Argentina Jiménez
…que
no da sombra, sino luz. Entró victorioso a la capital tras destruir con su
pequeño ejército al de 80 mil hombres de Batista, y recorrer cientos de
kilómetros sobre alfombras de flores, escoltado por la alegría, los vítores y
aplausos, después de casi 25 meses labrando la libertad en las montañas. Eso le
agradecía el pueblo, con que contó y ha contado siempre y le ha acompañado en
los momentos buenos y en los difíciles; el leal que no claudica nunca, imbuido
de sus enseñanzas y sabiduría para conducirlo por el camino de la justicia y
los principios.
Como
maestro de mérito, alumno aventajado de Martí, ha sabido inculcarle a su gente
confianza en el futuro, en las ideas, y continúa con su verbo, alertando sobre
los graves problemas que amenazan a la humanidad, poniendo el acento en la
necesidad de que haya paz en el mundo. Conoce perfectamente que los jóvenes
encierran en sí mismos los cambios en la sociedad, en todas las épocas ha sido
siempre así, que como relevo son el protagonista principal, el continuador de
la lucha por un mundo mejor, promovida con vitalidad creciente por él, en un
contexto internacional tan adverso y lleno de retos.
Sus
palabras han sido y siguen siendo una guía para que el pueblo y las nuevas
generaciones sepan defender las ideas más justas, convencido de que solo luchando será posible
ese mundo mejor, como lo fueron sus sueños al entrar triunfante en La Habana con la Caravana de la Libertad, el 8 de enero
de 1959, para iniciar una nueva etapa en el combate, que no cesa, debido a las
circunstancias impuestas por el yanqui agresor.
Llegó entonces con la barba oscura, hoy devenida
símbolo, ahora más luminoso que nunca.
Respetado, admirado, querido en todo el mundo por su modestia y preclara
inteligencia, ocupa un espacio en la
historia, ganado a fuerza de voluntad
inagotable, perseverancia, convicción de que “las causas justas del hombre
siempre marcharán adelante, siempre triunfarán, no importa cuanto tarden”.
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