domingo, 28 de agosto de 2016

En su centenario Lidia Doce vive



                   
   Argentina Jiménez
                                                         Los muertos son solo muertos cuando los vivos los olvidan.

No logró el sueño de entrar a La Habana envuelta en la bandera cubana cuando triunfara la Revolución, pero entró en la historia de la Patria por la cual ofrendó su vida y ayudó a que la enseña nacional de Cuba ondee libre y victoriosa desde el primero de enero de 1959.

A Lidia Esther Doce Sánchez  ( 27-8-2016- 12-9 1958) la caracterizaron  muchas virtudes, mas  quienes la conocieron no olvidan su carácter afable, alegre, temeraria en la acción, leal a los principios revolucionarios, cordial en la amistad,  decidora, humana,  de una valentía a toda prueba. También la recuerdan bonita, presumida, le gustaban los perfumes que olieran a limpio, los vestidos bonitos y los colores discretos. 

Nació en Velasco, zona entre Chaparra y Holguín, Oriente, pero a los 45 días la llevó la madre para Mir, caserío entre el pueblo de Auras  y la playa de Guardalavaca, donde estudió hasta el quinto grado; no sobresalió como alumna, era indisciplinada. Desde pequeña fue inquieta y traviesa y siempre sonriente.   Muy joven –diecisiete años- contrajo matrimonio y tuvo tres hijos. De ese hombre se divorció por ser celoso e irascible. Dos años después volvió a casarse Esta unión duró catorce años. Al separarse, se mudó para La Habana.

En la capital empezaron sus luchas revolucionarias a partir del golpe de Estado de Fulgencio Batista a quien combatió, en la clandestinidad y en la Sierra Maestra.  Al conocer la decisión de su hijo Efraín  de incorporarse a las tropas del comandante Ernesto Guevara,  partió para San Pablo Yao a unirse a la columna dirigida por el argentino-cubano.  Llegó a la zona  burlando el cerco de las fuerzas de la tiranía. Allí estuvo dos meses e hizo contacto con los barbudos. El 9 de septiembre de 1957 alcanzó el objetivo propuesto cuando el Che arribó a ese lugar a fin de adquirir mercancías para su columna, y Lidia se fue con ellos. El 10 cumplió su primera tarea: llevar instrucciones a Bayamo.

Como miembro del Ejército Rebelde dirigió un grupo de 40 hombres en “el puesto más avanzado de la Revolución”, al decir del Che. Bajó al llano en numerosas ocasiones en las más arriesgadas misiones. Respetaba y quería a Fidel, a quien llamaba el Gigante. Para él, ella y Clodomira Acosta Ferrales eran los soldados de enlace de mayor confianza. Lo demostraron hasta el hálito final de sus días. Pero Lidia admiraba de manera especial al Guerrillero Heroico y ella para él, dijo, ocupó un lugar de preferencia. 

De la última misión  a La Habana no regresó. La cobardía de uno condujo a la traición y esta, a un crimen horrendo en el cual perdieron la vida asesinados de manera  alevosa los Mártires de Regla: Reynaldo Cruz Romeu, Alberto Álvarez Diaz, Onelio Dampier Rodríguez y Leonardo Valdés –Maño-, y capturaron a Lidia y Clodomira. Ambas se fajaron con los sicarios en el apartamento   de la calle Rita 271 para que no torturaran a los muchachos; de ahí, maltratadas, pero vivas,  las sacaron y llevaron a la 11na. estación de policía. Después, a la 9na.  donde Lidia sufrió las peores torturas, al extremo de que al llegar  el verdugo Esteban Ventura no pudo interrogarla, pues ya no podía hablar. Mientras pudo hacerlo, nada obtuvieron de ella, solo improperios por respuesta.   

 A ambas mujeres las pidió el sanguinario Laurent  para sacarles información. ¡Iluso! Sus secretos yacen en el fondo del mar, cuyas aguas, adonde, según versiones, amarradas y  metidas en sacos llenos de piedra las lanzaron el 17 de septiembre de 1958, las acogieron en un abrazo eterno.
El 27 de agosto de este año cumpliría Lidia la centuria. Honramos su memoria y festejamos su cumpleaños   colocando mariposas y gladiolos blancos, sus flores preferidas, en disímiles sitios de la geografía cubana, donde dejó su impronta.    

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