"¿Será que él no sabe
lo que es una revolución social?" indicó el cantautor cubano.
"Tengo la tristeza de
que ya no podré escuchar a Rubén Blades como ese cantor de nuestra América que
quiso ser", añadió.
Publicado: Jueves
27 de febrero de 2014 | Autor: Cooperativa.cl
El cantautor cubano Silvio Rodríguez respondió las críticas
del cantante panameño Rubén Blades, quien cuestionó al gobierno
venezolano y al presidente Nicolás Maduro a raíz de las protestas sociales que
se viven en el país sudamericano.
En una
misiva publicada por la Gobernación de Mérida,
Venezuela, el cubano cuestionó las críticas de Blades, a quien lo
recordó como "uno de los abanderados de la canción social en América
Latina" hasta hace algunos años.
"Las verdaderas
revoluciones son siempre difíciles. Che Guevara sabía algo de eso y decía que,
en las verdaderas, se vence o se muere, porque una revolución no es una
tranquila, pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de
la alta sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia", señaló Rodríguez en su
carta.
Añade en su misiva,
refiriéndose al panameño, que "¿Será que él no sabe lo que es una
revolución social?".
"Todo me lo
explico, pero tengo la tristeza de que ya no podré escuchar a Rubén Blades como
ese cantor de nuestra América que quiso ser", concluyó.
La
carta completa de Silvio Rodríguez
Las verdaderas
revoluciones son siempre difíciles. Che Guevara sabía algo de eso y decía que,
en las verdaderas, se vence o se muere, porque una revolución no es una
tranquila, pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de
la alta sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia.
Una revolución es un
vuelco, una ruptura, un abrupto cambio de perspectiva. Es cuando los oprimidos
dejan de creer en que los que mandan –los que los oprimen– tienen la verdad de
su lado, y piensan que el mundo puede ser diferente de como ha sido hasta
entonces.
Pero claro que los
opresores no se resignan a abandonar sus posiciones de dominio y luchan a vida
o muerte por ellas, aunque aparentemente, los "otros" sean sus
connacionales: enseguida se enajenan de la mayoría del pueblo, porque las
revoluciones –no los golpes de estado– siempre son obra de la mayoría.
En un respetuoso
diálogo con el presidente venezolano aunque no tanto con sí mismo, el cantautor
Rubén Blades, hace años uno de los abanderados de la canción social en América
Latina, expone su concepto de revolución:
Para mí, la verdadera
revolución social
es la que entrega mejor calidad de vida a
todos, la que satisface las necesidades
de la especie humana, incluida la necesidad
de ser reconocidos y de llegar al estadio
de auto-realización, la que entrega oportunidad
sin esperar servidumbre en cambio.
Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido
todavía con ninguna revolución[1].
es la que entrega mejor calidad de vida a
todos, la que satisface las necesidades
de la especie humana, incluida la necesidad
de ser reconocidos y de llegar al estadio
de auto-realización, la que entrega oportunidad
sin esperar servidumbre en cambio.
Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido
todavía con ninguna revolución[1].
Ni va a ocurrir en
ninguna revolución verdadera, Rubén. No era sino la voluntad de mejorar la
calidad de vida de la gente lo que inspiró la Reforma Agraria cubana, que
entregó parcelas a miles de campesinos sin tierra y, esencial para procurar
mejor calidad de vida, fue la alfabetización cubana de 1961,–porque no hay
autorrealización sin saber leer–pero enseguida llegaron la invasión de Bahía de
Cochinos y el bloqueo económico que es repudiado cada año en la ONU, aunque
acaba de cumplir 52.
Me fascina esa idea
de que una revolución social "satisface las necesidades de la especie
humana", y claro que eso solo lo hace una revolución cuando se la ve
históricamente: no habría democracia ni derechos humanos sin la prédica de los
iluministas: sin Voltaire, Montesquieu, Rousseau, pero los que llevaron
adelante esas ideas en la práctica social, los que las impusieron como
"necesidades de la especie humana" –Danton, Marat, Robespierre ,
porque las monarquías gobernaban por derecho divino– guillotinaron a la
aristocracia francesa que se rebeló contra ellas, la aristocracia que ahogaba
en sufrimientos, en miseria los derechos de lossans culottes, acaso los que
Evita Perón llamó en su momento "los descamisados" y Martí "los
pobres de la tierra".
El tiempo ha pasado,
nos recuerda Blades, pero los derechistas venezolanos llaman "los
tierrúos" a esos pobres sin zapatos que ellos explotan en el siglo XXI. Es
imposible que una revolución haga felices a los dos grupos, porque la revolución
va a dar justicia, y hacer justicia no es una fiesta de cumpleaños.
Es decir que nunca ha
habido una revolución social como entiende Blades que debe ser. ¿Será que él no
sabe lo que es una revolución social? Según se deduce de lo que escribe, no lo
la sido ni la inglesa, ni la francesa, ni la rusa, ni la mexicana, ni mucho
menos la cubana que lideró Fidel Castro. Presumo que tampoco la venezolana de
hace doscientos años, pese a que Blades escribe de esa Venezuela que ama como "el
pueblo de Bolívar". Y ¿qué hizo el Libertador? ¿Una tranquila y plácida
obra de bienestar social? No gritó Patria o Muerte, sino que firmó un decreto
de guerra a muerte para los enemigos de la patria, que eran los de la
revolución.
Blades no sólo lo
proclama ahora en esa respuesta a Maduro, sino que lo cantaba en sus canciones
latinoamericanistas: "de una raza unida, la que Bolívar soñó".
Entonces, ¿el intento de realizar el sueño de Bolívar no es el proceso
integrador que emprendió Chávez, y que enfrenta a un imperio que nos quiere
divididos, sino que únicamente servirá para mover el culo bailando salsa? Y
cantar a voz en cuello: "A to'a la gente allá en los Cerritos que hay en
Caracas protégela". A "to'a esa gente" la protegen, además de
María Lionza, los médicos de Barrio Adentro, porque esos que gritan y agreden
en las calles no se ocuparon jamás de la salud de los venezolanos humildes.
Tal vez fue María
Lionza la que los mandó a bajar de los Cerritos, cuando el golpe de estado de
abril de 2002, para sitiar el ocupado palacio de Miraflores y exigir el regreso
del presidente que habían elegido. No te dejes confundir, Blades, "busca
el fondo y su razón", y trata de entender las revoluciones de la historia,
no las que soñamos para tranquilizarnos.
Para Blades, el
programa político del chavismo "obviamente no es aceptado por la mayoría
de la población". Lo que quiere decir que la mayoría que eligió a Maduro,
no lo es. Blades ignora las 18 elecciones ganadas por el chavismo y el casi 60%
de votantes que el PSUV obtuvo en las elecciones de diciembre–que la derecha
dijo que sería un plebiscito–y declara mayoría a los representantes de la vieja
derecha derrocada por Pablo Pueblo, porque ese hombre –nos recordó
Neruda–despierta cada doscientos años, con Bolívar.
Me recuerdo a mí
mismo, en los años setenta, en el antiguo apartamento de Silvio Rodríguez, con
su puerta negra en la que había golpeado el mundo, descubriendo los primeros
trabajos de Rubén Blades con la orquesta de Willy Colón. Nos encantábamos de
encontrar una salsa patriótica, "La maleta", aunque sabíamos que no
eran ideas unánimes entre los latinoamericanos. Ninguna idea hondamente
renovadora consigue apoyo unánime, al menos cuando aparece: el poder
establecido –eso que los norteamericanos llaman stablishment–tiene muchos
resortes, muchas maneras de "convencer", de imponer sus intereses, y
sabe que son pocos los que no ceden ante ellos.
Una cosa es cantar y
otra vivir lo que se canta, y cantarlo en todas partes. Tengo vivo el recuerdo
de ese extraordinario salsero que es Oscar D'Leòn, cantándole, en los años
ochenta, a un público cubano que lo adoraba, que llenaba un coliseo de 15 mil
localidades para escucharlo y cantar con él. Lo recuerdo feliz, arrojándose al
suelo del aeropuerto de La Habana para besar la tierra de la isla al partir y,
a las semanas, lo vi abjurando de su viaje a Cuba, cuando los magnates del
disco en el Miami contrarrevolucionario, lo acusaron de comunista por cantar en
La Habana, y amenazaron con cerrarle todas sus puertas, que eran también las
más lucrativas de su realización como artista.
Oscar sabía que esa
derecha, esa burguesía –y mucho menos el poder imperial que tenían detrás– no
bromeaban: a Benny Moré, que era el mejor cantante de América Latina, la RCA
Víctor no le grabó un disco más cuando decidió quedarse a vivir y a cantar en
la Cuba revolucionaria.
Todo me lo explico,
pero tengo la tristeza de que ya no podré escuchar a Rubén Blades como ese
cantor de nuestra América que quiso ser.
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