Argentina Jiménez
Los muertos son solo muertos
cuando los vivos los olvidan.
No logró el sueño de entrar
a La Habana envuelta en la bandera cubana cuando triunfara la Revolución, pero entró
en la historia de la Patria por la cual ofrendó su vida y ayudó a que la
enseña nacional de Cuba ondee libre y victoriosa desde el primero de enero de 1959.
A Lidia Esther Doce
Sánchez ( 27-8-2016- 12-9 1958) la
caracterizaron muchas virtudes, mas quienes la conocieron no olvidan su carácter
afable, alegre, temeraria en la acción, leal a los principios revolucionarios,
cordial en la amistad, decidora,
humana, de una valentía a toda prueba.
También la recuerdan bonita, presumida, le gustaban los perfumes que olieran a
limpio, los vestidos bonitos y los colores discretos.
Nació en Velasco, zona entre
Chaparra y Holguín, Oriente, pero a los 45 días la llevó la madre para Mir, caserío
entre el pueblo de Auras y la playa de
Guardalavaca, donde estudió hasta el quinto grado; no sobresalió como alumna,
era indisciplinada. Desde pequeña fue inquieta y traviesa y siempre sonriente. Muy joven –diecisiete años- contrajo
matrimonio y tuvo tres hijos. De ese hombre se divorció por ser celoso e
irascible. Dos años después volvió a casarse Esta unión duró catorce años. Al
separarse, se mudó para La Habana.
En la capital empezaron sus luchas
revolucionarias a partir del golpe de Estado de Fulgencio Batista a quien combatió, en la
clandestinidad y en la Sierra Maestra. Al
conocer la decisión de su hijo Efraín de
incorporarse a las tropas del comandante Ernesto Guevara, partió para San Pablo Yao a unirse a la
columna dirigida por el argentino-cubano.
Llegó a la zona burlando el cerco de las fuerzas de la tiranía.
Allí estuvo dos meses e hizo contacto con los barbudos. El 9 de septiembre de
1957 alcanzó el objetivo propuesto
cuando el Che arribó a ese lugar a fin de adquirir mercancías para su columna,
y Lidia se fue con ellos. El 10 cumplió su primera tarea: llevar instrucciones
a Bayamo.
Como miembro del Ejército
Rebelde dirigió un grupo de 40 hombres en “el puesto más avanzado de la
Revolución”, al decir del Che. Bajó al llano en numerosas ocasiones en las más
arriesgadas misiones. Respetaba y quería a Fidel, a quien llamaba el Gigante.
Para él, ella y Clodomira Acosta Ferrales eran los soldados de enlace de mayor
confianza. Lo demostraron hasta el hálito final de sus días. Pero Lidia admiraba
de manera especial al Guerrillero Heroico y ella para él, dijo, ocupó un lugar
de preferencia.
De la última misión a La Habana no regresó. La cobardía de uno condujo
a la traición y esta, a un crimen horrendo en el cual perdieron la vida
asesinados de manera alevosa los
Mártires de Regla: Reynaldo Cruz Romeu, Alberto Álvarez Diaz, Onelio Dampier
Rodríguez y Leonardo Valdés –Maño-, y capturaron a Lidia y Clodomira. Ambas se fajaron con los sicarios en el
apartamento de la calle Rita 271 para
que no torturaran a los muchachos; de ahí, maltratadas, pero vivas, las sacaron y llevaron a la 11na. estación de
policía. Después, a la 9na. donde Lidia
sufrió las peores torturas, al extremo de que al llegar el verdugo Esteban Ventura no pudo
interrogarla, pues ya no podía hablar. Mientras
pudo hacerlo, nada obtuvieron de ella, solo improperios por respuesta.
A ambas mujeres las pidió el sanguinario
Laurent para sacarles información.
¡Iluso! Sus secretos yacen en el fondo del mar, cuyas aguas, adonde, según
versiones, amarradas y metidas en sacos
llenos de piedra las lanzaron el 17 de septiembre de 1958, las acogieron en un abrazo eterno.
El 27 de agosto de este año
cumpliría Lidia la centuria. Honramos su memoria y festejamos
su cumpleaños colocando mariposas y
gladiolos blancos, sus flores preferidas, en disímiles sitios de la geografía
cubana, donde dejó su impronta.
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