Por:Argentina Jiménez
Quedarán en el tiempo vencedores/siempre de
sol y majestad cubiertos/ los guerreros de huesos tan gallardos/ que si son
muertos son gallardos muertos/.
Estos
versos de Miguel Hernández son como una
premonición (parecen haber previsto) de
lo acontecido a aquellos hombres que partieron de Tuxpan, México, el 25 de
noviembre de 1956, quienes fueron vencedores o gallardos muertos.
Lo
mismo que hizo Martí para preparar la Guerra Necesaria, lo repitió Fidel en los
Estados, con la recaudación de dinero para llevar a cabo la expedición del Granma. La compra de armas, los entrenamientos prácticos complementados
con clases teóricas sobre táctica guerrillera, lucha en la ciudad y otros
tópicos militares, además de círculos políticos y de carácter cultural
obligatorios, en los que el Che desempeñó un papel de inestimable valor en la
elevación del nivel político del grupo revolucionario, precedieron el momento
de la salida.
Muchos
fueron los avatares que enfrentaron los futuros combatientes: amenazas de
secuestro, de asesinato del líder revolucionario, cárcel y otros inconvenientes, no mellaron el
espíritu de quienes no transigirían jamás en la lucha por los humildes de su
país.
Cuando
se determinó emprender el viaje hacia la consecución de la palabra empeñada de
ser libres o mártires, los ochenta y dos
futuros expedicionarios estaban bien preparados, tenían ya experiencia
para emprender la guerra contra la tiranía de Batista, y de no haber sucedido
el ataque de Alegría de Pío, no hubiera durado siete meses, según palabras de
Fidel.
Al
igual que en el Moncada, ninguno de los participantes conocía el momento de la
partida hacia Cuba, pero todos estaban listos
la noche del 24 de noviembre de 1956 cuando se trasladaron hacia una
casa a orillas del río Tuxpan, cercana al lugar de inicio de la “marcha” sobre
el mar.
El
timonel del Granma, Norberto A,
Collado Abreu, diría tiempo después
en Cuba libre, que los que estaban en el puente de mando veían con preocupación
la cantidad de hombres que subían al yate. “Los marineros pensábamos que a lo
sumo debían viajar quince, pero resultó que montamos 82”.
Los
riesgos e incomodidades ante tal situación eran inevitables, mas todos estaban
dispuestos a trasladarse a la Patria a cumplir el compromiso contraído. Ni la
falta de medios para la seguridad de los navegantes en caso de naufragio,
incendio o cualquier tipo de averías, como las hubo, ni el hecho de que más de
la mitad no sabía nadar y podía morir ahogado, impidió que la travesía de la
embarcación, azarosa además por el mal tiempo, fuera una hazaña realizada por
aquellos compañeros liderados por nuestro Comandante en Jefe.
Cincuenta
y cinco años han pasado desde entonces y
el yate Granma continúa siendo un símbolo de la perseverancia y el amor a la
tierra cubana que con el tesón de unos y el sacrificio de otros, hoy exhibe los
frutos por los que muchos ofrendaron sus vidas, y acicate para las nuevas
generaciones que deben continuar la obra de la Revolución.
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