Argentina
Jiménez
Casi
tres años en una celda oscura, fría, fétida; heridos sin la atención médica
requerida; en absoluto aislamiento; intermitentes interrogatorios; incertidumbre
por el destino de sus vidas, y muchas otras vivencias, tras ser capturado por
militares sudafricanos, cuenta Carlos
Alberto Marú Mesa en su libro Prisioneros
de guerra.
Testimonio de la solidaridad de Cuba con
Angola, que recién había proclamado su
independencia, de la cual se cumplen 39 años este noviembre, en lenguaje
sencillo, ameno, el autor describe sus recuerdos sobre las vicisitudes
afrontadas por él, Roberto Morales Bellma y Ezequiel David Garcés Mustelier,
quienes después de un combate y tenaz resistencia quedaron heridos en
territorio ocupado por el enemigo y hechos prisioneros.
Conmovedor
el relato de los días previos a ser apresados, durante los cuales deambularon sin
comida, agua, perdiendo sangre por sus heridas abiertas y sin vitalidad para
moverse, en el caso de Marú; con un brazo totalmente destrozado y otras
lesiones Roberto, y Ezequiel también en mal estado.
Puede constatarse a través de la lectura, el
comportamiento digno y firme, y la confianza en que no serían olvidados por su
Patria, de los tres jóvenes cubanos durante los dos años, ocho meses y 21 días
de cautiverio, y nos ofrece un cuadro muy completo de cómo vivía la población
negra bajo el apartheid comprobado en el trato a los prisioneros de ese color e
incluso en el desprecio por quienes hablaban el afrikáans y no inglés, otra expresión
del racismo más cruel imperante en esa
sociedad.
Una de las enseñanzas de este título es cómo
debe actuar cada revolucionario ante todas las circunstancias de la vida.
Constituye
el texto, además, una denuncia sobre el incumplimiento, con ellos, de los
convenios de Ginebra acerca del trato a los prisioneros de guerra, bien
observados por las tropas angolano-cubanas con los ocho jóvenes de Sudáfrica capturados,
por quienes fueron intercambiados.
Emocionante
para los tres jóvenes cubanos el momento cuando a Roberto se le ocurrió silbar La Guantanamera, lo
imitó Carlos y lo mismo hizo Ezequiel. Ya sabían que se encontraban en el mismo
lugar y desde entonces esa canción símbolo de cubanía devino “el principal lazo
de unión para saber que estábamos vivos
y que nos manteníamos firmes en nuestras posiciones”, en el tiempo que
los tuvieron incomunicados.
De
regreso del huerto atendido por ellos en los últimos meses de cautiverio,
escucharon en el televisor del oficial de guardia sobre un canje de prisiones
entre el gobierno de Angola y el de Sudáfrica, y en la pantalla vieron las
fotos de los tres. “Había llegado el momento que ansiábamos durante tanto
tiempo”...
Tensos
los minutos mientras esperaban, una vez en territorio angolano, los
procedimientos para el canje de prisiones. Ellos, en un lado, y los ocho
sudafricanos en el otro, y los momentos de alegría a partir de entonces. El
encuentro con los compañeros que los esperaban, entre ellos Jorge Risquet
Valdés, jefe de la Misión Civil
cubana en el país afrcano; después en Luanda, con el Presidente de Angola
Agosthino Neto; el regreso a Cuba y el interminable abrazo de Marú con su mamá.
Es un libro que todo patriota no debía dejar de leer.
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