martes, 26 de enero de 2016

Monumento a José Martí en el Pico del Turquino




Introducción  del profesor Carlos Manuel Marchante Castellanos Marchante a su libro  De cara al Sol y en lo alto del Turquino
El monumento a José Martí en lo más alto del Pico Real del Turquino ha devenido lugar histórico de profunda significación patriótica para todos los cubanos.
No obstante, con el transcurso del tiempo, la historia verdadera de cómo fue realizada la proeza de su colocación, se ha desvanecido de tal forma, que al formularle una simple pregunta a cualquier individuo sobre este acontecimiento, solo unos pocos, aciertan en parte, a dar una respuesta correcta. Pregúntese usted mismo, y extienda la interrogante a sus más cercanos colaboradores y familiares.  Resultará muy probable que quienes más se acerquen a la verdad, respondan: No recuerdo la fecha, pero me parece que fueron Celia y el padre.
Sin embargo, el olvido o el conocimiento parcial de lo ocurrido no obedecen a una intención premeditada, al afán de reconocer el mérito a unos hombres y a otros no; o a ocultar la historia verdadera de cómo surgió aquella iniciativa, quiénes intervinieron en ella y cómo lo hicieron posible.
Por otra parte, aceptar que solamente dos personas hubiesen logrado realizar aquella hazaña, un médico, el doctor Manuel Sánchez Silveira, próximo a cumplir los sesenta y siete años de edad, y Celia Sánchez, una joven que recientemente había celebrado su treinta y tres cumpleaños, resulta extremadamente difícil de creer, si nos detenemos a considerar, que no se trataba simplemente de subir un busto del Maestro y ponerlo en la cima de la montaña, sino de atravesar un inhóspito y peligroso sistema montañoso,  abrirse camino en muchas ocasiones con la ayuda de un machete para poder escalar la empinada cordillera, transportar los materiales imprescindibles (arena, cemento, agua y víveres) para  construir un pedestal que resistiera el embate del viento y la lluvia; realizar la travesía por la Sierra Maestra hasta lo alto del Turquino con un busto, cuyo peso era de 163 libras y con una placa de bronce a cuestas, anclar el primero en lo alto de un zócalo cuya altura era de dos metros, y finalmente incrustar la tarja al frente del monumento.
Revelar el papel que desempeñaron los compatriotas que lograron colocar en la cúspide de la montaña más elevada de Cuba la efigie del Apóstol, entre los que distinguirían los doctores: los doctores Manuel Sánchez Silveira y Gonzalo de Quesada y  Miranda; el arqueólogo y periodista Roberto Pérez de Acevedo, las cubanas Jilma Madera Valiente, Emérita Segredo Carreño, su hermana Sila Segredo Carreño y Celia Sánchez Manduley; así como un grupo de anónimos trabajadores de Ocujal, encabezados por el manzanillero maestro de obras, Armando Torres Ortiz, a quien se le encomendase por el doctor Silveira la subida de los materiales, la construcción del pedestal, y la colocación del busto del Maestro, para que desde la cresta más elevada del archipiélago cubano, velara por los destinos de la patria, constituye no sólo un deber para quienes hemos estudiado el tema, sino una necesidad insoslayable para la historia de la nación.
No fueron pocos los escollos que estos hombres tuvieron que vencer para lograr su noble propósito. Baste señalar entre ellos: la necesidad de solicitar permiso al marqués español, Álvaro Cano, quien  había adquirido la propiedad del Turquino, para que les permitiera a patriotas cubanos colocar en su cima el busto del Maestro; la total indiferencia del gobierno inconstitucional que había usurpado por la fuerza y en contra de la voluntad popular, las riendas de la nación,  el 10 de marzo de 1952, régimen que a pesar de haber recaudado desde el mes de enero de 1953, mediante el Decreto Ley  421/51 “Homenaje del pueblo de Cuba a José Martí”, una millonaria contribución de la ciudadanía para estos festejos, jamás desembolsó un solo centavo para este proyecto, ya que sin lugar a dudas, un monto considerable estaba destinado a engrosar las fortunas particulares de los principales personeros de la dictadura, y finalmente, la de poner al descubierto y enfrentar en plena serranía, la presencia solapada de agentes del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército, infiltrados entre los expedicionarios, que en representación del pueblo develarían  el busto.
Ante la disyuntiva de no contar con el imprescindible financiamiento para acometer la misión que se habían propuesto, se impuso la necesidad de recaudar fondos mediante la venta de diversos objetos alegóricos a Martí, diseñados por  la escultora Jilma Madera, tarea que acometieron los integrantes de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, así como la de promover aportes voluntarios como los realizados por los propios promotores del proyecto, como Quesada, Sánchez Silveira y Jilma, quienes no vacilaron un instante en proporcionar de su peculio personal, el dinero que resultara necesario para garantizar que pudiese develarse el busto en el Año del Centenario del Natalicio del Apóstol, y que al concluir la faena, no quedara debiéndose un centavo a ninguna de las personas implicadas. 
A partir de entonces, el lector podrá apreciar cómo dada la repercusión nacional que alcanzaba la figura del Maestro colocada en lo alto del Turquino, comenzaron a promoverse, a poco más de un año, empeños para situar a su alrededor otros promontorios con imágenes religiosas, como la efigie de virgen de la Caridad del Cobre,  colocada a un lateral del monumento por un grupo de colegiales de los Padres Escolapios de la Víbora, la que ya en la cima, se le ofrendaron flores y a la que rezaron como Patrona de Cuba el Santo Rosario, por el bienestar y la felicidad de todos los cubanos, y por la unión de todos los pueblos de la Tierra; y como poco después profesores y alumnos salesianos del Colegio de San Juan Bosco de Santiago de Cuba, construyeron dos pequeñas capillas en forma de grutas, a la derecha e izquierda de la Virgen de la Caridad del Cobre, en el Pico Turquino, en cuyos interiores se fijaron las estatuillas de María Auxiliadora y San Juan Bosco, ante cuyas representaciones, en un altar improvisado, el capellán y jefe de la expedición, celebró una misa.
Cuando aquel mediodía del 21 de mayo de 1953, la escultora Jilma Madera izaba la enseña nacional en la cúspide cubana y quedaba al  descubierto el busto de José Martí en el Turquino, los alentadores de la idea no alcanzaron a soñar que la cima y las laderas de aquella escarpada prominencia se transformarían cuatro años más tarde, en un símbolo de la resistencia armada, y en el primer frente de combate de nuestro pueblo contra la dictadura batistiana, y que tras la victoria del 1 de enero de 1959, escalar el Turquino se convirtiera en una prueba de patriotismo, espíritu de sacrificio, y de resistencia, de las nuevas oleadas de Jóvenes Rebeldes, Maestros Voluntarios, oficiales, médicos y de otros profesionales que ante el Apóstol juraban fidelidad a la Patria y a la Revolución.
De cara al Sol y en lo alto del Turquino es el resultado de una investigación realizada con el propósito de dotar a todo nuestro pueblo, y especialmente a los maestros, a la familia, a los periodistas y a la juventud cubana, de un texto que les permita conocer en su verdadera dimensión todo lo relacionado con aquel acontecimiento.
Durante todo el proceso investigativo, tuvimos la posibilidad de consultar la amplia documentación existente de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano de la Universidad de La Habana, existente en los archivos del Museo Fragua Martiana, así como poder contar con los testimonios orales, documentos y fotos, facilitados por la doctora Juana Lidia Orille Azcuy, Orlando E. Pita Aragón y Arnoldo Cobo Bonzon, participantes en aquella epopeya, así como de una entrevista realizada por el prestigioso intelectual y periodista Wilfredo Naranjo Gauthier (1988), al maestro de obras, también manzanillero Armando Torres Ortiz, constructor del pedestal, prácticamente desconocida y con las memorias sobre aquella hazaña, inéditas hasta hoy, que nos legara el  médico Gerardo Houguet  Muñoz, uno de los primeros en llegar a la cúspide del Turquino.
Al final, un testimonio gráfico posibilitará disfrutar de una iconografía poco conocida, así como de algunas ilustraciones y documentos inéditos que proporcionarán insertarse en esta apasionante historia, y que constituyen un soporte educativo para quienes tienen la honrosa misión de enseñar.


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