Vistas de la peregrinación y acto en homenaje a Fontán, ante el panteón que guarda sus restos en el Cementerio Colón,con motivo del aniversario 55 de su desaparición física.
Texto
y fotos Argentina Jiménez
Mucho
se ha escrito en la prensa sobre Gerardo Abreu –Fontán, su seudónimo-. En
tantas líneas grabadas para que perdure su memoria está presente parte de la historia de las luchas más recientes en
La Habana, antes
de 1959.
Han transcurrido cincuenta y cinco años de su
ausencia definitiva y no se olvida su
azarosa vida de niño y adolescente pobre y negro, su juventud salpicada de
matices, su amor a la familia, su afición a la cultura, los últimos años de
existencia…
La
hermana Magali nos lo acerca ahora un poco más. Unidos ambos por un cariño
especial. Para ella representó la figura paterna, por ser el mayor de los cinco
hermanos, y él en ella confiaba
plenamente. A ella acudió en varias ocasiones, estando ya bastante “quemado”, y
la hizo partícipe de tareas que requerían enmascaramiento.
La Habana
Había
nacido en Santa Clara. Con 15 años una familia amiga lo trae para la capital.
En su imprenta lo colocan de aprendiz
por unos pesos y pasado unos años se independiza. Otro golpe fuerte de
la realidad: para poder alquilar un cuarto tiene el padrino –blanco- que
hacerlo por él. A los negros no les alquilaban. Así sucedía en aquella sociedad
racista. Busca otras opciones con que ganarse la vida. Para subsistir y ayudar
a la madre y hermanos realiza todo tipo de tareas. Después de la imprenta,
locutor en carros altoparlantes,
trabajos domésticos…
“Mostraba
interés por la lectura. Leía mucho a José Martí. Sabía hablar de todo, era muy
preocupado por la situación del país, que la vivió en carne propia desde niño:
tuvo que dejar la escuela –en cuarto grado- para ayudar a sostener a la madre y
hermanos, Adquirió cultura de manera autodidáctica.”
Gerardo Marín
“Tenía
madera de artista, considera Magali.
Además ese era su medio de subsistencia. Era un declamador innato. Gerardo
Marín era su nombre artístico. Lo presentaban como el alma del verso
negro. Primero se ponía un traje de esos
de mangas tipo guaracheros y después uno de
gala, de cuello de raso. Fue poco lo que pudo usar este último. Actuó en
emisoras de radio y en el cabaret Montecasino. Era de un carácter muy activo,
gustaba de hacer cuentos, bailar… Él quería ser alguien en lo cultural.”
Fontán
En
la capital se vincula a la Juventud Ortodoxa.
Conoce a Antonio –Ñico- López. Ese sería el inicio de una vida dedicada a
forjar la libertad de su patria oprimida
y lacerada por tantos males impuestos por gobernantes corruptos
sometidos al imperialismo yanqui.
Cuando
el Movimiento Revolucionario 26 de Julio decide crear las Brigadas Juveniles (BJ)en
barrios y centros
educacionales
para dar a conocer su existencia, a través de propaganda, la lucha política y
otras misiones, Ñico designa a Gerardo jefe de la organizada en La Punta, la primera en constituirse,
y al partir para México, lo deja como responsable de las BJ en La Habana.
“Era
un muchacho con muchas aspiraciones personales, serio, gran organizador y
exigente, que con su carisma y valentía llegaba con mucha facilidad a la
gente”, expresó en una ocasión Humberto Torres -Fonseca-, su homólogo en las
Brigadas, de la denominada en aquella época La Habana Campo.
Entre
las tareas de propaganda de esos grupos se incluyeron la divulgación de La historia me absolverá –autodefensa
de Fidel Castro en el juicio por los sucesos del asalto al cuartel Moncada- y los Manifiestos 1 y 2 del MR-26-7,
la pintura de letreros con estas siglas en las paredes y otras consignas
revolucionarias…
En
la medida que se incrementa la represión aumenta de tono la labor de la Brigadas para fustigar a
la tiranía: Fontán organiza grupos de
acción armada para enfrentar a las fuerzas policiales. Enorme fue
entonces su quehacer. Se hizo presencia familiar en cada rincón de la ciudad.
Deviene uno de los luchadores clandestinos más buscados por la policía de la tiranía
batistiana. Tenía que cambiar constantemente de paradero. “Tan grande era la
persecución sobre él que lo mandaron a buscar de la Sierra; nosotros conocíamos
su situación. Casi no lo veíamos, pero siempre había comunicación”.
“El
24 de diciembre de 1957, ya vivíamos en Buenavista, ve al padrastro en una
guagua y le pregunta por la familia. Él le dice que la vieja –la abuela- está
enferma, grave. Ese día se aparece de pronto. Había brincado por el muro que
había detrás de la casa, por eso nadie se percató de su llegada. Fue la última
vez que lo vimos con vida. Nunca más tuvimos nochebuena.”
En una de sus interminables recorridos por la
capital, el 6 de febrero de 1958, sube a un ómnibus en la calle Infanta, donde
viajaba un agente que lo conocía de cuando estuvo preso y lo habían fichado en
el Buró de Investigaciones; al verlo se baja y sale corriendo a todo lo que
puede, pero es interceptado por una perseguidora, detenido, salvajemente
torturado en la Novena Estación
de Policía y arrojado su cuerpo sin vida cerca del Palacio de Justicia –hoy
Palacio de la
Revolución. Sería lacerante contar los horrores sufridos por
el valioso joven de 26 años de edad, nacido el 21 de septiembre de 1931.
El
entierro
“El
7, hacía unos cuantos días que no se sabía de él. Mama, como llamábamos a mamá, pone la emisora Radio Reloj, como
hacía habitualmente, y escucha la noticia. Va al Necrocomio y lo identifica.
Permiten a la familia velarlo toda la noche. A eso de las cinco de la mañana empieza
el despliegue de fuerzas policiales, aunque vestidos de civil estuvieron todo
el tiempo allí. Los de la funeraria y agentes de civiles se llevan el cadáver
para hacerle la autopsia. Prometen devolverlo alrededor de las once. El
entierro sería a las tres.
“Nos
fuimos hasta la casa a asearnos para volver luego a la funeraria. Estando allí escuchamos
por radio que le estaban dando sepultura en esos momentos. Nos volvimos como
locas. Acudimos a un vecino que tenía carro y nos llevó para el cementerio. Montones
de policías allí no nos dejaban pasar. Somos los familiares, dijimos, pero ellos que no y nosotros que sí. En eso venía
de regreso un grupo de policías y con ellos el padrastro. Entonces nos dejaron
pasar.
“A él se le había ocurrido ir por la mañana
para el cementerio y se encontró entre los policías que estaban en la puerta
para no dejar pasar a nadie, a uno que lo conocía de la infancia y le permitió
entrar. Fue el único familiar presente cuando lo sepultaron, y marcó la tumba. Fuimos
hasta allí, removimos la tierra y sobre ella extendimos el uniforme verde olivo
que llevaba debajo de la saya de paradera, volvimos a echar la tierra encima,
colocamos un palo y le pusimos un brazalete del MR-26-7.
“A las
tres de la tarde salimos con mi padrastro a recoger un cojín de flores y al
regresar en la tumba ya había una cruz de madera con una inscripción: Gerardo, tus compañeros de lucha cumpliremos
tus ideas. Posteriormente se le hizo un murito y fundió una plaquita con la
misma dedicatoria.”
De
mirada limpia y firme. Así debe de haberla fijado Fontán en sus torturadores
cuando quisieron sacarle los nombres de
tantos combatientes perseguidos, y harto conocidos por él, como gritándoles
aquella frase martiana de que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien
la obra de la vida.
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