Por: Argentina Jiménez
En los bancos alrededor de
las ceibas y laureles del parque de la Fraternidad, aledaño a las calles
Amistad y Dragones, en el municipio de Centro Habana, próximo al Capitolio
Nacional, compartían sueños y esperanzas un grupo de jóvenes revolucionarios
Posterior al triunfo de
enero de 1959 el general Efigenio Ameijeiras Delgado escribió: “Siempre que
vengo hasta aquí me invade el recuerdo de
Osvaldo Socarrás Martínez”, uno de los asiduos visitantes del lugar,
oriundo de Santa Clara, provincia de Las Villas, hoy Villa Clara.
Nació el 27 de noviembre de
1918, no terminó los estudios en la enseñanza primaria y llegó a la capital en
busca de mejora económica. Trabajó en cuanto se presentaba, machetero en
tiempos de zafra y parqueador, su último “empleo”.
A Efigenio le dijo un compañero, a quien
apodaban El Colorao: “Cada vez que llega una zafra él viene a mi mente. Soca era un gran compañero dispuesto a socorrer a cualquier amigo y en el corte no era
segundo de nadie”. De una seria adversidad afrontada durante una zafra en
Camagûey reafirma que “en esos momentos Socarrás estaba allí, alentándome”.
Ese subempleado en una
piquera próxima a la antigua tienda Sears confesó en una entrevista en el
periódico Hoy siete meses después
del golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952, que lo que percibía le daba para pagar una cama
donde dormir en una posada, porque carecía de vivienda, comer una completa –un
plato de comida toda junta-, dos veces si el día era bueno, una si malo y
ninguna si muy malo. Denunciaba públicamente que los pobres solo habían
recibido de los gobiernos de turno hambre y miseria cada vez más creciente.
Integrante de la célula del Parque
de la Fraternidad, del Movimiento gestado por Fidel Castro, encontró en la lucha contra
el dictador Batista la vía para liberar al país de tanta ignominia,… y fue
escogido para formar parte de quienes acudieron a las acciones del 26 de julio
de 1953.
Cordial
en el trato, de carácter jovial y jocoso, estuvo entre quienes acompañaron a
Abel Santamaría, el segundo al mando de la acción, en la toma del hospital
Saturnino Lora y combatió mientras le quedó una bala en su escopeta, como todo
el grupo que acudió allí. Trasladado a golpes y empujones hasta el cuartel
Moncada corrió la misma suerte que sus compañeros: las torturas y asesinato.
Sus restos no solo yacen en
el Retablo de los Héroes en el cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde
reposan los de los moncadistas asesinados o muertos después, sino, como le
escribió Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, en los dos últimos versos de un
poema: Parqueas el sol de tu nombre/ En
un espacio de la gloria.
acudió a la cita desconocida con una
motivación superior al ímpetu con que empuñaba el machete en los campos de caña
para ganarse unos quilos más.
camposanto.
la vanguardia que asaltó el
Moncada. acudió a la cita desconocida con una motivación superior al ímpetu con
que empuñaba el machete en los campos de caña para ganarse unos quilos más.
Los 33 muertos en esta
fortaleza fueron enterrados en nueve tumbas, de tres o cuatro cadáveres cada
una, en el cementerio Santa Ifigenia,
y rescatados por René Guitart Rodríguez cuando supo que serían tirados juntos
en un osario.
“tenía tres cosas capaces de
mover una montaña: la amistad, el amor y el hambre. La amistad era de
Entre los tantos pobres
antes de 1959, ese parqueador en una piquera próxima a la antigua tienda Sears
figuraba como uno de los más humildes. Pudo conseguir ese trabajo, confesó en
una entrevista del periódico Hoy siete meses después del golpe de Estado en
1952, que le daba para pagar una cama donde dormir en una posada, porque
carecía de vivienda, comer una completa, dos veces si el día era bueno, una si
malo y ninguna si muy malo.
No tenía pelos en la lengua
para denunciar públicamente que los pobres solo habían recibido de los
gobiernos de turno hambre y miseria cada vez más creciente. Por ello un día
secuaces de la tiranía le dijeron que la iba a perder.
No tenía pelos en la lengua
para denunciar Por ello un día secuaces de la tiranía le dijeron que la iba a
perder.
Ignoraba dirigida por Antonio –Ñico- López Fernández,n en sus charlas cotidianas
que estaban haciendo historia
figuraba como uno de los pobres más humildes.
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