Por: Argentina Jiménez
Dijo alguien, con mucha
razón, que los muertos solo son muertos cuando los vivos los olvidan. En Cuba
recordamos a los héroes y mártires con acciones concretas, transmitiendo sus
experiencias e inculcando sus valores a jóvenes y adultos, en particular a las
nuevas generaciones.
Por esa inveterada convicción
está presente siempre el General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez
Báez, fallecido en La Habana el 17 de junio de 1905. No solo monumentos, bustos, fotos, impresión de
sellos de correos, medallas conmemorativas, libros sobre su figura, centros que
ostentan su nombre…, sino en enseñanzas suyas en las escuelas militares, porque
fue “el hombre que nos enseñó a pelear y a vencer”, por el papel desempeñado en la Guerra de los
Diez Años -1868-1878- y en la de 1895.
Asimismo, su vida y obra por
la libertad de la isla antillana son estudiadas en los centros docentes de
distintos niveles; y cada vez que se hable de patriotismo, lealtad, sacrificio,
valor y vergüenza acude a la mente con mayor fervor el protagonista de tantas
batallas por la independencia de la isla que adoptó como su segunda patria este
dominicano excepcional.
Aun cuando gran cantidad de
sus escritos permanecen aún inéditos –en proceso de develar más datos acerca de
su pensamiento político, militar e intelectual-, son muchos los historiadores y otros
escritores que han plasmado en letras reseñas ilustrativas de sus campañas
libertarias: la de Guantánamo, Palo Seco, Las Guásimas, la invasión a
Occidente, ¡tantas otras!; de su vida desde la llegada a El Dátil, poblado a
dos leguas de Bayamo, lugar donde se instaló a su llegada al oriente cubano; de
cómo se vinculó con quienes buscaban liberarse del dominio español.
A Gómez lo reclutó el poeta
José Joaquín Palma en su propia finca y lo nombró Sargento 1º Máximo Gómez; en su primera acción en Venta del Pino puso en
práctica su experiencia militar
acumulaba por años de guerrear, al llamado de su gobierno en el Ejército de la
isla vecina, en el cual alcanzó el grado de capitán; en esta batalla los
peninsulares conocieron los efectos del machete mambí. Muy pronto Carlos Manuel
de Céspedes, el Padre de la Patria, le otorgó el grado de Mayor General del Ejército
Libertador.
El destacado estratega confesó,
según el Diario de un soldado, del doctor Fermín Valdés
Domínguez, que por sus negocios de madera y otros visitaba distintos ingenios “y en uno vi cuando con un
látigo se castigaba sin compasión a un pobre negro atado a un poste en el batey
de la finca y delante de toda la dotación del ingenio. No pude dormir en toda
aquella noche, me parecía que era aquel negro uno de los muchos a quienes
aprendí a amar y a respetar al lado de mis padres en Santo Domingo”.
Y en otro pasaje, señala:
“Yo fui a la guerra llevando aquellos recuerdos en el alma, pelear por el negro esclavo y luego fue que
comprendiendo que también había para justificar el deseo de independencia los
cubanos (…) uní en mi voluntad las dos ideas y a ellas consagré mis esfuerzos;
pero , a pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar que acepté al
principio la Revolución para buscar en ella la libertad redentora del negro
esclavo, humillado por la trata que España sostuvo para degradar a Cuba”.
Con estoicismo a toda
prueba, llevó a cabo esas ideas, aunque encontró escollos por extranjero y por desuniones
e incomprensiones entre los cubanos combatientes, y finalmente la ingratitud de los hombres, como
le prometió José Martí al invitarlo a secundarlo en la Guerra Necesaria (la de
1895).
Máximo Gómez vivió en la
Quinta de los Mollnos y murió en su casa de la calle 5ta. y D. en el Vedado
capitalino, mas su estatura ética prevalece,
porque como gran general pudo haberlo
tenido todo y renunció a cuanto le ofrecieron, tanto al concluir la guerra del
68 como la del 95; no aceptó la
candidatura para presidente al constituirse la República –mediatizada-. No luchó por ambiciones personales, para él los
principios morales estaban por encima; sufrió exilio, lejanía de su familia, hambre,
pero supo transmitir a su hijos los mismos valores que lo caracterizaron y marcaron su trayectoria durante toda su existencia.
Cuba le debe y agradece
mucho al Generalísimo. Su impronta se agiganta ante cada circunstancia adversa,
porque sigue enseñándonos a ser un pueblo invencible.