sábado, 26 de abril de 2014

Imágenes, ideas, palabras




            
              ¿Qué hace usted, Gabriel García Márquez,
               viviendo entre los hombres comunes?
                                       Juan Bosch                                                                                       
                                         
Observaciones de una lectora acerca de un portento de la literatura latinoamericana y universal: Gabriel García Márquez. Algunos conceptos del famoso intelectual. Este trabajo lo escribí en 2012, ahora lo retomo en homenaje al más  célebre colombiano, con motivo de su partida definitiva. 

 Limbania (Nancy) Jiménez Rodríguez. 

No soy crítica literaria,  escribo por afición y por mi formación pedagógica no solo leo por placer o ansias de saber; aprecio el lenguaje, las descripciones, tramas y me intereso por los autores cuyas obras disfruto. A Gabriel García Márquez lo admiro debido a lecturas de sus obras, artículos y declaraciones.
La conmemoración este año del aniversario cuarenta y cinco años de la publicación de Cien años de soledad y  treinta del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura al autor colombiano, me incitó a compartir varias observaciones con simpatizantes de esta gloria de la narrativa latinoamericana.  La obra emblemática de García Márquez, la ya citada, la  leí casi de un tirón, intrigada y mareada por conocer el final de los tantos Buendía y sus avatares. Y de las tantas mujeres, también.
 A lo largo del tiempo he leído y releído varias novelas, artículos, crónicas, algunas entrevistas suyas; siempre descubro algo nuevo.
Considero interesantes cuestiones de la niñez y adolescencia del afamado escritor  por las huellas que estas etapas de la vida dejan en las personas y notar si algo se refleja en sus narraciones; del por qué escritor, hábitos de trabajo y opiniones sobre algunos temas.
García Márquez dice: “Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía  con mis  abuelos”. Allí estuvo hasta los ocho años. Le sobrecogía la zozobra nocturna porque  “…en la noche se materializaban todas   las fantasías, presagios y evocaciones de mi abuela. Esa era mi relación con ella: una especie de cordón invisible mediante el cual nos comunicábamos ambos con un universo sobrenatural”.
Continúa refiriéndose a la abuela: “Me contaba las cosas más atroces sin conmoverse como si fuera una cosa que acababa de ver. Descubrí que esa manera imperturbable y esa riqueza de imágenes era lo que más contribuía a la verosimilitud de sus historias”. “…era una mujer imaginativa y supersticiosa, que me aterrorizaba noche a noche con sus historias de ultratumba”.
”El abuelo, en cambio, era para mí la seguridad absoluta dentro del mundo incierto de la abuela (…) es tal vez la persona con quien mejor me he entendido y con quien mejor comunicación he tenido jamás…”
 Mucho amor demuestra el autor por su abuelo materno.”Cuando yo tenía ocho años, me relató los episodios de todas las guerras en que había participado (alcanzó el grado de coronel). En los más importantes personajes masculinos de los libros, hay mucho de él”.
 Escribir,  formas de trabajo, dificultades, terminación
Estudios universitarios inconclusos (Derecho), labores diversas  para sobrevivir  debió afrontar el autor –lector infatigable- mientras  encauzaba  la vocación a la cual se entregaría. Comenta:
 “…Cuando yo leí a los diecisiete años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor. Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un gigantesco escarabajo, me dije:”Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa”.
“Empecé a escribir por casualidad (… ) Después caí en la trampa de seguir escribiendo por gusto y luego en la otra  trampa de que nada me gustaba más en el mundo que escribir”.
 “Cuando estaba comenzando, cuando estaba descubriendo el oficio, era un acto alborozado, casi irresponsable.  Después de que terminaba mi trabajo en el periódico, hacia las dos o tres de la madrugada, era capaz de escribir  cuatro, cinco hasta diez páginas de un libro. Alguna vez, de una sola sentada, escribí un cuento”.
“Ahora me considero afortunado si puedo escribir un buen párrafo en una jornada. Con el tiempo el acto de escribir se ha vuelto un sufrimiento”.
”Lo que ocurre simplemente es que va aumentando el sentido de la responsabilidad. Uno tiene la impresión de que cada letra que escribe  tiene ahora una resonancia mayor, que se afecta a mucha gente”.
“Cuando era joven, escribía de un tirón, sacaba copias, volvía a corregir. Ahora voy corrigiendo línea por línea a medida que escribo, de suerte que al terminar la jornada tengo una hoja impecable, sin manchas ni tachaduras, casi lista para llevar al editor”.
Escribe de nueve de la mañana a tres de la tarde, de día nada más. Y siempre con flores amarillas, preferiblemente rosas, a la vista.
García Márquez  considera desprestigiada la inspiración. “Yo no la concibo como un estado de gracia ni como un soplo divino, sino como una reconciliación con el tema a fuerza de tenacidad y dominio. Cuando se quiere escribir algo, se establece una especie de tensión recíproca entre uno y el tema, de modo que uno atiza al tema y el tema lo atiza a uno”. Si hay fallos, dice, responde  a un problema de estructura.
El otoño del patriarca lo suspendió en México, en 1962, cuando llevaba casi 300 cuartillas escritas, y lo único que salvó fue el nombre del personaje. La reanudó seis años después, y nueva suspensión al cabo de seis meses. Luego de transcurrir dos años más  le halló solución al asunto que no le cuajaba.   17 años en total desde que la concibió. En ese medio tiempo escribir Cien años… Y El coronel no tiene quien le escriba la redactó nueve veces.
Del libro concluido afirma García Márquez: “Deja de interesarme para siempre. Como decía Hemingway, es un león muerto”.
 Temática e ideas. Realismo mágico
Por las palabras del genial novelista constato interés, pasión y dedicación por la temática latinoamericana, en particular, por el Caribe. Él expresa: “En el Caribe, al que pertenezco, se mezcló la imaginación desbordada de los esclavos negros africanos con la de los nativos precolombinos y luego con la fantasía de los andaluces y el culto de los gallegos por lo sobrenatural (…) me enseñó a ver la realidad de otra manera, a aceptar los elementos sobrenaturales como algo que forma parte de nuestra vida cotidiana (…) La síntesis humana y los contrastes que hay en el Caribe no se ven en otro lugar del mundo”. La lectura de esas vivencias  de este hombre sobre las islas caribeñas resulta  enriquecedora y apasionante.
De sumo interés es conocer qué promueve, cómo le surge un libro: “De una imagen visual (…) Yo siempre parto de una imagen”, afirma el colombiano.  En cuanto a los hechos de las novelas acota: “…La vida cotidiana en América Latina nos demuestra que la realidad está llena de cosas extraordinarias...”. “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”.
La forma de abordar  la realidad la han identificado como realismo mágico en García Márquez. ¿Cómo la concibe el? “Nuestra realidad es desmesurada y con frecuencia nos plantea a los escritores problemas muy serios, que es el de la insuficiencia de las palabras”. (…) La palabra tempestad sugiere una cosa al lector europeo y otra a nosotros (…) y las tormentas que hacen estremecer la tierra, y los ciclones que se llevan las casas por los aires, no son cosas inventadas, sino dimensiones de la naturaleza que existen en nuestro mundo”.
 Pensando en su abuela, se dio cuenta que no estaba inventando nada, sino simplemente “captando y refiriendo un mundo de presagios, de terapias, de premoniciones, de supersticiones… que era muy nuestro, muy latinoamericano”.
El tiempo y los vocablos
En sus novelas aprecio como asuntos recurrentes con distintos tratamientos el tiempo: andar, desandar, retroceder, comprimir, saltos, relaciones; además, la soledad y el poder. Respecto al tiempo dice el colombiano refiriéndose a El otoño… “Su estructura en espiral (…) permite comprimir el tiempo”, lo cual hizo de forma deliberada. Y agrega: “…el dictador abre una ventana que da al mar y en el mar, junto al acorazado dejado por los marines, ve las tres carabelas de Cristóbal Colón”.
También constato con curiosidad insatisfecha que García Márquez suele emplear,  cierta  frecuencia el pretérito había de; ejemplifico:
  “Sonrió, y ella había de recordar el fulgor de sus dientes a la luz de la luna”.
“Yo había de preguntarle dos días después cuál era mi deuda…”.
Y para concluir estas notas (no agotadas) prefiero unas líneas del párrafo  inicial de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

                        Bibliografía
García Márquez, Gabriel: La soledad de América Latina, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1990.
--------: Cien años de soledad, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2007. (46 p 9)
--------: El general en su laberinto, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1989. (44 p 57)
--------: La hojarasca, Editorial Diana, México, 1986. (45 p 151)






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