jueves, 7 de febrero de 2013

Gerardo Abreu –Fontán- una vida ejemplar




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Vistas de la peregrinación y acto en homenaje a Fontán, ante el panteón que guarda sus restos en el Cementerio Colón,con motivo del aniversario 55 de su desaparición física.



Texto y fotos Argentina Jiménez
Mucho se ha escrito en la prensa sobre Gerardo Abreu –Fontán, su seudónimo-. En tantas líneas grabadas para que perdure su memoria está presente parte  de la historia de las luchas más recientes en La Habana, antes de 1959.
 Han transcurrido cincuenta y cinco años de su ausencia definitiva y no se olvida  su azarosa vida de niño y adolescente pobre y negro, su juventud salpicada de matices, su amor a la familia, su afición a la cultura, los últimos años de existencia…
La hermana Magali nos lo acerca ahora un poco más. Unidos ambos por un cariño especial. Para ella representó la figura paterna, por ser el mayor de los cinco hermanos,  y él en ella confiaba plenamente. A ella acudió en varias ocasiones, estando ya bastante “quemado”, y la hizo partícipe de tareas que requerían enmascaramiento.
La Habana
Había nacido en Santa Clara. Con 15 años una familia amiga lo trae para la capital. En su imprenta lo colocan de aprendiz  por unos pesos y pasado unos años se independiza. Otro golpe fuerte de la realidad: para poder alquilar un cuarto tiene el padrino –blanco- que hacerlo por él. A los negros no les alquilaban. Así sucedía en aquella sociedad racista. Busca otras opciones con que ganarse la vida. Para subsistir y ayudar a la madre y hermanos realiza todo tipo de tareas. Después de la imprenta, locutor en carros altoparlantes,  trabajos domésticos…
“Mostraba interés por la lectura. Leía mucho a José Martí. Sabía hablar de todo, era muy preocupado por la situación del país, que la vivió en carne propia desde niño: tuvo que dejar la escuela –en cuarto grado- para ayudar a sostener a la madre y hermanos, Adquirió cultura de manera autodidáctica.”
Gerardo Marín
“Tenía madera de artista,  considera Magali. Además ese era su medio de subsistencia. Era un declamador innato. Gerardo Marín era su nombre artístico. Lo presentaban como el alma del verso negro.  Primero se ponía un traje de esos de mangas tipo guaracheros y después uno de  gala, de cuello de raso. Fue poco lo que pudo usar este último. Actuó en emisoras de radio y en el cabaret Montecasino. Era de un carácter muy activo, gustaba de hacer cuentos, bailar… Él quería ser alguien en lo cultural.”
Fontán
En la capital  se vincula a la Juventud Ortodoxa. Conoce a Antonio –Ñico- López. Ese sería el inicio de una vida dedicada a forjar la libertad de su patria oprimida  y lacerada por tantos males impuestos por gobernantes corruptos sometidos al imperialismo yanqui.
Cuando el Movimiento Revolucionario 26 de Julio decide crear las Brigadas Juveniles (BJ)en barrios y centros
educacionales para dar a conocer su existencia, a través de propaganda, la lucha política y otras misiones, Ñico designa a Gerardo jefe de la organizada en La Punta, la primera en constituirse, y al partir para México, lo deja como responsable de las BJ en La Habana.
“Era un muchacho con muchas aspiraciones personales, serio, gran organizador y exigente, que con su carisma y valentía llegaba con mucha facilidad a la gente”, expresó en una ocasión Humberto Torres -Fonseca-, su homólogo en las Brigadas, de la denominada en aquella época La Habana Campo.
Entre las tareas de propaganda de esos grupos se incluyeron la divulgación de La historia me absolverá –autodefensa de Fidel Castro en el juicio por los sucesos del asalto al cuartel Moncada- y los Manifiestos 1 y 2 del MR-26-7, la pintura de letreros con estas siglas en las paredes y otras consignas revolucionarias…
En la medida que se incrementa la represión aumenta de tono la labor de la Brigadas para fustigar a la tiranía: Fontán organiza grupos de  acción armada para enfrentar a las fuerzas policiales. Enorme fue entonces su quehacer. Se hizo presencia familiar en cada rincón de la ciudad. Deviene uno de los luchadores clandestinos  más buscados por la policía de la tiranía batistiana. Tenía que cambiar constantemente de paradero. “Tan grande era la persecución sobre él que lo mandaron a buscar de la Sierra; nosotros conocíamos su situación. Casi no lo veíamos, pero siempre había comunicación”.
“El 24 de diciembre de 1957, ya vivíamos en Buenavista, ve al padrastro en una guagua y le pregunta por la familia. Él le dice que la vieja –la abuela- está enferma, grave. Ese día se aparece de pronto. Había brincado por el muro que había detrás de la casa, por eso nadie se percató de su llegada. Fue la última vez que lo vimos con vida. Nunca más tuvimos nochebuena.”
En una de sus interminables recorridos por la capital, el 6 de febrero de 1958, sube a un ómnibus en la calle Infanta, donde viajaba un agente que lo conocía de cuando estuvo preso y lo habían fichado en el Buró de Investigaciones; al verlo se baja y sale corriendo a todo lo que puede, pero es interceptado por una perseguidora, detenido, salvajemente torturado en la Novena Estación de Policía y arrojado su cuerpo sin vida cerca del Palacio de Justicia –hoy Palacio de la Revolución. Sería lacerante contar los horrores sufridos por el valioso joven de 26 años de edad, nacido el 21 de septiembre de 1931.
El entierro
“El 7, hacía unos cuantos días que no se sabía de él. Mama, como llamábamos a mamá, pone la emisora Radio Reloj, como hacía habitualmente, y escucha la noticia. Va al Necrocomio y lo identifica. Permiten a la familia velarlo toda la noche. A eso de las cinco de la mañana empieza el despliegue de fuerzas policiales, aunque vestidos de civil estuvieron todo el tiempo allí. Los de la funeraria y agentes de civiles se llevan el cadáver para hacerle la autopsia. Prometen devolverlo alrededor de las once. El entierro sería a las tres.
“Nos fuimos hasta la casa a asearnos para volver luego a la funeraria. Estando allí escuchamos por radio que le estaban dando sepultura en esos momentos. Nos volvimos como locas. Acudimos a un vecino que tenía carro y nos llevó para el cementerio. Montones de policías allí no nos dejaban pasar. Somos los familiares, dijimos, pero  ellos que no y nosotros que sí. En eso venía de regreso un grupo de policías y con ellos el padrastro. Entonces nos dejaron pasar.
“A él se le había ocurrido ir por la mañana para el cementerio y se encontró entre los policías que estaban en la puerta para no dejar pasar a nadie, a uno que lo conocía de la infancia y le permitió entrar. Fue el único familiar presente cuando lo sepultaron, y marcó la tumba. Fuimos hasta allí, removimos la tierra y sobre ella extendimos el uniforme verde olivo que llevaba debajo de la saya de paradera, volvimos a echar la tierra encima, colocamos un palo y le pusimos un brazalete del MR-26-7.
 “A las tres de la tarde salimos con mi padrastro a recoger un cojín de flores y al regresar en la tumba ya había una cruz de madera con una inscripción: Gerardo, tus compañeros de lucha cumpliremos tus ideas. Posteriormente se le hizo un murito y fundió una plaquita con la misma dedicatoria.”
De mirada limpia y firme. Así debe de haberla fijado Fontán en sus torturadores cuando quisieron sacarle los nombres  de tantos combatientes perseguidos, y harto conocidos por él, como gritándoles aquella frase martiana de que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.

























































































































































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