Por: Argentina Jiménez
No
podía imaginar el futuro dictador Gerardo Machado que aquel niño al que
escribió y elogió por su civismo en la Escuela 37 del Cerro,
pasado el tiempo sería el mismo que le endilgaría el epíteto que acompañó su
figura por siempre a lo largo de la historia: Asno con garras.
Veinteañero ya, Rubén Martínez Villena
–Alquízar, 20 de diciembre de 1899) ancló en medio de los males de una
República con enmienda, motivo de la frustración y la apatía del pueblo,
traicionado en sus anhelos de libertad plena por la intromisión yanqui en los
destinos del país.
En esa edad brotaron las primeras
inquietudes que, paulatinamente, despertarían del letargo a las masas
irredentas.
Nacido en el ocaso del siglo XIX, cuando la
ocupación norteamericana opacó todo vestigio de soberanía, por sus ojos
límpidos, azules, a veces verdiazules, emanaban fulgores cuando lo azotaba el
contento o la ira.
Descollante,
sin pretenderlo, en todas las etapas: primaria, el instituto de Segunda
Enseñanza de La Habana,
y la Universidad,
donde comenzó a gestarse en su conciencia “las premisas de su gran salto al
futuro”, al decir de Raúl Roa.
Poeta
de encendidos versos, apenas de amor y muchos
de rebeldía, es más conocido en esta faceta que por su prosa, arma afilada puesta al servicio de la mejor causa:
erradicar de raíz cuanto dañaba el normal desarrollo de la vida económica,
política y social del país. A esa lucha dedicó alma y energías.
Hitos
importantes señalan su trayectoria revolucionaria, como la Protesta de los Trece, por el espurio negocio de la compraventa del
Convento de Santa Clara. Nadie dijo nada. Solo él. A causa de levantar su voz, acusado
de injuria, traspasó por vez primera las rejas de la cárcel. De entonces data
aquel verso suyo tan conocido: Hace falta
una carga para matar bribones…
El
pueblo se percató enseguida de la talla de ese hombre de figura delgada y
portentosa voz, que denunciaba los desmanes del régimen imperante.
Al
conocer a Mella fueron como viejos amigos desde el instante en que se
conocieron. Por defenderlo y lograrse su excarcelación, cuando en huelga de
hambre peligraba su vida, signó su sentencia de muerte cuando, tras escuchar los
improperios de Machado contra el
fundador de la Universidad Popular
José Martí y del primer Partido Comunista, a los cuales se adhirió, le espetó
en su cara una frase lapidaria:“!(…)este no es más que un bárbaro, un animal,
un salvaje, una bestia…,¡Un asno!...!Un asno con garras!...”. Tuvo que exiliarse.
En
la medida que transcurría el tiempo y la situación del país se hacía más
intolerable por el injerencismo yanqui y los crímenes del régimen machadista,
Villena profundizaba en el sentimiento antiimperialista. Dañado ya por la
tuberculosis, no cejaba en el combate por una sociedad mejor, hasta la huelga
general que derrocó al tirano, de la cual fue su conductor y héroe, con un
pulmón de menos y el otro destrozado.
(…)“desde
un cuartito humilde, sobre una cama revuelta, perseguido de cerca por los esbirros
del machadato y los pistoleros de la ABC, sofocado y febril,
moribundo a momentos, él dirigió con mente lúcida y voluntad de acero el
formidable movimiento”, describiría Raúl Roa.
A su esposa había escrito desde la Unión Soviética, donde se
recuperaba de su dolencia: “(…) Últimamente ha descubierto un médico que tengo
“amigdalitis hipertrófica”, acaso sea de lo mucho que he hablado en mi vida.
Pero todavía tengo esperanzas de hablar más. Y de volver allá para seguir la
lucha”. Tal era su sueño. Así sería.
La última vez que habló, apenas un susurro,
pues la enfermedad le había estrangulado la voz, fue al despedir las cenizas de
Mella. A la multitud de pueblo presente sentenció: “Camaradas, aquí está, sí,
pero no en ese montón de cenizas, sino en este formidable despliegue de fuerzas”.
En una noche fría de enero de 1934, bañada por
la luz de la Luna,
exactamente el día 16, se apagó Rubén, el dirigente comunista e intelectual
revolucionario, pero dejó una estela de permanente vigencia, aún más en los
tiempos actuales que vive Cuba.