(Publicado
en el diario El Universal, de México)
Una mañana del
otoño de 1962 la ciudad de La
Habana amaneció bajo el estremecimiento de detonaciones,
resultado de los disparos hechos desde una embarcación que proveniente de Miami
arrojó, con un cañón de 20
milímetros, una andanada contra un hotel de la ciudad.
Mientras los agresores regresaban a La Florida entre vítores y titulares exultantes de
los diarios, junto a mis primeras memorias de estudiante primario la conmoción
entre la ciudadanía quedaría grabada para siempre.
Antes de que
pudiera conocer personalmente en Miami a José Basulto, autor de los disparos,
28 años después, otras memorias igual de traumáticas pasarían a formar parte de
mi experiencia vital. Secuestro o asesinato de pescadores al norte de Cuba.
Ataques a poblados costeros con el resultado de ciudadanos inocentes muertos o
mutilados. Sabotajes contra guarderías infantiles que pusieron en riesgo la
vida de niños inocentes. Asesinato de alfabetizadores por bandas
contrarrevolucionarias. La voladura de
un avión de Cubana de Aviación en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados,
con el saldo de 73 personas asesinadas fríamente.
Esta historia,
desconocida para el resto del planeta, se ha clavado sin embargo en la memoria
colectiva de los cubanos. Primero con entrenamiento, organización o apoyo
material y financiero de la
CIA. Luego con caprichosos grados de contubernio con la
agencia. Siempre con la cómplice negligencia de las autoridades legales y
policiales norteamericanas, los actos terroristas contra Cuba han sido una
constante desde que el 1ro de Enero de 1959 la Revolución en la isla
rescatara para siempre las aspiraciones de soberanía hasta entonces mutiladas
de su pueblo.
Fue esa misma
memoria la que me impulsó sin vacilar a la aceptación de la misión que me
llevaría a conocer al artífice de aquel acto terrorista de mis primeras
vivencias. Como un cubano más se me hizo natural el deber de evitar,
infiltrándome en los grupos violentos que aun campean en Miami, la consumación
de tales actividades. El mismo sentido del deber impulsó a otros cuatro de mis
compatriotas, tres de los cuales aún permanecen presos en los Estados Unidos
por el crimen de proteger la vida humana; bien más preciado para cualquier
sistema legal medianamente civilizado.
En el año 1998
parecía que una puerta permitiría la acción conjunta entre los gobiernos de
ambos países para poner fin a tales acciones terroristas, que tanto en los
Estados Unidos como en Cuba habían dejado un rastro de muertes. En junio de ese
año una delegación del FBI visitó La
Habana, recibiendo un expediente en que se describían los
planes terroristas fraguados en Miami, así como información sobre sus
perpetradores. La gestión se había abierto paso por una visita personal de Gabriel
García Márquez a Washington un mes antes, en la que trasladó un mensaje
personal de Fidel a Bill Clinton. Los oficiales del FBI en la reunión de La Habana se regresaron al
norte luego de prometer a su contraparte cubana que se actuaría en
consecuencia, no sin antes agradecer la colaboración de los representantes de
Cuba. Tomó menos de tres meses para que actuaran. Han pasado 16 años y todavía
los cubanos esperamos a que lo hagan en consecuencia.
En la madrugada del
12 de septiembre de 1998, en varios lugares de la ciudad de Miami, equipos del
FBI tomaron por asalto los hogares en que residíamos quienes habíamos estado
proporcionando información para neutralizar a los grupos terroristas.
Precedida de un
ambiente de histeria comenzaría, en noviembre de 2000, la patraña del juicio
oral más largo de la historia de los Estados Unidos, que luego de comenzado
sería abrupta y misteriosamente cubierto por el más absoluto silencio de las corporaciones
mediáticas. Previamente, en marzo de ese año, los fiscales habían puesto una
moción para que no se introdujera la copiosa evidencia de terrorismo contra
Cuba: “Combatir el terrorismo era la motivación de los acusados, y las
motivaciones no se deben de ventilar ante el jurado”. Muy novedosa la teoría
jurídica presentada por los acusadores para que no se tocara el tema del
terrorismo y su complicidad con él. Muy oportuno el silencio de la prensa
norteamericana, que hasta entonces había desplegado sus antenas para anatemizar
a los “peligrosos espías de Castro”.
Con un jurado
atemorizado, en una sede que bajo el más elemental sentido común nunca hubiera
podido garantizar un juicio justo, mediante la utilización de las condiciones
de confinamiento como arma de castigo y de privaciones en la preparación de la
defensa, bajo un esquema de manipulación de la evidencia que apenas nos
permitió estudiarla previo al juicio, y enfrentando una prensa local que años
después se supo había sido pagada subrepticiamente por la oficina de
transmisiones a Cuba del gobierno norteamericano; el veredicto no pudo ser otro
que el de culpables de todos los cargos. Como complemento unas sentencias
draconianas, en las que la jueza descargó un odio irracional e ilegal sobre los
acusados, no sin antes ceder a la solicitud de la fiscalía para que nos
“inhabilitara” durante los años de libertad supervisada entregándonos una joya
de sabia jurisprudencia:
“Sea que el
terrorismo se cometa contra personas inocentes en los Estados Unidos o en Cuba,
Israel o Jordania, Irlanda del Norte o en la India, eso es diabólico y es malo, pero los actos
terroristas por otros no pueden excusar la conducta equivocada e ilegal de este
defendido o de cualquier otro”.
Y luego la
“inhabilitación”:
“El defendido
deberá también cumplir con las siguientes condiciones adicionales de libertad
supervisada:
Se prohíbe al
defendido asociarse con o visitar lugares específicos donde individuos o grupos
tales como terroristas, miembros de organizaciones que abogan por la violencia,
o figuras del crimen organizado están o se conoce que frecuenten”.
Así, de un plumazo,
en una corte norteamericana se certificó el derecho de los terroristas a no ser
molestados. Al parecer para algunos el terrorismo no es tan malo.
A dieciséis años de
nuestros arrestos el caso de los Cinco, como se le conoce, ha concitado el
repudio de organizaciones de abogados, tanto nacionales como internacionales;
el rechazo de 10 premios Nobel, la condena de parlamentos en pleno o de grupos
de parlamentarios, un fallo condenatorio del Comité de Detenciones Arbitrarias
de la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU;
la oposición de Amnistía Internacional y de cientos de personalidades alrededor
del mundo.
Afortunadamente no
todos piensan que el terrorismo no sea tan malo.
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