Argentina
Jiménez
Ni presos cesaba la lucha de los
revolucionarios en La Habana. De diferentes maneras se manifestaba contra la
dictadura de Fulgencio Batista en el segundo semestre de 1958.
Los ánimos se caldearon en el Castillo del
Príncipe el primero de agosto de 1958. Evidentes violaciones de los derechos de
los presos políticos recluidos allí incitaron su rebeldía. La gota de agua que
colmó la copa fue la limitación del horario de visita al público ese día. Protesta activa, secundada por toda la
población penal política e incluso común, solidarizada con la primera.
“Exclamaciones
de repudio al régimen, entonaciones del Himno Nacional, golpes en el suelo y
las paredes y sacudidas violentas de las rejas”. Varios tiroteos desde el
exterior. “La guarnición asedió por medio de las armas a los compañeros de la
cárcel”. Decididos a resistir. Se generaliza un verdadero combate.
“Improvisamos
barricadas con bancos, mesas, libros y otros objetos que apenas nos protegían.
Con los tubos que se quitaron de las patas de las literas se rompieron parte de
los muros del patio, y los pedazos que se arrancaron los utilizamos como
proyectiles, al igual que los propios tubos y botellas, pomos y cuantas cosas
de cualquier tipo se pudieran utilizar. A la vez, y utilizando alcohol extraído
de la enfermería, se provocaron incendios con lonas, colchonetas y otros
materiales que sirvieron para avivar el fuego. Esta reacción nuestra motivó que
el tiroteo amainara por unos momentos.”
Se
reanuda el ataque. Los más connotados
asesinos del régimen de facto, rodeados de una enorme jauría de esbirros,
penetran violentamente amparados por una
lluvia de plomo. Llegan a las galeras. Ametrallan a los miembros del Movimiento
26 de Julio Reynaldo Gutiérrez Otaño (19
años), Vicente Ponce Carrasco (25) y Roberto La
Rosa Valdés (39). Hieren a nueve, algunos
de gravedad. Al día siguiente, la prensa oficialista tergiversaba los hechos
con sus consabidas mentiras. Los medios revolucionarios, incluido Radio Rebelde, desde la Sierra Maestra,
difundían la verdad.
“La
sangre vertida durante la trágica jornada del 1ro. de agosto de 1958 (…)
acrecentó la formación revolucionaria de los prisioneros que allí nos
encontrábamos, fortaleció la disposición para el combate (…) A partir de ese
momento todos nos sentíamos más unidos, independientemente de la organización
revolucionaria en la que militábamos”.
Tomado del artículo de Arnol
Rodríguez, en
Semillas
de Fuego, tomo 2, pág. 27-37. Lo
entrecomillado pertenece al autor.
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