lunes, 7 de mayo de 2012

Respertarlo y defenderlo

Argentina Jiménez


Foto tomada de la Internet



Ilustres personalidades han dejado para la posteridad su impronta en trascendentales volúmenes escritos en idioma español, desde el emblemático El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, en cuyo honor quedó instituido el 23 de abril –fecha de su muerte en 1616– como el Día Mundial de esa lengua, hablada por cerca de 500 millones de personas en más de 50 países.
Devino magnífica oportunidad para levantar la voz, de nuevo, en defensa de uno de los símbolos de nuestra identidad, tan maltratado, tanto, que cada vez suman más las personas amantes del buen uso del lenguaje, quienes elevan un sonoro S.O.S., con el propósito de sensibilizar a aquellos que no le dan el lugar y la atención que le corresponde.
Abogo por el cuidado en el uso correcto del idioma en el hogar, desde que los niños abren los ojos al mundo; en los centros docentes, donde se cimentan las bases y desarrollan las capacidades, habilidades y destrezas de niños, adolescentes y jóvenes; en los medios de comunicación masiva: escritos, radiales y televisivos, patrones de conducta para los receptores de todo tipo de mensaje; y por parte de cuantos su trabajo específico consiste en hablar o escribir para un público determinado o en general.
Cada uno tiene una cuota importante en relación con el empleo del vocabulario, a fin de conseguir, en especial en las nuevas generaciones, que se expresen adecuadamente y no ofendan al intelecto con faltas de ortografía.
Estas describen sin palabras las características de las personas, al igual que el mal uso del lenguaje y la chabacanería. Y se me ocurre parafrasear: Dime cómo hablas y escribes y te diré quién eres.
Aparte del estudio de la Gramática y la Ortografía, recién actualizadas, es vital leer, poniendo atención en cómo se escribe, y escoger buenos autores, aquellos que han sentado pauta en la literatura o el periodismo. El hábito de la lectura debía ser un vicio, pero, lamentablemente, según consideraciones de expertos en la materia, quienes más necesitan adquirirlo no les interesa.
Esa costumbre debe inculcarse desde edades tempranas; a los bebés hay que cantarles, cuando crecen un poquito hacerles cuentos infantiles, después enseñarles cuadernos para colorear con figuras y llamarlas por su nombre, mayorcitos, mostrarles un libro y leerles; de esa manera va infundiéndoseles ese hábito primordial hasta que ellos mismos puedan leer solos.
Si en los hogares donde disponen de computadora, los adultos consienten que los muchachos se pasen horas delante del monitor jugando, y descuidan lo logrado respecto al hábito de la lectura, involucionan y jamás disfrutarán de un buen libro; es más, les costará trabajo profundizar en los de texto propios del nivel educacional por el cual transiten.
No estoy en contra de esos juegos de la modernidad, independientemente de la relevancia de los tradicionales, que propician la colectividad; sin embargo, resulta imprescindible compartir el tiempo entre estos y otros entretenimientos, saludables para el cuerpo y el espíritu.
También, el 23 de abril se celebra, por acuerdo de la Conferencia General de la UNESCO, el Día Internacional del Libro en honor a Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, fallecidos, como Cervantes, el 23 de abril de 1616, y porque en igual día y mes nacieron –o murieron– otros escritores eminentes; ojalá tan simbólica fecha para la literatura universal haya servido al objetivo de estimular a todos, con énfasis a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y así contribuir al buen uso del español, idioma multinacional, tan rico, y merecedor de ser respetado y defendido por quienes lo hablamos.

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