Argentina Jiménez
Muchas
personas en el mundo, incluso amigas, desconocedoras de la historia de nuestro
país, aún se asombran de la existencia de la Revolución cubana, en
particular después de la desaparición de la Unión Soviética y el recrudecimiento
de la política hostil de los EE.UU.
Para
quienes vivimos en el verde caimán, lo sentimos como un pedazo de nosotros
mismos y conocemos de los sacrificios de tantos cubanos por verlo libre e
independiente, desde 1868 hasta el presente – prueba fehaciente la de los
hermanos presos en las entrañas del monstruo-, no nos resulta ilógica su
supervivencia.
Sin
embargo, en los momentos actuales, tan difíciles -quizás más que algunos de los
sufridos a lo largo de los 55 años de triunfo revolucionario-, es
imprescindible recordar lo único que nos ha permitido salir airosos de
disímiles contiendas: la unidad del pueblo. El Comandante en Jefe Fidel Castro
lo ha reiterado en múltiples oportunidades.
Al acaecer la gran debacle este-europea, Fidel
dijo, en 1991: “¿Con qué contamos? Contamos con nuestra historia, porque somos
los mismos”. Y reseñaba la lucha de los combatientes de 1868, 1895, de las
décadas de 1920 y 1930 y contra la tiranía de Fulgencio Batista -1952-1958-, y las
posteriores a la obtención de la definitiva independencia el primero de enero
de 1959.
Y
aludía al “pueblo que ha escrito en estos años hermosas e imborrables páginas
revolucionarias; el pueblo que se llenó de gloria sabiendo resistir el bloqueo
y la agresión imperialista durante más de 30 años(…)”. Y ese mismo año en que
hablaba, empezaba otra dura experiencia: el período especial, no vencido
totalmente y latente en la memoria de quienes lo padecimos por la enorme cuota
de abnegación que implicó.
Ahora,
cuando el mundo “está patas arriba”, el olor a pólvora imperialista inunda
el éter y la ofensiva contra la izquierda en muchas partes del orbe, en especial en las naciones latinoamericanas que han tomado un camino de plena emancipación e independencia, este puntico en medio del mar llamado Cuba, bloqueada por los ardides
de la potencia hegemónica del vecino del
norte, recaba más que nunca de la preservación de esa sólida unidad de
pensamiento y acción entre la dirección del país y el pueblo: clave del éxito
de todas las contiendas. Solo de esa manera podremos mantener la independencia,
la soberanía, la dignidad, el decoro…
El
10 de Octubre de 1968, el líder revolucionario señaló: “La Guerra de los Diez años, como
decía Martí, no se perdió porque el enemigo nos arrancara la espada de la mano,
sino porque dejamos caer la espada”.
Muchos
años después, ante las circunstancias que afronta la nación, hay quienes no ven
más allá de sus narices y, a veces ingenuamente y otras con mala
intención, se hacen eco de comentarios
desfavorables al normal desarrollo de la sociedad.
No
nos referimos a la crítica justa por lo mal hecho, sino a pronunciamientos con
una evidente dosis de veneno, con lo que hacen el juego a los enemigos, y ante
ello hay que estar alertas; suman miles de millones de dólares los que gastan los Estados Unidos en el sueño irrealizable de destruir la Revolución cubana y sus
conquistas con maquiavélicos planes de transición hacia la democracia. Cada vez es más fuerte la agresión ideológica de que es objeto la Isla.
Por ello, no debemos permitir el más leve
resquicio por donde pueda filtrarse un átomo de desunión, ni que se pierda la
fe y el desánimo corra por las venas y llegue al corazón, porque puede
infartarlo. Eso sería fatal. Enfrentaremos con energía a quienes quieren vernos
de rodillas otra vez.
La divisa de nuestros actos y actitudes será
siempre aquella frase martiana, que no por tan citada pierde vigencia: “Nuestro
vino es agrio, pero es nuestro vino”.
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