército, infiltrados entre los expedicionarios, que en representación del pueblo develarían  el busto.
Ante la disyuntiva de no contar con el imprescindible financiamiento para acometer la misión que se habían propuesto, se impuso la necesidad de recaudar fondos mediante la venta de diversos objetos alegóricos a Martí, diseñados por  la escultora Jilma Madera, tarea que acometieron los integrantes de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, así como la de promover aportes voluntarios como los realizados por los propios promotores del proyecto, como Quesada, Sánchez Silveira y Jilma, quienes no vacilaron un instante en proporcionar de su peculio personal, el dinero que resultara necesario para garantizar que pudiese develarse el busto en el Año del Centenario del Natalicio del Apóstol, y que al concluir la faena, no quedara debiéndose un centavo a ninguna de las personas implicadas. 
A partir de entonces, el lector podrá apreciar cómo dada la repercusión nacional que alcanzaba la figura del Maestro colocada en lo alto del Turquino, comenzaron a promoverse, a poco más de un año, empeños para situar a su alrededor otros promontorios con imágenes religiosas, como la efigie de virgen de la Caridad del Cobre,  colocada a un lateral del monumento por un grupo de colegiales de los Padres Escolapios de la Víbora, la que ya en la cima, se le ofrendaron flores y a la que rezaron como Patrona de Cuba el Santo Rosario, por el bienestar y la felicidad de todos los cubanos, y por la unión de todos los pueblos de la Tierra; y como poco después profesores y alumnos salesianos del Colegio de San Juan Bosco de Santiago de Cuba, construyeron dos pequeñas capillas en forma de grutas, a la derecha e izquierda de la Virgen de la Caridad del Cobre, en el Pico Turquino, en cuyos interiores se fijaron las estatuillas de María Auxiliadora y San Juan Bosco, ante cuyas representaciones, en un altar improvisado, el capellán y jefe de la expedición, celebró una misa.
Cuando aquel mediodía del 21 de mayo de 1953, la escultora Jilma Madera izaba la enseña nacional en la cúspide cubana y quedaba al  descubierto el busto de José Martí en el Turquino, los alentadores de la idea no alcanzaron a soñar que la cima y las laderas de aquella escarpada prominencia se transformarían cuatro años más tarde, en un símbolo de la resistencia armada, y en el primer frente de combate de nuestro pueblo contra la dictadura batistiana, y que tras la victoria del 1 de enero de 1959, escalar el Turquino se convirtiera en una prueba de patriotismo, espíritu de sacrificio, y de resistencia, de las nuevas oleadas de Jóvenes Rebeldes, Maestros Voluntarios, oficiales, médicos y de otros profesionales que ante el Apóstol juraban fidelidad a la Patria y a la Revolución.
De cara al Sol y en lo alto del Turquino es el resultado de una investigación realizada con el propósito de dotar a todo nuestro pueblo, y especialmente a los maestros, a la familia, a los periodistas y a la juventud cubana, de un texto que les permita conocer en su verdadera dimensión todo lo relacionado con aquel acontecimiento.
Durante todo el proceso investigativo, tuvimos la posibilidad de consultar la amplia documentación existente de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, existente en los archivos del Museo Fragua Martiana, así como poder contar con los testimonios orales, documentos y fotos, facilitados por la doctora Juana Lidia Orille Azcuy, Orlando E. Pita Aragón y Arnoldo Cobo Bonzon, participantes en aquella epopeya, así como de una entrevista realizada por el prestigioso intelectual y periodista Wilfredo Naranjo Gauthier (1988), al maestro de obras, también manzanillero Armando Torres Ortiz, constructor del pedestal, prácticamente desconocida y con las memorias sobre aquella hazaña, inéditas hasta hoy, que nos legara el  médico Gerardo Houguet  Muñoz, uno de los primeros en llegar a la cúspide del Turquino.
Al final, un testimonio gráfico posibilitará disfrutar de una iconografía poco conocida, así como de algunas ilustraciones y documentos inéditos que proporcionarán insertarse en esta apasionante historia, y que constituyen un soporte educativo para quienes tienen la honrosa misión de enseñar.


viernes, 22 de enero de 2016

Los Versos Sencillos de José Martí




 Por Argentina Jiménez
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En 1891 a José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, le publicaron  los Versos Sencillos, poemas llenos de tantos sentimientos, que han  trascendido hasta la actualidad. Antes, al leerlos por primera, escribió: “Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón”.
 En los 46 poemas que conforman los Versos Sencillos afloran sentimientos de quien tanto sufrió y amó, y muchos valores, de validez  mucho más de cien años después de ser escritos: amor, tristeza, añoranza, caballerosidad, sentido de la amistad, devoción por el progenitor, dolor, erotismo, emociones, desdén por lo material, valentía, soledad…
Este último sentimiento se constata en los siguientes versos: “!Vuelve fosca, a su rincón/ El alma trémula y sola. “ Su apego a lo espiritual y no a lo material lo plasma en: “Eva se prendió al oscuro/ Talle el diamante embustero/ Y echó en el alfiletero /El alfiler de oro puro. “ Premonición en los dos versos finales del poema XXIII: “!Yo soy bueno, y como bueno/ Moriré de cara al sol!”. En medio del monte, tal como quería, cayó su cuerpo exánime, atravesado por un balazo del colonialismo español, el 19 de mayo de 1895, en el oriente cubano.
En muchos brota de los más hondo de su ser el patriotismo, intrínseco en su fructífera existencia: “Yo quiero cuando me  muera/ Sin Patria, pero sin amo/ Tener en mi tumba un ramo / De flores, -  y una bandera! “ En su tumba en el cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba, donde reposan sus restos, no falta nunca las flores y la enseña nacional. También,  su rebeldía ante la injusticia: “Rojo como en el desierto/ Salió el sol al horizonte:/Y alumbró a un esclavo muerto,/ Colgado a un seibo del monte./Un niño lo vio: tembló/ De pasión por los que gimen: Y al pie del muerto, juró/ Lavar con su vida el crimen/”.
La decencia y la ética, siempre presente: “¿De mujer? Pues puede ser/ Que mueras de su mordida:/ Pero no empañes tu vida/ Diciendo mal de mujer!” Y en uno de tantos versos sobre la amistad , este con que finalizo: “Tiene el señor presidente/Un jardín con una fuente,/ Y un tesoro en oro y trigo:/ Tengo más, tengo un amigo/”.
El Centro de Estudios Martianos ha editado los Versos Sencillos  de José Martí en cuatro ocasiones, la última en su Colección Colibrí.


lunes, 18 de enero de 2016

Ernesto Che Guevara: Discurso en la conmemoración del natalicio de José Martí




Queridos compañeros: niños y adolescentes de hoy, hombres y mujeres de mañana; héroes de mañana, si es necesario, en los rigores de la lucha armada: héroes, sino, en la construcción pacífica de nuestra nación soberana:
Hoy es un día muy especial, un día que llama a la conversación íntima entre nosotros, los que de alguna manera hemos contribuido con un esfuerzo directo a la Revolución, y todos ustedes.
Hoy se cumple un nuevo aniversario del Natalicio de José Martí, y antes de entrar en el tema quiero prevenirles una cosa: he escuchado hace unos momentos: ¡Viva el Che Guevara!, pero a ninguno de ustedes se le ocurrió hoy gritar: ¡Viva Martí!… y eso no está bien…
Y no está bien por muchas razones. Porque antes que naciera el Che Guevara y todos los hombres que hoy lucharon, que dirigieron como él dirigió; antes que naciera todo este impulso libertador del pueblo cubano, Martí había nacido, había sufrido y había muerto en aras del ideal que hoy estamos realizando.
Más aún, Martí fue el mentor directo de nuestra Revolución, el hombre a cuya palabra había que recurrir siempre para dar la interpretación justa de los fenómenos históricos que estábamos viviendo y el hombre cuya palabra y cuyo ejemplo había que recordar cada vez que se quisiera decir o hacer algo trascendente en esta Patria… porque José Martí es mucho más que cubano: es americano; pertenece a todos los veinte países de nuestro continente y su voz se escucha y se respeta no sólo aquí en Cuba sino en toda América.
Cúmplenos a nosotros el haber tenido el honor de hacer vivas las palabras de José Martí en su Patria, en el lugar donde nació. Pero hay muchas formas de honrar a Martí. Se puede honrarlo cumpliendo religiosamente con las festividades que indican cada año la fecha de su nacimiento, o con el recordatorio del nefasto 19 de mayo de 1895. Se puede honrar a Martí citando sus frases, frases bonitas, frases perfectas, y además, y sobre todo, frases justas. Pero se puede y se debe honrar a Martí en la forma en que él querría que se le hiciera, cuando decía a pleno pulmón: «La mejor manera de decir, es hacer.»
Por eso nosotros tratamos de honrarlo haciendo lo que él quiso hacer y lo que las circunstancias políticas y las balas de la colonia se lo impidieron.
Y no todos, ni muchos -y quizás ninguno- pueda ser Martí, pero todos podemos tomar el ejemplo de Martí y tratar de seguir su camino en la medida de nuestros esfuerzos. Tratar de comprenderlo y de revivirlo por nuestra acción y nuestra conducta de hoy, porque aquella Guerra de Independencia, aquella larga guerra de liberación, ha tenido su réplica hoy y ha tenido cantidad de héroes modestos, escondidos, fuera de las páginas de la historia, y que, sin embargo, han cumplido con absoluta cabalidad los preceptos y los mandatos del Apóstol.
Yo quiero presentarles hoy a un muchacho que quizás muchos de ustedes conozcan ya, y hacer una pequeña historia de aquellos días difíciles de la Sierra.
¿Ustedes lo conocen o no lo conocen? Es el comandante Joel Iglesias, del Ejército Rebelde y el jefe de la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
Ahora les voy a explicar por qué razones está en ese puesto y por qué lo presento con orgullo en un día como hoy.
El comandante Joel Iglesias tiene 17 años. Cuando llegó a la Sierra tenía 15 años. Y cuando me lo presentaron no lo quise admitir porque era muy niño. En aquel momento había un saco de peines de ametralladora -la ametralladora que usaba en aquella época- y nadie lo quería cargar. Se le puso como tarea y como prueba el que llevara ese saco por las empinadas lomas de la Sierra Maestra. El hecho de que esté hoy aquí indica que lo pudo llevar bien.
Pero hay mucho más que eso. Ustedes no habrán tenido tiempo, por el poco espacio que caminó, de ver que cojea de una pierna; ustedes no han podido ver, no han podido oír tampoco, porque no los ha saludado, que tiene la voz ronca y que no se le escucha bien. Ustedes no han podido ver que tiene en su cuerpo 10 cicatrices de balas enemigas y que esa ronquera que tiene, esa cojera gloriosa, son los recuerdos de las balas enemigas, pues siempre estuvo en primer lugar en el combate y en los puestos de mayor responsabilidad.
Yo recuerdo que había un soldado -que después también fue comandante- que murió hace poco por una equivocación trágica.
Ese comandante se llamaba Cristino Naranjo. Tenía cerca de cuarenta años, y el teniente que lo mandaba era el teniente Joel Iglesias, de quince años. Cristino le hablaba de tú a Joel, y Joel, que lo mandaba, le hablaba de usted, Sin embargo, Cristino Naranjo nunca dejó de obedecer una orden, porque en nuestro Ejército Rebelde, siguiendo las orientaciones de Martí, no nos importaban ni los años, ni el pasado, ni la trayectoria política, ni la religión, ni la ideología anterior de un combatiente. Nos importaban los hechos en ese momento y su devoción a la causa revolucionaria.
Nosotros sabíamos también, por Martí, que no importaba el número de armas en la mano, sino el número de estrellas en la frente. Y Joel Iglesias, ya en aquella época, era de los que tenían muchas estrellas en la frente, no esa sola que hoy tiene como comandante del Ejército.
Por eso quería presentárselo en un día como hoy, para que supieran que el Ejército Rebelde se preocupa de la juventud, y de darle a esa juventud que hoy asoma a la vida, lo mejor de sus hombres, lo mejor de sus ejemplos combatientes y de sus ejemplos de trabajo. Porque creemos que así se honra a Martí.
Quisiera decirles a ustedes muchas cosas como esta hoy. Quisiera explicarles, para que me entiendan, para que lo sientan en lo más hondo de sus corazones, el porqué de esta lucha, de la que pasamos con las armas en la mano, de la que hoy sostenemos contra los poderes imperiales, y de la que quizás tengamos todavía que sostener mañana en el campo económico, o aún en el campo armado.
De todas las frases de Martí, hay una que creo que define como ninguna ese espíritu de Apóstol. Es aquella que dice: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.»
Eso era, y es, el Ejército Rebelde y la Revolución cubana. Un Ejército y una Revolución que sienten en conjunto y en cada uno de sus miembros, la afrenta que significa el bofetón dado a cualquier mejilla de hombre en cualquier lugar de la tierra.
Es una Revolución hecha para el pueblo y mediante el esfuerzo del pueblo, que nació de abajo, que se nutrió de obreros y de campesinos, que exigió el sacrificio de obreros y de campesinos en todos los campos y en todas las ciudades de la Isla. Pero que ha sabido también recordarlos en el momento del triunfo.
“CON LOS POBRES DE LA TIERRA QUIERO YO MI SUERTE ECHAR”, decía Martí,… y así mismo, interpretando sus palabras, lo hicimos nosotros.
Hemos venido puestos por el pueblo y dispuestos a seguir aquí hasta que el pueblo lo quiera, a destruir todas las injusticias y a implantar un nuevo orden social.
No le tenemos miedo a palabras, ni a acusaciones, como no tuvo miedo Martí. Aquella vez que en un primero de Mayo, creo que de 1872, en que varios héroes de la clase obrera norteamericana rendían su vida por defenderla y por defender los derechos del pueblo, Martí señalaba con valentía y emoción esa fecha, y marcaba el rostro de quien había vulnerado los derechos humanos, llevando al patíbulo a los defensores de la clase obrera. Y ese primero de Mayo que Martí apuntó en aquella época, es el mismo que la clase obrera del mundo entero, salvo los Estados Unidos, que tienen miedo de recordar esa fecha, recuerdan todos los años en todos los pueblos, y en todas las capitales del mundo, y Martí fue el primero en señalarlo, como siempre era el primero en señalar las injusticias. Como se levantó junto con los primeros patriotas y como sufrió la cárcel a los quince años; y como toda su vida no fue nada más que una vida destinada al sacrificio, pensando en el sacrificio y sabiendo que el sacrificio de él era necesario para la realidad futura, para esta realidad revolucionaria que todos ustedes viven hoy.
Martí nos enseñó esto a nosotros también. Nos enseñó que un revolucionario y un gobernante no pueden tener ni goces ni vida privada, que debe destinarlo todo a su pueblo, al pueblo que lo eligió, y lo manda a una posición de responsabilidad y de combate.
Y también cuando nos dedicamos todas las horas posibles del día y de la noche a trabajar por nuestro pueblo, pensamos en Martí y sentimos que estamos haciendo vivo el recuerdo del Apóstol…
Si de esta conversación entre ustedes y nosotros quedara algo, si no se esfumara, como se van las palabras, me gustaría que todos ustedes en el día de hoy… pensaran en Martí. Pensaran como en un ser vivo, no como un dios ni como una cosa muerta; como algo que está presente en cada manifestación de la vida cubana, como está presente en cada manifestación de la vida cubana la voz, el aire, los gestos de nuestro gran y nunca bien llorado compañero Camilo Cienfuegos. Porque a los héroes, compañeros, a los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron, El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo.
Así como ustedes recuerdan a nuestro Camilo, así deben recordar a Martí, al Martí que habla y que piensa hoy, con el lenguaje de hoy, porque eso tienen de grande los grandes pensadores y revolucionarios: su lenguaje no envejece. Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate.
Esa es mi recomendación final, que se acerquen a Martí sin pena, sin pensar que se acercan a un dios, sino a un hombre más grande que los demás hombres, más sabio y más sacrificado que los demás hombres, y pensar que lo reviven un poco cada vez que piensan en él y lo reviven mucho cada vez que actúan como él quería que actuaran.
Recuerden ustedes que de todos los amores de Martí, su amor más grande estaba en la niñez y en la juventud, que a ellas dedicó sus páginas más tiernas y más sentidas y muchos años de su vida combatiendo.
Para acabar, les pido que me despidan como empezaron, pero al revés: con un Viva Martí, ¡que está vivo!
 28 de enero de 1960

jueves, 14 de enero de 2016

José Martí y su correspondencia epistolar: odas a la amistad, al periodismo y a la independencia de América Latina



Salim Lamrani*
Introducción
 La correspondencia epistolar representa una parte sustancial de la inmensa obra de José Martí, que a menudo privilegió este tipo de comunicación característico de su época. El Apóstol cubano intercambió así, a lo largo de su vida, centenas de cartas y esta abundante correspondencia se explica, entre otros, por el hecho de que pasó una gran parte de su vida en el exilio, lejos de los suyos y de sus seres queridos. La mayor parte del contenido epistolar es de orden político, pero también hay correos más personales, más íntimos, en los cuales expresa sus sentimientos amistosos.
            La amistad es importante para José Martí. En una entrevista con un periodista estadounidense confiaba lo siguiente: “Si me preguntan cuál es la palabra más bella, diré que es patria; y si me preguntan por otra, casi tan bella como patria, diré amistad”. Pues “para todas las penas, la amistad es remedio seguro”. El patriota cubano intercambiaría así una sólida correspondencia con el mexicano Manuel Mercado, su confidente y mejor amigo, su apoyo moral en los momentos difíciles, con el cual mantendría un fuerte lazo fraternal y a quien dedicaría versos poéticos.[
            Así, dos cartas dirigidas a Mercado en 1884 y 1889 son reveladoras del estado de ánimo de José Martí, de sus momentos de debilidad y de sus vicisitudes cotidianas. Del mismo modo otras cuatro cartas enviadas respectivamente a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, Fausto Teodoro de Aldrey, director del periódico La Opinión Nacional de Caracas, Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, al director del diario La República de Honduras, ilustran la rica y abundante colaboración periodística del Apóstol. Por fin, los correos a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington, Pío Víquez, director del periódico El Heraldo de Costa Rica, y Federico Henríquez y Carvajal, ardiente defensor de la emancipación de Cuba, arrojan una luz sobre la dedicación constante del cubano a la libertad de América Latina.
 Manuel Mercado
 Una amistad de más de veinte años unió a Manuel Mercado, abogado mexicano, a José Martí. Manuel Mercado conoció al patriota cubano el 10 de febrero de 1875 cuando ése llegó a México. Ambos intercambiaron una correspondencia variada de más de 140 cartas entre 1875 y 1895. Martí abordó tanto los problemas políticos del continente como temas más personales. Prueba de esta indefectible amistad, la última carta que redactaría Martí en vísperas de su muerte el 18 de mayo de 1895, la dirigiría a su “hermano muy querido, el más querido”.
            Resulta interesante analizar la carta del 13 de noviembre de 1884 que el Maestro escribió a Mercado desde Nueva York. José Martí expresa su estado de ánimo a su confidente y amigo y le hace partícipe a la vez de sus proyectos y de sus dificultades económicas. La misión de su vida sigue siendo la independencia de Cuba, sobre todo tras el fracaso de la primera guerra de liberación entre 1868 y 1878, por la cual se entrega cuerpo y alma en detrimento de su existencia personal. Martí evoca los límites financieros a los cuales se enfrenta en su búsqueda de los recursos necesarios para la consolidación del proyecto patriótico. Sabe que la lucha será “desesperada y larga”. La causa de la libertad devora sus escasos ingresos y, leal a sus principios, su conciencia lo obligó a renunciar al cargo de cónsul interino de la República Oriental de Uruguay –su “único modo de vivir”–, por la “amistad” de Montevideo “con España”, la opresora de Cuba.
Relata a su “hermano” mexicano su encuentro con Máximo Gómez y Antonio Maceo, los dos principales líderes, “valientes y puros”, del movimiento independentista cubano. La reunión es tempestuosa y José Martí se opone a los dos jefes, que desean emprender la batalla por la emancipación de la isla rápidamente. El exilado cubano estima, con razón, que no están reunidas las condiciones para librarse del yugo español. Para él está fuera de cuestión emprender “una campaña incompleta y funesta si no cambia de espíritu”. Hace falta primero federar a las fuerzas patrióticas en una misma estructura para conseguir la unidad necesaria para la victoria de la causa de la libertad. Del mismo modo es imprescindible echar las bases de la futura república antes de lanzar la epopeya revolucionaria, con el fin de evitar que la independencia desemboque en una nueva autocracia.
            Su opinión respecto a los dos patriotas cubanos es severa y expresa sus reservas: “¿A qué echar abajo la tiranía ajena para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia?” Martí acusa a Maceo y a Gómez de querer hacer de la guerra de independencia una “empresa propia” y lamenta la “desdeñosa insolencia” de los dos veteranos respecto a él, cuando dedica todos sus esfuerzos desde hace años a la empresa revolucionaria, “al servicio de mi patria”.
            En esta misiva, Martí solicita la ayuda de su amigo Mercado para que le consiga una colaboración periodística semanal en el Diario Oficial de México sobre los asuntos estadounidenses, lo que le permitiría asegurar su subsistencia y la de su familia. Su contrato con el periódico Sun, en el cual escribe en francés, no le alcanza para hacer frente a los gastos diarios. El exilado cubano propone también a Mercado lanzar una revista mensual desde Nueva York que trataría de política, economía, literatura y arte, y que se distribuiría con una decena de diarios latinoamericanos. Para ello pide una retribución mensual de 120 dólares, sin lograr ocultar su sentimiento de malestar: “¿No ve que me debe estar dando vergüenza hablarle de esto?” Para sobrevivir, Martí se ve obligado a realizar una actividad comercial que le provoca “disgusto”. Para enfatizar la urgencia de la situación, termina su carta con un implorante “ayúdeme”.
            Esta carta a su amigo mexicano es doblemente interesante. Ilustra primero el profundo desacuerdo político de José Martí con Antonio Maceo y Máximo Gómez sobre la estrategia a adoptar para poner fin al colonialismo español y edificar una patria soberana. Por otra parte, este intercambio epistolar muestra la dura vida cotidiana del exilado cubano en Nueva York, afrontado regulares vicisitudes al punto de que no logra asegurar su propia subsistencia ni la de sus seres queridos.
            Otra carta a Manuel Mercado de diciembre de 1889 muestra hasta qué punto el amigo mexicano es el verdadero confidente de Martí. “¿Por qué no he de hablarle más que de mí en mis cartas?”, pregunta el cubano. El patriota se disculpa por la escasez de los intercambios epistolares. Se dedica por completo a la defensa de sus “ideas queridas” y de sus “deberes públicos”. Solo tiene una cosa en mente: “mi tierra y mis otras tierras americanas”. El año es importante ya que Martí participa como delegado en la Conferencia Panamericana de Washington y pronuncia su famoso discurso “Madre América”. Ya no hay tiempo para “escribir a la madre enojada, o al hermano ejemplar, o al generoso hermano literario, o a los entusiastas amigos”. Pero en cuanto coge la pluma no puede dejar de hablar de su propia persona, como si desease satisfacer esa irreprimible necesidad de confesión.
            Martí informa al amigo mexicano de que dedica toda su energía y sus limitados recursos a luchar contra la “la política de intriga y división” que lleva Estados Unidos “con daño general de nuestra América”. “¡Qué esfuerzos para hacerles entender que México no es su enemigo, sino en cuanto ellos se presten a ser aliados de los enemigos de México!”, lamenta el cubano. “Quiero libre a mi tierra –y a mi América libre”.
 La amistad –profunda y sincera– fue el vector de la relación entre José Martí y Manuel Mercado. El cubano encontró en el mexicano al asesor precioso, al confidente fiable y al hermano que siempre quiso tener.
 Colaboraciones periodísticas
 José Martí desarrolló a lo largo de su vida una intensa actividad periodística y colaboró en muchos diarios y revistas. Esta relación profesional también se transformó en relación amistosa con los directores de los periódicos que publicaron sus trabajos. Las cartas intercambiadas con ellos tienen a la vez un contenido profesional y, a veces, un lado más íntimo.
            En una carta a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, del 27 de noviembre de 1877, Martí expresa su agradecimiento por la publicación de un artículo elogioso sobre el discurso que pronunció el 15 de septiembre de 1877 por la conmemoración de la independencia de Guatemala. En efecto, Martí había rendido homenaje a la nación centroamericana que ofrecía al exilado perseguido una generosa hospitalidad: “Canté a la Guatemala laboriosa […].Canté una estrofa del canto americano”.
            No obstante Martí rechaza la crítica que aparece al final del artículo y recuerda algunos hechos. En su discurso vibrante pero sin concesiones, el Maestro defendió la causa indígena, recordando que los pueblos precolombinos constituían el alma de la patria guatemalteca: “Volví los ojos hacia los pobres indios, tan aptos para todo y tan destituidos de todo, herederos de artistas y maestros, de los trabajadores de estatuas, de los creadores de tablas astronómicas, de la gran Xelahú, de la valerosa Utatlán”.
El cubano defendió esta “América fabulosa”, denunciando las “rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones”, que constituyen obstáculos al progreso humano y a la unión continental. “Ensalzando a la trabajadora Guatemala, y excitándola a su auge y poderío, ¿habré obrado contra ella? Rogando a una hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia?”. He aquí las respuestas interrogativas de Martí a sus detractores. No vive para brindar alabanzas halagüeñas, sino para decir la verdad: “Un hombre nace para vencer, no para halagar”. La pasión explica su vehemencia y solo lo mueve el amor que siente por Guatemala.
         El orador concluye su carta con ardor:
               Estoy orgulloso, ciertamente, de mi  amor a los hombres, de mi
               apasionado afecto a todas estas tierras, preparadas a común destino
               por  iguales y cruentos dolores. Para ellas trabajo, y les hablaré
             siempre con el     entusiasmo y la rudeza […] de un hijo amantísimo,
  
             que no quiere que sus amigos llamen a la energía necesaria,
             inoportunidad; a las resistencias   sordas, circunstancias.
Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio. Nada me abatirá; nadie me lo impedirá. Si tengo sangre ardiente, no me lo reproche U., que tiene sangre aragonesa.
Ud. me ha hecho mucho bien: –hágame aún más. No diga U. de mí, –que eso vale poco: “Escribió bien”, “habló bien”. –Diga U., en vez de esto: “Es un corazón sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado”.
     Decir la verdad, sin hipocresía, a los seres estimados y para quienes uno desea lo mejor. Tal es la concepción de la amistad de José Martí.
     En una carta de despedida a su amigo Fausto Teodoro de Aldrey, director del diario La Opinión Nacional de Caracas, del 27 de julio de 1881, José Martí le anuncia la inminencia de su salida de Venezuela para Nueva York y le expresa en términos cálidos su amistad y gratitud. Su apego a la tierra de Bolívar donde vivió varios meses es sincero. Se lleva las “tiernas muestras de afecto” que recibió, los “hidalgos corazones” y “los ideales enérgicos”. Martí se reivindica hijo de Venezuela e hijo de América, dispuesto a servir la causa de la emancipación. Informa también a Aldrey de que deja de aparecer su Revista Venezolana y se despide con hermoso homenaje: “A este noble país, urna de glorias; a sus hijos, que me han agasajado como a hermano; a Ud., lujoso de bondades para conmigo, envía, con agradecimiento y con tristeza, su humilde adiós José Martí”.
            En otra misiva a Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, del 19 de diciembre de 1882, Martí expresa su alegría al recibir la correspondencia de sus amigos, sobre todo cuando una comunidad de ideales y pensamientos une a las personas.
            El cubano responde positivamente a una propuesta de colaboración mensual en el diario argentino. A partir de enero de 1883 mandará sus crónicas sobre Estados Unidos desde Nueva York, pero usará su pluma para emitir críticas constructivas: “Suelo ser caluroso en la alabanza […]. Cuando haya cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas”. Lamenta por ejemplo “este amor exclusivo, vehemente y desasosegado de la fortuna material”, que corrompe las sociedades de América.
            Martí aprovecha la carta para revelar detalles más íntimos. Así, confiesa que no ha visto a su mujer y a su hijo desde hace “dos años” hasta su visita de diciembre de 1882. Martí resulta perturbado por esa ausencia familiar y afectiva, así como por su aclimatación difícil a la ciudad de Nueva York que le han quitado “el sosiego de espíritu y claridad de mente necesarios para escribir con honradez y serenidad cosas que han de leer gentes sensatas”. También le hace partícipe de sus aprietos económicos ya que apenas dispone del “papel” necesario para redactar la carta.
            Por otra parte, en una carta del 8 de julio de 1886 al director de La República de Honduras, José Martí lo informa de que redactará “periódicamente” para el diario una revista sobre la vida en Estados Unidos que sería de interés para la nación centroamericana. “La cultura no ha tenido todavía tiempo de distribuirse en la masa con la abundancia necesaria”, apunta el cubano. Es necesario brindarla a “nuestros pobres pueblos nuevos, bautizados en la ignorancia y en el odio”.
            José Martí denuncia también las “resistencias de los privilegios”, las “acumulaciones de poder en los caudillos populares”, el “desdichado servimiento de los hombres cultos”, las “mismas guerras frecuentes” que llevan a América Latina a la ruina y al deshonor. Al contrario es preciso sustituir ello por “la fe en nuestras fuerzas propias, el conocimiento de nuestras necesidades verdaderas, el desdén de los combates inútiles, y las virtudes de los trabajadores”.
            Martí, respetando las conveniencias, alaba el camino escogido por Honduras aunque peque de exageración: “Acá en Nueva York, por ejemplo, apenas hay país hispanoamericano que esté ante el público con más gallardía que Honduras”. Apunta con placer evidente que ese país, cuyos intereses se representan en “uno de los más bellos edificios de Nueva York”, suscita la apetencia de los hombres de negocios por sus riquezas naturales. El cubano concluye su misiva informando al director de que transmitirá todas las noticias de interés sobre todos los aspectos de la sociedad estadounidense.
     Las colaboraciones periodísticas de José Martí dan una idea de su impresionante actividad intelectual y de su prestigio por todo el continente. Los diarios latinoamericanos más importantes solicitaron regularmente los análisis del patriota cubano
 La independencia de América Latina
    La independencia de América Latina fue la obra de toda la vida de José Martí. La corta misiva del 10 de abril de 1890 a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington y futuro presidente de Argentina (1910-1914), ilustra la dedicación constante de Martí a la libertad del continente. Es solo un ejemplo entre muchos.           
            En una carta del 8 de julio de 1893 a Pío Víquez, fundador del diario El Heraldo de Costa Rica, amigo íntimo que le tendió una mano fraterna en momentos difíciles, el Maestro llama a “mantener a esta América nuestra”. Aprovecha la ocasión para rendir tributo a Costa Rica que le abrió brazos acogedores: “Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva”.
            José Martí también tuvo un intercambio epistolar con el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, gran partidario de la independencia de Cuba. Su carta más célebre sigue siendo la enviada el 25 de marzo de 1895, el mismo día que redactó el Manifiesto de Montecristi con Máximo Gómez, que echa las bases de la Segunda Guerra de Independencia. En esta carta de despedida, Martí expresa su sentimiento. En vísperas de su salida para Cuba (el 11 de abril), se muestra lúcido en cuanto a los peligros: es tiempo de “encarar la muerte” para salvar a “la patria cuajada de enemigos”. Era inconcebible para el patriota cubano no participar en “la guerra necesaria” pues no se puede “predic[ar] la necesidad de morir y no empez[ar] por poner en riesgo su vida”. Martí es consciente de lo que le reserva el porvenir y no aspira a nada más que realizar su sueño de libertad: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber […].Quien piensa en sí, no ama a la patria […]. Mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”. Visionario, Martí sabe que el futuro de América Latina, amenazada por un poderoso vecino, depende de la libertad de Cuba: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa […]. Si caigo, será también por la independencia de su patria”.
     El Apóstol cubano dedicó así todas sus fuerzas a dos grandes misiones durante su existencia: la libertad de América latina y la realización del proyecto bolivariano de una unidad continental.
 Conclusión
    En estos intercambios epistolares a la vez políticos, profesionales y amistosos, se ve el lado humano y frágil del exilado cubano, atormentado por las dudas y las dificultades financieras, lejos de sus seres queridos, que solicita la ayuda material y sobre todo moral de Manuel Mercado, el amigo íntimo, el confidente. Cabalmente dedicado a la causa suprema de la libertad, José Martí atravesó la vida cual un sacerdocio y el sufrimiento y la soledad marcaron el camino tortuoso de su existencia.
            Se descubre también al periodista perspicaz, prolijo e informado, sutil observador de la sociedad estadounidense y de las sociedades latinoamericanas, que multiplica las colaboraciones en el continente, y cuyo análisis fino e implacable es apreciado por las elites intelectuales latinoamericanas.
            Se ve finalmente al José Martí patriota, plenamente dedicado a la causa de la independencia de Cuba y del continente latinoamericano. Clarividente en cuanto al peligro que representan las ambiciones expansionistas de Washington, obra para despertar las conciencias e impedir el desarrollo del tenebroso proyecto estadounidense.

 *Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, the Media, and the Challenge of Impartiality, New York, Monthly Review Press, 2014, con un prólogo de Eduardo Galeano.