Por: Argentina Jiménez
Muy próximo a la céntrica zona de La Rampa y a la bicentenaria Universidad de La Habana, en el Vedado, una mansión llama la atención de quienes caminan por San Rafael y Ronda, o la
visitan, atraídos por sus líneas renacentistas y estilo florentino.
Construida con piedras jaimanitas, caobas y cedros cubanos,
mármoles italianos y una ornamentación muy especial de herrería, lámparas y
objetos escultóricos en sus jardines, muchos de ellos procedentes de Italia, consta de cuatro
plantas y fue edificada entre 1926 y
1929.
Allí radica desde 1961 el Museo Napoleónico, una de las instituciones más
importantes en su género a nivel mundial, que bajo sus techos coloniales atesora más de siete mil obras de arte, en su
inmensa mayoría de categoría uno, procedentes de diversas colecciones: armas y
equipos militares, pinturas, textiles, grabados, muebles de estilo esculturas, y
libros, unos cuatro mil, muchos de ellos raros y valiosos.
Tras sus puertas de hierro forjado, la hermosa
instalación de la capital cubana exhibe piezas de reconocido valor artístico e
histórico, pertenecientes a la época del Imperio Francés e incluso de etapas
anteriores. En sus salas se puede observar la influencia napoleónica en el gran arte burgués de la
época.
El montaje de las galerías sigue un orden
cronológico: finales de la
Monarquía de los Borbones y su caída ante el empuje de la Revolución Burguesa,
Directorio, Consulado, Primer Imperio y concluye con la derrota de Napoleón.
Muebles de finales del siglo XVIII, grabados y magníficos óleos: Retrato de Napoleón Bonaparte, General; La campaña de Egipto, El regreso de la Isla
de Elba y la Batalla de Waterloo, otras
pinturas, artes decorativas y armas, alberga la primera planta, donde está
situado el Gran Salón.
Al llegar a la segunda planta, subyuga el impresionante cuadro Bonaparte prepara la ceremonia de coronación,
ánforas de porcelana de Sévres, que recuerdan la batalla de Austerlitz,
retratos de la familia Bonaparte, y en la tercera, sus salas retienen, a través
de las piezas que muestran, la caída del Imperio Francés, la estancia y muerte
del Emperador en Santa Helena y las posteriores influencias artísticas y
políticas; sobresalen la lámpara que obsequiara Napoleón a Josefina al retornar de la campaña
en Italia, las pistolas que portara en el combate de Borondino y su mascarilla
mortuoria, trasladada a Cuba por el médico que lo asistió en los últimos
instantes de su vida, el doctor Francesco Antommarchi.
Extraordinaria la Biblioteca especializada del último piso. Maderas
preciosas, como la caoba y el cedro, sirvieron para hacer el techo y los
estantes, donde aparecen los miles de libros sobre la temática Francia y
Napoleón que harían la delicia de los
estudiosos de la historia de fines del reinado de Luis XVI hasta el Segundo
Imperio.
A la suntuosidad de la edificación y su
valioso contenido, se unen los jardines circundantes, custodiados por altos
muros, en los que cohabitan hermosas esculturas de mármol con una amplia variedad de árboles y plantas
tropicales, donde se yergue majestuosa uno de los símbolos de la identidad
cubana, la palma real. Sin dudas, un espacio privilegiado.
El valioso patrimonio del Museo Napoleónico, antes
para el disfrute exclusivo de sus dueños, desde hace más de cuarenta años ha
devenido foco cultural al servicio de la comunidad y es visitado anualmente por
alrededor de 250 mil personas, las dos terceras partes estudiantes, y unos
cinco mil extranjeros, principalmente de Europa y América Latina.
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