jueves, 10 de mayo de 2012

Jirones del corazón



Por: Argentina Jiménez

Fotos tomadas de la Internet

El 9 de mayo se conmemoró el aniversario 67 de la derrota del fascismo. Oportuna ocasión para destacar fragmentos de algunas de las cartas enviadas por Olga Benario Prestes, judía alemana y comunista, a su esposo, el dirigente comunista brasileño Luis Carlos Prestes -preso entonces en su país-, desde el presidio femenino de Barminstrasse, en Berlín, donde nació su hija Anita Leocadia. Además de testimonio de la barbarie hitleriana, sus palabras constituyen jirones del corazón.
 Amor, ternura, añoranza, reflexiones, desesperación, sueños y esperanza resume cada vocablo de esta valiente mujer a la que el nazifascismo privó de la vida  con poco más de treinta años, en una cámara de gas de la ciudad alemana de Bernburg, a principios de 1942, tras meses de encarcelamiento, primero en Brasil y después en el presidio femenino de Barminstrasse, en Berlín, antes de ser trasladada para el campo de concentración de Ravensbruk, antesala de sus momentos finales.
  La vida de Olga Benario Prestes cautivó a Fernando Morais, autor del libro Olga, desde que era un adolescente “cuando oía a mi padre referirse a Filinto Muller como el hombre que le había dado “de regalo” a Hitler  a la mujer de Luis Carlos Prestes, una judía alemana con siete meses de embarazo”.
  Precisa Morais que el texto no es su versión sobre la vida de la emblemática mujer o del levantamiento comunista de 1935, sino la que juzga como versión real de esos episodios, y en sus veinte capítulos nos hace partícipes de los hechos que narra, en lenguaje sencillo, directo, claro, a veces desgarradoramente.
  En sus misivas al esposo, Olga deja traslucir torrentes de emociones, aleja de su mente la tristeza que al querer desenfrenarse choca con la férrea voluntad de no permitirse vacilaciones. Su fuerza interior se impone. No la vencerán celdas de castigo ni amenazas; enhiesto el espíritu sigue aunando voluntades y levantando a quienes creen no poder alzarse; crece la admiración y vence; ni la muerte pudo matarla. Sus alas de palomas levantaron vuelo hacia la eternidad, desde donde su luz ilumina la senda de la redención humana.
En abril de 1937, cuando la niña tenía cuatro meses de edad, Olga se la describe a su esposo: Tiene el pelo oscuro  como el tuyo, tu boca, tus manos. Sus ojos son grandes y azules, pero no claros como los míos. Los ojos de ellas tienen un azul de violetas. Todo está rodeado de una tez muy suave, blanca, y por cachetes rosados, muy bonitos. Pero lo más bonito es su sonrisa. Sonríe tan lindo que nos hace olvidar todo lo que hay de malo en este mundo.
  Poco después, el 12 de mayo, le confiesa: ¿Sabes? Mi propia vida está de cierto modo en este pequeño ser. Diariamente hay en ella nuevas maravillas y cada día penetra más en el corazón. Es tan bello que la niña se alimente de mí, que yo pueda darle lo mejor de mi fuerza, de la fuerza que poseo.
Cuando le doy el pecho, en cuanto la tomo en mis brazos, abre la boquita como un pajarito hambriento, y cuando ya no puede más, suelta el pecho, me sonríe y vuelve la cabecita para tomar el resto. Si la cosa no marcha rápida, se impacienta y empieza a darme con la manita.
En el patio hay un árbol y allí anidó una familia de pajaritos. Acaban de nacer los pichones. Ellos van y vienen, regresan con insectos y otros alimentos. Paso las horas mirándolos y pienso en nosotros. ¡Ah!, solo los seres humanos somos capaces de destruir una familia de la forma que han hecho con la nuestra.
El 21 de enero de 1938 Olga jugaba con Anita cuando la carcelera abrió la puerta, acompañada de tres guardias armados, para llevarse a la criatura. Y para hacer más cruel el desenlace, le negaron que iban a entregársela a su abuela.
Buscó en vano un lugar en la celda donde protegerse, y ambas comenzaron a dar gritos. ¡Jamás! ¡Lo que quieren hacer es un crimen innombrable! ¡Salgan de aquí! ¡Solo si me matan se llevarán a mi hija!
Se la arrebataron por la fuerza, mientras ella trataba de impedirlo. !Hitler va a matar a mi hijita de un año! ¡Asesinos! ¡Asesinos! Olga se desmoronó en el piso y allí quedó inmóvil con los ojos muy abiertos, como en trance, y solo al amanecer recobró la conciencia de la tragedia que había acabado de vivir.
Quiero confesarte, le diría en abril del mismo año, que me cuesta mucho, un gran esfuerzo, pensar menos en nuestra pequeña hija; sin embargo, este es el único medio de soportar mi dolor... En agosto siguiente le decía que tenía su foto y la de la niña pegada a la pared: paso mucho tiempo contemplándolas. Pero tener solo esto, y por tanto tiempo, es muy poco...
A su suegra y cuñada les escribiría en agosto de 1939: Díganle a mi querida Anita que la madre piensa mucho en ella y que todas las noches, al acostarse, imagina lo agradable que sería cogerle las manitas y besarle su delicioso rostro.
La última carta al esposo e hija la haría a principios de 1942, en el campo de concentración de Ravensbruk, la noche del viaje en ómnibus para su último destino. Esta llegaría a sus destinatarios muchos años después, cuando Prestes ya había sido liberado. A continuación lo dedicado a la pequeña:
 Es totalmente imposible para mí imaginar, hija querida, que no volveré a verte, que nunca más volveré a estrecharte entre mis brazos ansiosos. Quisiera poder peinarte, hacerte las trenzas -ah, no, te las cortaron, pero te queda mejor el pelo suelto un poco desaliñado. Ante todo voy a hacerte fuerte (...) Debes respetar a tu abuela y quererla por toda la vida, como tu padre y yo hacemos. Todas las mañanas haremos gimnasia...  ¿Ves?, ya vuelvo a soñar, como tantas noches y olvido que esta es mi despedida. Ahora cuando pienso en esto de nuevo, la idea de que nunca más podré estrechar tu cuerpo cálido es para mí como la muerte...
De ti aprendí, querido, cuánto significa la fuerza de voluntad (...). He luchado por lo justo, por lo bueno y por lo mejor del mundo. Te prometo ahora, al despedirme, que hasta el último instante no tendrán por qué avergonzarse de mí (...) Hasta el último momento me mantendré firme y con voluntad de vivir...

 




En la imagen la hija de los luchadores Olga Benario y Luiz Carlos

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