viernes, 2 de diciembre de 2016

60 años después: Vivencias de los expedicionarios del yate Grama en diciembre de 1956 (I)



Por: Argentina Jiménez
2 de diciembre de 1956: Han transcurrido siete azarosos días por un mar embravecido desde la salida de Tuxpan, México. Desembarcan Fidel y otros 81 expedicionarios del yate Granma por Los Cayuelos, a dos kilómetros de Las Coloradas, el lugar previsto. Comienza una odisea para esos hombres que venían a cumplir la promesa del Líder revolucionario: Seremos libres o seremos mártires.

Apenas queda combustible en los tanques para unos minutos de navegación.  Fidel pregunta si ese que se vislumbra es territorio firme de Cuba. Ante una positiva respuesta del capitán, le dice: “Bueno, entonces ponme los motores a toda velocidad y enfila por ahí mismo hacia la costa hasta donde llegue”.
Más o menos a las 6:30 a.m., encalla la embarcación  a  unos sesenta metros de la orilla. Bajan de la nave con el agua  a la cintura o el pecho. Les espera “la peor ciénaga que jamás haya visto u oído hablar de ella”, escribió Raúl Castro ese día en su diario. Ahora la lucha es contra el mangle. Lecho fangoso, movedizo, traicionero. Andan más de una hora y apenas han avanzado. Largo rato después,  desfallecidos,  con las manos heridas por las espinas y los filos de las hojas que desgarran los uniformes, acompañados por una nube de mosquitos y jejenes, llegan a tierra firme. Cada uno por un lugar distinto. Luis Crespo descubre a lo lejos una casa y hacia allí se dirigen.
-“No tenga miedo, dice el jefe al dueño, yo soy Fidel Castro. Estos hombres y yo venimos a libertar a Cuba”.  El campesino se ofrece a preparar algo de comer, pero se escuchan unos disparos a lo lejos y  Fidel da la orden de reiniciar la marcha.  Llegan a un montecito y permanecen ocultos para esperar al pequeño grupo de Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición. Poco después  vuelve a ordenar:  “avanzar a toda costa, aun en caso de dispersión, hacia la Sierra Maestra”.
Alrededor del mediodía la vanguardia de la columna  tropieza con otro campesino. Ofrece agua a cada uno en la medida que van pasando. Extenuados, hambrientos detienen la marcha, descansan.
Relata Raúl en su diario: “Avanzamos por una manigua de mucha hierba, pero de pocos árboles. Había que tirarse en el suelo cada rato. Ese día no habíamos probado bocado alguno de comida. Estuvimos dando varias vueltas completamente perdidos hasta que valiéndonos de las orientaciones del primer campesino pudimos orientarnos algo. Dormimos todos extenuados esa noche y sin comer. Faena inmensa la de ese 2 de diciembre.”
(Fuente Diario de la guerra. Diciembre de 1956…)

 

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