miércoles, 12 de noviembre de 2014

Testimonio de un prisionero de guerra




Argentina Jiménez
Casi tres años en una celda oscura, fría, fétida; heridos sin la atención médica requerida; en absoluto aislamiento; intermitentes interrogatorios; incertidumbre por el destino de sus vidas, y muchas otras vivencias, tras ser capturado por militares sudafricanos, cuenta  Carlos Alberto Marú Mesa en su libro Prisioneros de guerra.  
Testimonio de la solidaridad de Cuba con Angola, que recién  había proclamado su independencia, de la cual se cumplen 39 años este noviembre, en lenguaje sencillo, ameno, el autor describe sus recuerdos sobre las vicisitudes afrontadas por él, Roberto Morales Bellma y Ezequiel David Garcés Mustelier, quienes después de un combate y tenaz resistencia quedaron heridos en territorio ocupado por el enemigo y hechos prisioneros.
Conmovedor el relato de los días previos a ser apresados, durante los cuales deambularon sin comida, agua, perdiendo sangre por sus heridas abiertas y sin vitalidad para moverse, en el caso de Marú; con un brazo totalmente destrozado y otras lesiones Roberto, y Ezequiel también en mal estado.
 Puede constatarse a través de la lectura, el comportamiento digno y firme, y la confianza en que no serían olvidados por su Patria, de los tres jóvenes cubanos durante los dos años, ocho meses y 21 días de cautiverio, y nos ofrece un cuadro muy completo de cómo vivía la población negra bajo el apartheid comprobado en el trato a los prisioneros de ese color e incluso en el desprecio por quienes hablaban el afrikáans y no inglés, otra expresión del  racismo más cruel imperante en esa sociedad.
 Una de las enseñanzas de este título es cómo debe actuar cada revolucionario ante todas las circunstancias de la vida.
Constituye el texto, además, una denuncia sobre el incumplimiento, con ellos, de los convenios de Ginebra acerca del trato a los prisioneros de guerra, bien observados por las tropas angolano-cubanas con los ocho jóvenes de Sudáfrica capturados, por quienes fueron intercambiados.
Emocionante para los tres jóvenes cubanos el momento cuando a Roberto se le ocurrió silbar La Guantanamera, lo imitó Carlos y lo mismo hizo Ezequiel. Ya sabían que se encontraban en el mismo lugar y desde entonces esa canción símbolo de cubanía devino “el principal lazo de unión para saber que estábamos vivos  y que nos manteníamos firmes en nuestras posiciones”, en el tiempo que los tuvieron incomunicados.
De regreso del huerto atendido por ellos en los últimos meses de cautiverio, escucharon en el televisor del oficial de guardia sobre un canje de prisiones entre el gobierno de Angola y el de Sudáfrica, y en la pantalla vieron las fotos de los tres. “Había llegado el momento que ansiábamos durante tanto tiempo”...
Tensos los minutos mientras esperaban, una vez en territorio angolano, los procedimientos para el canje de prisiones. Ellos, en un lado, y los ocho sudafricanos en el otro, y los momentos de alegría a partir de entonces. El encuentro con los compañeros que los esperaban, entre ellos Jorge Risquet Valdés, jefe de la Misión Civil cubana en el país afrcano; después en Luanda, con el Presidente de Angola Agosthino Neto; el regreso a Cuba y el interminable abrazo de Marú con su mamá. Es un libro que todo patriota no debía dejar de leer.


































No hay comentarios:

Publicar un comentario