martes, 4 de noviembre de 2014

En la selva boliviana no murió el sueño del Che





Argentina Jiménez

Liberar la América Nuestra impregnaba los sentidos de Ernesto Guevara de la Serna, desde muy joven, continuador como fue de los ideales de San Martín, Bolívar, Sucre, Martí, y otras excelsas figuras de las luchas por la independencia de la Patria grande.
Guatemala, Cuba, Congo (L), nutrieron de experiencias su afán por redimir los países latinoamericanos. Y llegó la hora de brindar sus esfuerzos a otros pueblos del mundo.
A Bolivia arribó con su bandera libertaria. Por inhóspitos parajes de su naturaleza exuberante y difícil avanzó con compañeros de varias nacionalidades que lo secundaron en sus aspiraciones, sin que obstáculos de todo tipo mellaran su decisión.
Traumático su andar desde su llegada a Ñacahuasú hasta la quebrada del Yuro, perseguido por una fuerza bien armada, entrenada y superior en efectivos (50 soldados por cada guerrillero), a la cual asestó duros golpes, reconocidos por el alto mando enemigo.
Como compañía permanente, caminos escabrosos, quebradas, grandes alturas, ríos crecidos; largas caminatas -algunos descalzos y casi desnudos-, hambre, fatiga; ausencia de apoyo campesino, de comunicación con Cuba, con los clandestinos de la capital boliviana y la Retaguardia -de cuyo grupo tuvo necesidad de separase debido a la situación física y enfermedad de sus integrantes- y delaciones, no mermaron el espíritu del Guerrillero Heroico, donde no había cabida para el derrotismo
Buscó tiempo, siempre escaso, para anotar en su Diario las incidencias de cada jornada; analítico como era, expresó su valoración de algunos combatientes, defectos y virtudes; exaltó a quienes sobresalían en las misiones encomendadas, criticó a aquellos que la merecían por indisciplinas o conductas inapropiadas imposibles de tolerar en la guerrilla. No olvidó el cumpleaños de seres queridos.
“Jefe fraternal y humano sabía también ser exigente y en ocasiones severo; (…) Basaba la disciplina en la conciencia moral del guerrillero y en la fuerza tremenda de su propio ejemplo.”*
Tantas vicisitudes desde el 3 de noviembre de 1966 hasta el 7 de octubre de 1967 las refleja con elocuencia en las páginas de su Diario -no escritas para la posteridad-, contentivas de vivencias, emociones, dolores… La muerte de cada compañero laceró su alma, y su pesar lo plasmó en frases que lo retratan, como jirones salidos del corazón.
Ha pasado casi medio siglo de su asesinato y el Che vive. En cada hombre o mujer que lucha por un mundo mejor. En los humildes habitantes de los caseríos por donde pasó en su peregrinar por la selva boliviana; ellos guardan celosamente testimonios, anécdotas y quizás algún recuerdo devenido talismán para muchos. Lo veneran.
En el extenso paisaje recorrido, incontables veces con su asma a cuestas, que apenas le permitía caminar, quedó su presencia, su heroísmo.
El Che entró en la Historia para quedar como semilla. Las revoluciones en marcha en  pueblos del área que luchan por su segunda independencia, emanan como frutos del árbol que sembró en su fructífera existencia, tratando de hacer realidad sus sueños de libertad para América Latina.

*Fidel en Una introducción necesaria, en el Diario del Che en Bolivia..








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